Es, otra vez, una de esas noches absurdas donde no se encuentra el interruptor que apague las luces de mi cabeza y, acompañado de un mate, puchos y poesía que no llena, pienso. Pienso en mis errores; pienso en mis aciertos; pienso en mi trabajo que comienza en unas horas; pienso en mi futuro borroso, en el pasado y sus tormentas. Pero sobre todo, pienso en vos: en tu sonrisa, en tu pelo, en tu andar lento e inseguro. Pienso en tu cara de cansada, las ojeras y lo mucho que te importaba lo que piensen de tus uñas sin pintar. Voy por el quinto cigarrillo, el mate lavándose y pienso en tu mirada, aquella vez en el auto; en las ganas de fundirme en tu boca cuando las circunstancias nos obligaban a despedirnos; en tu abrazo nervioso; en tus manos frías; en tus lágrimas al contarme las penas que cargabas, y en el enojo de tu voz al recordarlas. Pienso en el primer beso; en todos y cada uno de los besos; en los besos que nos faltaron por dar, y los que prometimos no darnos. Pienso en las noches donde tuve que claudicar mi voluntad en tus labios, para buscar la redención en tu pecho y evitar la condena del deseo primitivo que se encuentra en tus piernas. Pienso en esa fatídica tarde dónde decidimos no sentir más.
Pienso que debería dejar de pensar porque ya no me queda nada por fumar, el mate perdió el sabor y tengo que ir a trabajar.
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