Empaqué mis maletas con una o dos pilchas,
de las que más usaba en ese momento.
Tomé la ruta más rápida,
la que me dejaba al borde de sus labios,
recorrí cada surco, cada curva
me serví como si fuera dueño y señor de su piel,
acaricié miles de paisajes en un solo lugar.
Me pregunté a mí mismo,
¿Cuándo? ¿Cuándo te sumergiste tanto
en este viaje inmersivo?
Abandoné todo, rompí cada atisbo de permanencia en mi hogar
pues ya no lo era,
mi hogar ahora son estas rutas,
estas rutas curvas, que hacen que mis dedos dibujen cada centímetro, cada poro.
Y es que tu paisaje es tan colorido,
tan hermoso que me hace vibrar más alto.
Caminé por las praderas acariciando cada flor,
me relajé e inspiré profundamente,
dejé entrar hasta lo más profundo de mis entrañas
el dulce aroma a jazmines y a lavanda,
me recosté en el pasto,
me empecé a fundir con la tierra,
y no tenía miedo, no tenía miedo para nada.
Y fuimos
y seremos.
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