Esta ciudad se me hace chica. Creo conocerla entera, pero sólo la conozco un poco. Conozco un circuito, un puñado de lugares, algunas personas, actividades, maneras de ser. Si miro para abajo veo a las nuevas generaciones creando transformando el mundo, y si miro para arriba, veo a las generaciones viejas conservando el suyo. ¿Qué es esta indefinición, siempre transicional, a la que parezco estar anclado? Creo conocerla, pero no la conozco tanto. Desconozco muchos recovecos. No indagué todos los rincones...
Lo que conozco es mi sentimiento. Y tanto lo conozco, que ya apenas lo pienso. Las palabras que alguna vez retuve y que, como un hechizo, evocaban lo esencial del mismo, se perdieron. Se dieron por sabidas. Me distraje. Ahora sé lo que siento, pero no sé cómo decirlo. Es como convivir con un amigo de toda la vida, al punto de llevarlo encarnado en el corazón, pero habiendo olvidado su nombre.
No sé qué más decir. Quiero sonar interesante. Quiero decir algo que pese. Lo que pesa es el tiempo que encarna en los actos. Las palabras son humo. Escribir no es sino tratar de agarrar el humo, como quien trata de poseer una mariposa clavándola en un corcho. O como cuando se ve un tronco nudoso y se siente el extraño deseo de querer poseer esa danza retorcida, ese despliegue petrificado... Quisiera poseer el cuerpo del tiempo, como quien pone su mano en la cintura de alguna gitana que, pasada la noche, se convierte irremediablemente en un recuerdo imborrable, inasible y que sin embargo se siente como una picazón ahí donde es imposible rascarse. Adentro, muy adentro. ¿Dije algo ineteresante? ¿Tuvieron suficiente peso mis palabras? Poco más que hojas al viento.
Quiero decir, hablar, abrir el corazón y que la boca se limite a imitar sus gestos. Si tironea para un lado, para el otro, si se ensancha, si se contrae, que la boca se limite a imitar, a ser sombra del corazón, que lo siga a donde sea que vaya, que se le pegue como una lapa y no lo suelte. Y sino, silencio, que el silencio es el espacio en el que se despliega el corazón, su tambor, su batir, su latido atronador. Qué milagro...
Hoy pensaba en la sumisión y en la obediencia, en plegarse ante un maestro y en seguir sus enseñanzas. Y pensé en quienes se someten a lo absoluto. Una sumisión a lo absoluto es una sumisión absoluta. Y pienso en que quizá esas gentes escapen cobardemente a la falibilidad del hombre, y a la falibilidad del estar vivos. Que entregarse a Dios o al Tao o a Brahman muchas veces es entregarse encubiertamente a uno mismo, en un giro solipsista que nada tiene que ver con el prójimo. No lo sé. En mi corazón está el deseo de la entrega ferviente, de la inclinación ante lo más alto. Pero, ¿no es lo más alto también lo más alejado? Un maestro de carne y hueso, en cambio, enseña también desde la falibilidad. Dios no erra. El hombre sí. Y, ¿de qué se aprende, sino del error? Pienso en esas esculturas griegas, ante las cuales es tan fácil sentirse feo.
Pienso en volver hacia atrás o en saltar hacia adelante, porque por momentos no sé qué es lo que hay aquí y ahora. ¿Dónde estoy parado? ¿Dónde mierda estoy? ¿Deseo todo esto? ¿Es resignación? ¿Perseverancia? ¿Paciencia? ¿Cobardía? El precio de un continuado autoboicot. El enojo del impenitente que sabe de sus errores pero es demasiado orgulloso como para admitir que lo perpetuó, a conciencia, y pretendió olvidarse de ellos en el camino. Tarde o temprano, lo vienen a uno a buscar y a rendir cuentas. Egoísmo, rencor, envidia, codicia, avaricia, falsedad, lujuria, gula. Desenfreno donde tendría que haber freno, freno donde debería haber acción. Y ahora, pagar el precio, como cuando la profesora te obligaba a pedirle perdón a tu compañero, que era un imbécil, pero lloraba más convincentemente y no tenía problemas en ser un buchón.
Tapao el llanto con ira, mando a todos a la mierda y me voy solo, a seguir dialogando con mi muerte. Vuelvo al claustro, a la cueva, a donde no hay nada, nadie, nunca. Al círculo en donde la mentira se despereza chocha porque no hay objetividad, ni reflejo que la estigmatice, ni "el infierno son los otros". Porque no hay nada contra qué chocar en esa soledad circular que va del espejo mágico de la pantalla al ojo mágico de la mente y viceversa. Porque no hay nada ahí. No hay nada. Parece haber de todo, pero no hay nada. Lo que hay, está acá, acá adentro. Lo siento. Lo intuyo como un oscuro movimiento, como una anguila, una víbora, un pez, un gusanillo. Lo siento. Lo siento. Lo siento... Perdón.
Recomendados
Hacete socio de quaderno
Apoyá este proyecto independiente y accedé a beneficios exclusivos.
Empieza a escribir hoy en quaderno
Valoramos la calidad, la autenticidad y la diversidad de voces.
Comentarios
No hay comentarios todavía, sé el primero!
Debes iniciar sesión para comentar
Iniciar sesión