PÉRDIDAS
Al despertar advirtió que la luz estaba encendida, y la realidad lo abatió. Se levantó y se dirigió a la habitación contigua y comprobó que Susana aún dormía. Al verla sintió lástima por ella, y también por él. ¿Nos extrañará Benja? ¿Nos extrañará tanto como nosotros a él? La sola idea de no reencontrarse nunca más con él, lo aplastaba. Temía que si no existía Dios no tendría a quien echarle la culpa. No entendía la incongruencia de llevarse a quien tenía todo por delante, y no a él que le quedaban menos años de vida. Se disponía a salir de la habitación cuando vio que Susana se había despertado.
- ¿Te preparo el desayuno? le preguntó.
-No tengo ganas de vivir, menos de desayunar- respondió Susana, y gruesos lagrimones bañaron su cara.
Presuroso, buscó un pañuelito de papel y le secó la cara.
- No puedo secarme sola las lágrimas. Si estuviese muerta tal vez estaría con Benja…
Arrasado, solo atinó a tomarle la mano.
- ¿Ves? Ni siquiera puedo sentir tu mano.
Se sintió un hombre vencido. Sabía que estaba solo para todo, y que nunca habría solución ni consuelo para la tragedia. Se preguntó qué tan mal tipo era para tener que transitar por todo esto. Susana, condenada a estar postrada en la cama, y que también lo condenaba a él a una vida silenciosa, inmóvil, gris… y Benja que se fue… ¡tan chiquito!, tan feliz, tan sonriente... y la mala maniobra de aquel camión, cambiándolo todo para siempre.
-Aunque sea tomá un poquito de té-, le dijo, y ella aceptó.
Mientras preparaba el té, imaginaba todas las opciones que podría haber tomado aquella noche: no haber aceptado la invitación al cumpleaños, no haberse detenido en el kiosko para comprar cigarrillos, haber continuado por el camino secundario sin desviarse hacia la autopista…
El fuerte olor proveniente le advirtió que debía cambiarle el pañal a Susana.
Luego de cambiarle el pañal se sentó al lado de ella en la cama para sostenerle la cabeza y ayudarla con el sorbete.
-Perdón por todo esto.
-Perdón nos tendría que pedir a nosotros la vida-, respondió desbordado.
Susana lloró de nuevo y él se derrumbó por dentro.
-No fue mi intención hacerte llorar…
-No te disculpés. En este estado lo único que puedo hacer es llorar…
Optó por acariciarle el pelo mientras oía el ruidito de la succión del sorbete. Se quedó toda la tarde con ella. En silencio la miraba dormir. “Solo soy feliz cuando duermo”, le había dicho la otra vez Susana, y él pensó: “esto es una muerte en vida”.
- ¿No vas a comer nada?
-No tengo ganas de comer, solo quiero dormirme para olvidar.
Él se quedó mirando el cuadrito con la foto de Benja. Luego de un rato dijo:
-Vámonos a la playa.
- ¿Ahora?
-Sino cuando… ¿Qué más da?...
Susana no respondió. Él la levantó en brazos y se dirigió hacia el auto. Se le complicó acomodarla en el asiento trasero, pero lo logró. Sentados en la arena, él la sostuvo para que pudiese mirar el mar. Estuvieron un largo rato en silencio, hasta que él señaló el cielo.
-Aquella nube… se parece a Benja.
Susana miró la nube y volvió a llorar. Él se quedó pensando un largo rato, y luego exclamó:
-Vamos, nos metamos al mar…
- ¡Estás loco!
- ¡Sí!-, respondió mientras la alzaba en brazos.
Cuando la marea los condujo mar adentro ella lo miró con dulzura y él la abrazó muy fuerte…

Roberto Dario Salica
Roberto Darío Salica Escritor de Córdoba, Argentina. A la fecha, ha publicado cinco libros, uno de cuentos para niños, poemas, relatos de la infancia y de relatos fantásticos.
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