Tomé una decisión que me desgarra,
que me obliga a mirar el futuro con los ojos vacíos
y las manos llenas de lo que no pudo ser.
Voy a dejar de contaminarlo todo con este amor miserable,
enfermo de espera, hambriento de lo imposible.
Te dejo ser, te dejo libre,
aunque cada fibra de mi cuerpo grite lo contrario.
No sos mío y tal vez nunca lo fuiste,
pero me pasaría la vida intentando creer que sí,
construiría templos de ceniza en tu nombre.
Pero no puedo atarte ni con el deseo más feroz,
ni con las palabras que me sangran en la boca,
ni con la desesperación de saber
que después de vos, todo se sentirá menos real.
Y sin embargo, este amor no muere,
porque hay cosas que ni el tiempo ni la distancia
pueden arrancar de mí.
No te olvido, no te dejo de amar,
pero suelto lo que desgarra, lo que (te) condena.
Te dejo ir porque te amo,
porque el amor no es una cadena ni una herida abierta.
Ojalá algún día, en otro tiempo, en otra vida,
vuelva a encontrar esos ojos negros estelares,
y esta vez no tenga que ser tan trágico mirarlos demasiado,
ni soltarlos con las manos temblando,
ni escribir despedidas con el alma hecha pedazos.
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