La última película del alemán Wim Wenders, Perfect Days, es un bellísimo homenaje a una perspectiva de vida que requiere coraje, especialmente en este clima político; una forma de mirar al mundo que se atreve a encontrar la belleza en lo más simple, en lo que se nos aparece como dado pero que no por eso es menos valioso.
Nuestro protagonista, interpretado por Kōji Hashimoto, es un hombre en sus 60s, callado e introspectivo, que vive solo en un pequeño departamento y trabaja en el mantenimiento de baños públicos de la ciudad de Tokio. Él mira y nos hace mirar como el sol atraviesa las hojas de los árboles; escucha y nos hace escuchar a Lou Reed, Patti Smith, Sachiko Kanenobu, The Kinks, y más; lee y nos hace querer leer a William Faulkner, Patricia Highsmith y Aya Kōda; y fotografía —no de forma tan alejada a como lo haría una chica en su instagram—; se sumerje en sus días sistemáticos y contempla no como un mero espectador, sino como un participante activo en su propia vida y en la de los demás.
La película es de esas en las que no pasa nada pero pasa de todo y, en este sentido —no busco decir cosas nuevas ni revolucionarias—, nunca está de más aplaudir el talento de su director, quien nos lleva en un viaje casi onírico en el que a pesar de tomarse su tiempo no lo desperdicia, sino al contrario. Cada toma como cada día parece el mismo y distinto; sin volverse repetitivo, nos muestra una vida rutinaria y sin tantos altibajos; sin decirnos cómo sentir ni qué pensar, nos hace conmovernos casi sin previo aviso. Con las simples cosas, las interacciones fortuitas, los cambios en aquello que consideramos ya sabido o ya visto, lo no-familiar en lo familiar.
Ver esta película como una veinteañera cüir, momentáneamente desempleada, que dejó la carrera universitaria y vive en Buenos Aires en el reinado de la ultra derecha, tan absurda y rídicula como cruel y calculada, fue como tener un bello sueño de dos horas y cuatro minutos con el cual desaparecer de mi realidad y adentrarme en la fantasía de los pequeños placeres cotidianos, un poco envidiando esa liviandad y sonrisa con la que enfrentaba sus días Hirayama.
De todas maneras, y a pesar de que cada día nos despertamos con una nueva noticia de como nuestro actual presidente nos vende, nos empobrece, nos impide tomar el transporte público, nos saca la comida, intenta —no va a poder— robarnos nuestra propia cultura y con ella, nuestra historia (con lo importante que es!), y hasta pretende despojarnos del sentido común —esto sí está en duda—; yo sí creo que podemos encontrar si no días perfectos, al menos algunos días buenos. Y para mí tiene que ver con lo que nos propone Wenders, de forma tan pura y no por eso ingenua, y es amigarnos con nosotres mismes, con la vida rutinaria, con las cosas sencillas, las amistades y encuentros accidentales, recuperar la ternura, que tan descuidada la tenemos y volver a caminar con la cabeza en alto, que no se trata de algo fácil sino de un acto consciente y revolucionario en este momento en donde quieren que callemos, que desaparezcamos.
A todo esto yo le sumaría también crear redes de contención, cuidarnos entre nosotres, hidratarse y, por favor, salir a pelearla en la calle!
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