mi madre, con la voz tan tersa de costumbre, me regañaba cuando veía que manejaba el cloro sin guantes ni protección alguna. ella entrecerraba sus pequeños ojos, y a regañadientes, le decía que no me pasaría nada, y que su temor, el de tener unas manos rugosas, en vez de mis características manos suaves, no se haría realidad.
creo que tuve que haberle hecho caso. no sé cuándo mis manos dejaron de ser suaves y cálidas. recuerdo el tacto de ellas al tocar tu aterciopelada piel, mientras bromeaba con qué era mejor que la seda o el satín. mis manos recuerdan tu anatomía, mientras mi mente recuerda tu sonrisa ante mi toque y tu deseo de seguir recorriéndote.
creo que empecé a desarrollar la opacidad y el desgaste desde que mi piel ya no encontró mayor presencia en ti. primero me hice algunas melladuras en tu ausencia temporal, luego tuve punciones constantes después de no encontrarte más, y creo que finalmente estoy en la etapa de sequedad. mi piel ahora muda, se descama de ti y de tú ausencia.
mis manos están mudas de ti. recuerdo la suavidad de las hebras de tu pelo, cuando alzabas la mirada y me sonreías mientras te hacía dormir, cuando juntaba nuestras manos en las tardes frías del invierno, en donde aparecieron mis primeras heridas. recuerdo mi mano tocando tu hogar, tocando las tazas del té y las sábanas de tu habitación.
quizás mis manos ya no son lo mismo por el cloro, o quizás ya no serán lo mismo ahora que me dejaste sin el toque sagrado de tú piel, la que tanto amaba. quizás no usaré guantes hasta el final, y el terror de mi madre se hará realidad, y quizás así, solo encontrando la sequedad en ellas, podré borrar el rastro de mí toque en ti.
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