PETALOS DE POLVO

La pólvora se moja y pierde dignidad.

Y algún libro de un alemán que escribió sobre la voluntad, nos confiesa con la misma voz que el cantinero que expulsa al último hombre de la taberna porque la fiesta ha acabado, que jamás hemos tenido pólvora, sino polvo.

Creíamos en la pólvora pero jamás la habíamos visto.

Y nos convertimos en tontos marineros de ríos, con la esperanza de algún día ser dignos del mar.

Y nos vamos río abajo, por donde huye la noche, con rastros de sol en nuestros hombros, y destellos de fulgor en nuestros ojos que indican que alguna vez caímos en la tentación de sumergirnos en una ilusión.

Navegamos bajo un arrullo de estrellas, ya sin tirar el ancla para detenernos.

Jamás volveremos al embarcadero del cual salimos. 

Solo las letras regresan del olvido y logran desatar las serpientes de la ilusión

Nosotros, en cambio, navegamos buscando un astro alejado de la tierra donde edificar una cuna y un ataúd. Por eso jamás lanzamos un ancla y reclamamos una patria. 

Porque jamás tuvimos pólvora para cargar nuestra arma, siempre había polvo en el tambor.

Y al descubrir eso, ya la primavera no canta en nuestro interior.

Las estaciones no vuelven más para nosotros, ya no vuelve el día con su candor, ni la dulce cercanía del amanecer. Para otros quizás la primavera vuelva a nacer con sus almendros, pero no para nosotros. Porque el sol no desveló las tinieblas y no se abren las flores en el otoño tardío 

Quizás alguna vez la primavera vuelva a cantar dentro nuestro, pero lo hará con el canto del pájaro envejecido que regresa al árbol de su juventud buscando un canto de antaño que ya jamás recuperará.