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Pesadilla

Matías

Sep 1, 2024

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Pesadilla
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  Esa noche sentía los parpados pesados. Como si se rehusaran a presenciar la noche. Como si me advirtieran que mi mejor opción era seguir durmiendo.

  Quizás debí hacerles caso, pero me había despertado y, como de costumbre, mi hermana no estaba acostada.

  Cada noche, que a mi madre le tocaba trabajar, era la misma rutina. Cuando ella se iba, mi hermana y yo, cenábamos, jugábamos y, llegado el horario, nos acostábamos a dormir en la cama de mi madre.

  Mi hermana era pequeña en aquella época, alrededor de cuatro o cinco años de edad, así que me era obligatorio dormir a su lado por culpa de su miedo a la obscuridad. No era un sacrificio tan grande como suena. Con quince años, solo tenía una cama de una plaza con un colchón viejo, y la cama de mi madre era espaciosa y cómoda. Lo único malo era la tendencia de mi hermana de despertarse en medio de la noche.

  Era moneda corriente cuando nos quedábamos solos. Siempre esperaba a que me durmiera y, muy sigilosamente, se levantaba a ver la televisión al comedor. Por culpa de esto, mi dormir se volvió más ligero. Ahora que lo pienso, no puedo culparla, yo hacía lo mismo.

  Y la noche en cuestión no transcurrió distinta a las demás. En cuanto mi madre se fue, cenamos y al rato nos acostamos a ver algo en la televisión, hasta dormirnos. Y, como para no perder la costumbre, mi hermana se despertó en mitad de la noche.

  Sentí cuando se levantó y suspiré para mis adentros, cansado de la rutinaria desobediencia, así que me dispuse a levantarme también para terminar con la pantomima diaria. Sé que tendría que haberme percatado en ese momento que la noche no apuntaba a ser normal en cuanto sentí que mi cuerpo no respondía.

  Me ha pasado, y aun me sucede, dormirme sobre mi brazo y despertar con este totalmente entumecido. Pero una cosa es un brazo, otra muy distinta era el cuerpo entero. Hoy comparo ese entumecimiento con el de una parálisis del sueño. Quienes las hayan sufrido quizás logren entender la petrificada sensación que estaba padeciendo.

  A pesar de todo, mi obstinado ser fue más fuerte que la anormal situación, y en cuanto pude mover un brazo todo mi cuerpo lo siguió, aunque con mucha dificultad.

  Recuerdo que tuve que hacer un esfuerzo enorme. Si me concentro lo suficiente, aun puedo sentir la presión que sufrieron mis músculos para conseguir una acción tan sencilla como levantarme de la cama.

  El cuerpo me respondía mal, mis parpados pesaban tanto que me dificultaban la visión y tenia los oídos embotados, pero lo había conseguido, logré ponerme en pie.

  Caminé a muy duras penas hacia el comedor, pasando por el pasillo que conectaba con el baño, llamando a mi hermana y maldiciendo por el reguero de juguetes que me encontraba en mi camino.

  Las luces bajas de la cocina atenuaban la obscuridad del comedor llenando la estancia de una ominosidad interrumpida solo por la caótica alfombra de juguetes.

  El sillón, vacio. La televisión, apagada. Mi hermana, desaparecida.

  Confundido y todo en silencio, solo me quedó pensar que mi hermana podría estar en el baño. Pero no, estaba más cerca de lo que creía. En cuanto me di la vuelta la vi. Estaba parada de espaldas a la pared, con la cabeza gacha y el rostro tapado por su enrulada cabellera.

  No tardé en tomar el rol de hermano enojado, agarrándola del hombro y girándola hacia la habitación mientras la regañaba. Y acá es donde tendría que haber notado, una vez más, que todo era anormal.

  Es interesante como alguien puede despistarse ante señales claras que salen de su rutina, y la actitud de mi hermana era de lo más rara. No me miraba ni oponía resistencia. Era como guiar a una sonámbula.

  Llegamos a la habitación, la acomodé en su lugar y me acorté a su lado advirtiéndole que no volviera a levantarse. No pasaron ni cinco minutos que, en cuanto cerré los ojos, sentí su desobediencia.

