La única forma de no perderlo, era perderme,
esconderme entre sábanas y sombras,
entregando solo lo superficial de mí,
como un reflejo borroso de lo realmente profundo.
Guardaba mi corazón en cofres de cristal,
trazando límites con hilos invisibles,
temiendo que al mostrar la verdad de mi ser,
el dolor sería un huésped eterno en mi.
Pero en cada gesto oculto, en cada sonrisa fingida,
sentía el peso de lo no dicho, de lo no confesado,
y el eco de mis pasos resonaba en el vacío,
mientras mi alma clamaba por libertad.
La dualidad de amar y temer, de querer y ocultar,
me consumía en noches de insomnio y soledad,
hasta que comprendí que el verdadero coraje
era abrir mi corazón y aceptar mí vulnerabilidad.
Así, liberé mis sentimientos,
dejando que la verdad fluyera sin miedo,
y en la pérdida de los mismos,
descubrí que la única forma de no perderme, era perderte.
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