Debe ser que sonaba justo la música y soplaba justo el viento por el perfíl necesario como para que mi poca sobriedad y el suficiente desconocimiento hayan dibujado una despedida. Casi cinematográfica, de vos, que probablemente cocinabas tan tranquila y despiadada algo que jamás me irías a cocinar, a veintiséis kilómetros de distancia.
Y me cae con el frío el que siempre hubieses amagado a invitarme a ver la mesa servida. Y me rompen mucho las pelotas tus planes inconclusos, o tus planes reinterpretados donde importa más saber de qué forma los vas a impedir, cuál te parecerá más graciosa o precisa, y soy yo que no me acostumbro y no puedo quedarme como si nada.
*A veces en actos lúcidos aislados repienso el plan como el acto de impedirlo, y entonces me parecés absurdamente maravillosa y te vuelvo a querer un poco.*
Entonces sopla el viento, suena una chacarera de fondo, me ubico por un instante a filtrarme entre los poros, para callarme e ir cayendo por los recobecos por los cuales necesariamente siempre fallo.
O por los cuales vos ganás; que necesariamente se vuelve lo mismo.
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