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    Piedad

    hele

    Abr 4, 2024

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    Piedad
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    La vida ¿Se apiadará de nosotros? ¿De nuestro tiempo errado? Del engañoso juego de caricias de manos con hendiduras que no encajan, cuya magnitud de fuerza de agarre compartida corresponde a los años que las separaron en desconocidas.

    ¿Si te vas temprano, podré habitar tanto tiempo la ausencia? La pérdida del sabor.

    De la dulzura que resbalan nuestras miradas como chicos en toboganes de plástico… Si te digo que reconozco el sentido de mi estadía, en un medio inexacto, un punto entre tus dos pupilas ¿Me vas a creer? ¿O tengo que seguir con la incertidumbre de no saber si la inmensidad de mi amor se contorsiona lo suficiente como para encogerse al molde del lenguaje que podés percibir? ¿Si arde por tus oídos como lo hace por cada uno de mis lunares? Si tan solo pudiese pegarnos espalda con espalda y conectar los tuyos con los míos hasta transferirte por ellos cada gota de anhelo que me recorre por vos.

    ¿Si te digo que te amo son exactas esas palabras o llaves a lo que albergo y lo que resto? Cada hueco es vasto y tuyo para construir algo mejor de lo que yo tan torpemente sabría posible. A tu merced están mis esquinas y mis sentidos que se alertan centurias antes de que llegues a tocarme, como un peregrino en la atenta espera a la llegada de su salvador. A vos te corresponden mis suplicas, mis plegarias para el perdón divino. Decime que igual me querés o el cielo pierde valor.

    ¿Podré entonces hablar de ternura erótica? Del vaivén del deseo sustanciado en el amor y no en lo orgánico, del placer orgásmico de mirarte mirarme y desearme -quererme tuya- no como a un animal apresado sino como a fruto dulce en su punto exacto de madurez...

    Madurez que cada línea de mi cuerpo carencia a tu contraste, ultraje que te permito lleves a cabo porque quiero y no porque quieras, porque sé que no querés y eso me hace entregártelo todo de rodillas. Quiero dibujarme todas las marcas de la vida con tu cara adentro. Quedar impregnada de la prueba histórica que evidencie que yo te amé. Que este cuerpo cayó en tus brazos y no fue cuestión de apiadarse. Piedad hay en mis labios cuando me pedís un momento para respirar, un segundo menos de silencio. Silencio que se inunda con la gracia de saber que es -nuestro-. Si alguien fuera a interrumpirnos estaría jugando con lo sagrado, con la tanza resiliente del afecto proveniente de lo más profundo de dos animales civilizados casi por obligación. Por cumplimiento. Te amo tanto que me siento animal.

    Pero nada de eso importa, si te vas temprano me quedo para recordarlo todo, para mantenerlo vivo un rato más.

    Hay vida en saber que exististe en el mismo mundo que yo, y nos quisimos. Tanto que la ternura se apiadó y le pidió al tiempo que nos encuentre igual, aunque no encajen nuestras manos, aunque seamos impares en marcas y hablemos distintos idiomas. Acá estamos, y por eso me volví creyente de algo más inmenso, misericordioso.

    hele

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