Pernoctar en el Valle

Un muchacho en situación de calle pregunta en la terminal de colectivos: "¿habrá alguna posibilidad de ducharme?" Le responden que de ninguna manera. Intenta vender unos sahumerios, que todo el mundo rechaza con la mirada. Al lado, su perra, le dice "Luna", es una perra negra muy tierna. Me pregunta, a mí, solo tengo cuatrocientos mangos, que se los doy. Le digo que se quede el paquete de sahumerios. Reniega de su suerte y le comenta al muchacho de al lado, quien le ofrece un cigarillo: "hoy pura malaria, capaz hay que pensar en positivo, Dios dará".

Solo fé, pero Dios no está en su soledad. Dios no está en esa gente que lo rechaza, Dios no está en el tacho de basura que revuelve. Y Dios ¿dónde está? ¿Lo cuida Dios en estas mil noches gelidas de viento patagónico? ¿Dios alimentó a su perra en este día?

Observé en la profundidad de sus ojos como se corroe la mínima esperanza que tenía de no sentirse solo en la hostilidad de la metrópolis que lo ve como invisible. Que hace la vista ciega ante su caminar. El mundillo civil lo ve como un adefesio, porque él es símbolo de este mundo psicopata y aplastante. Cuando se duerme en el asfalto, no hay paz, no hay sueños, no existe pernoctar. La mano que estaba esperando no llegó; ¿habrá conseguido esa anhelada ducha? No lo sé, pero sé que hoy él y su perra pasarán otra noche en la fría calle patagónica.