Pasos quietos, significados ambivalentes. Hay un llanto que surge de entre mis costillas, quiere romperlas, necesita salir y sentenciar mi muerte, hacerla evidente ante tus ojos que parecen grises sobre el sol. Va buscando un camino, va quitándome la vida, se queda inquieto en mi pecho y forma ahí la fortaleza que me consume. Tengo la urgencia de arrcancarme con los dedos tus recuerdos, dejarme sin restos de vos, morirme por valentía de escapar.
Pido el silencio. Quiero que no hables, mírame al alma. Son fragmentos, apenas humo que asciende hasta el techo de la habitación que nunca conociste. Escupiste las palabras y llegó tu lengua fría, filosa como tu caricia. Me desvanezco, me estoy perdiendo, ¿qué vas a hacer? No hables, no te calles. No hagas nada. Quítame el dolor con un beso. No te acerques. Déjame volver a mí.
Estoy sentada esperando. Hace frío acá adentro. Afuera me ahogo de dolor. Ya no sé a qué espero, exactamente. Cada segundo se separó de su estructura lógica, mis tristezas no recuerdan qué marca el reloj de este baile muerto. Tampoco sé qué hora es. Escondo mi mano lejos de tu vista y voy tirando del hilo que aún me mantiene en pie, aprendiendo a la perfección la muerte que nos acecha.
Banderita blanca. Rendición. Necesito parar, requiero tu aire, me estoy quedando sin el mío acá. Se me fue el sabor de hablar, ya no me acuerdo qué te iba a decir. Es solitario caminar y verte siempre para otro lado, como buscando la salida más rápida de mí. Te pregunté algo, ¿qué vas a hacer? Tengo la garganta llena de sangre y la boca esculpida de dolor. No te quiero escuchar.
Te pregunto.
¿Quién sos? No te conozco.
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