Perderse para encontrarse

Me encuentro en una búsqueda constante de saber quién soy. Muchas veces busco validaciones ajenas, aceptación de otras personas, cuando la más importante debería venir de mí.

A veces intento definirme a través de lo que otros opinan, como si mi identidad dependiera de un espejo externo. De chiquita pensaba que después de los veinte estaría enamorada, recibida y con el trabajo de mis sueños.

Pero a los 23, nada es como lo imaginé. Estoy cursando mi tercer año de carrera, todavía no hice pasantías ni prácticas, no estoy enamorada y tampoco tenía trabajo. Y sí, muchas veces me persigue la sensación de que “no soy nadie” por no haber cumplido las metas que me había propuesto de chica.

Me comparaba con compañeros de secundaria, mirando qué tal estaban ellos con sus vidas. Sé que es dañino, pero a veces no puedo evitarlo. Con el tiempo, aprendí que todos estamos en diferentes etapas y que eso está bien. Cada uno busca su versión de la felicidad a su ritmo: el trabajo soñado, el amor, la tranquilidad… y está permitido sentirse perdido.

Hoy puedo decir que, aunque muchas cosas todavía estén en proceso, he dado pasos importantes: conseguí trabajo. Todavía me cuesta creerlo si lo pienso demasiado, pero es un logro real que me hace sentir orgullosa.

Aprendí que los pequeños avances, los tropiezos y la incertidumbre forman parte del camino hacia conocerse y crecer. No se trata de tener todo resuelto a una edad concreta, sino de aprender a escucharse, valorarse y celebrar cada paso que nos acerca a ser quienes realmente queremos ser.