  Me volví  a parar, cansado y enojado, y noté que se había ido con mucha velocidad. Volví a rodear la cama, crucé el pasillo atestado de juguetes y volví a encontrarme parado en el comedor. Pero esta vez sí noté la enorme anomalía.

  Desde donde estaba, parado al lado de la mesa, veía como la puerta de la cocina, que daba al patio trasero, estaba abierta y entraba la más brillante y blanca luz que vi en mi vida, como si alguien hubiera puesto los reflectores de un estadio en la entrada. La acompañaba una ligera bruma que cubría el suelo de la cocina creando una ominosa escena que comenzaba a helarme la sangre.

  Fueron dos eternos segundos donde tanto mi mente como mi boca se enmudecieron tan rápido como la llegada del pensamiento de encontrar a mi hermana y salir corriendo lo más deprisa que mí entumecido cuerpo podría permitirme.

  Quisiera tomarme una libertad antes de terminar mi relato para resumir un poco mi situación e intentar que se me entienda lo suficiente cuando digo que fue un suceso que marcó mi vida.

  Tenía alrededor de quince años y me encontraba solo en mi casa con una hermana pequeña de unos cinco años de edad. Y, en medio de la noche, la puerta de mi cocina que daba al patio estaba abierta dejando entrar una viva luz blanca, que salía de la nada.

  Estaba cagado hasta las patas.

  Me giré y me llevé un susto que me dejó sin aire, sentí como mis pulmones dejaron de trabajar. Frente a mí, estaba mi hermana, una vez más, inmóvil y con la cara tapada por su cabello, peor a su lado había un hombre, o una mujer. En realidad jamás lo supe con certeza, solo era una silueta oscura y sin rasgos mas allá de ser un poco más alto que mi hermana y carecer de cabellera.

  Balbucee unas palabras, que no recuerdo cueles fueron, a la vez que levantaba mi brazo derechos y apuntaba al ser con mi dedo. Pero tampoco importa cuales fueran, en cuanto la primera palabra quiso salir de mi boca, me paralicé por completo. Y no como al comienzo de la noche. No era un entumecimiento, no sentía el cuerpo dormido. No, está vez era distinto, como si de repente me volviera de piedra y perdiera el control de cada átomo de mi cuerpo a excepción de mis ojos.

  No pude hacer nada más que ver como la inquietante figura pasaba por mi lado, seguramente yendo a la puerta de la cocina que estaba abierta, llevándose a mi hermana quien lo seguía, perdida en su extraño transe.

  Lo tuve a tan escasos centímetro y me sigue perturbando el recordarlo. Sin ojos, sin boca, sin orejas, no tenía nada. Era como una sombra, como si alguien se vistiera con un traje tan negro como el cielo nocturno. Era como si su apariencia se censurara ante mis ojos.

  Mis parpados empezaron a cerrarse haciendo que todo comenzara a quedar a oscuras al tiempo que mi hermana se perdía de mi vista hacia mi derecha.

  Desperté en la cama de mi madre, tapado y con mi hermana durmiendo plácidamente a mi lado. La oscuridad había durado lo que un parpadeo. Me sentía raro y no volví a dormir en toda la noche, recordando lo ocurrido.

  A día de hoy me tranquilizo pensando en que todo fue un mero sueño pero, como dije, me sentí raro toda la noche. No porque sintiera algún malestar físico o miedo alguno, me sentía raro por sentir todo lo contrario. Estaba tan tranquilo como si nada hubiera pasado aun teniendo las imágenes tan vividas en mi mente. Como si alguien hubiera borrado las huellas de un delito tan meticulosamente que me hiciera dudar tanto de la realidad que hasta mis sensaciones se veían afectadas, haciéndome sentir en calma y seguridad. Y si fue así, muy perversos han de ser estos seres que decidieron dejar mis recuerdos intactos y con todo detalle. Como si supieran que nadie me creería jamás y los dejaran solo para que me mortifique el pensamiento de si todo fue real o solo una muy realista pesadilla.

Matías

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