No hay cordura restante por la cual luchar, ni sombras que perseguir, y el sol un día salió y mi silencio finalmente no significa nada, y finalmente no puedo comprenderme, ni a vos, ni vos a mi, ni nadie comprenderá nunca, y está bien, supongo, tampoco intento entender, simplemente huir, huir de la despreciable sensación de ruina, de la nula posibilidad, de la aspereza de los ojos que ya no me miran por dentro.
Hemos soñado con convertirnos en un agradable paisaje soñado, pero nos sorprendemos al darnos cuenta que la angustia revuelta por dentro rasguña la pizarra donde anotamos todos nuestros sueños, y que los mantos que cubrían mi cuerpo ya no son tan suaves, ni poseen del terciopelo al que te has acostumbrado, puesto que debo confesar que mi sola presencia se vió envuelta a momentos de absoluta tristeza y de revuelo. He estado bien, pero nunca ha dejado de doler, y no te culpo por nada, simplemente te recuerdo que el alma que me habitaba, ya no se encuentra.
He tenido días bravos y mi cuerpo se descompensa, y no entiendo ni tampoco quiero, pero qué es lo que sucede dentro nuestro que no se termina, el por qué padecemos de una eternidad insufrible, y me pregunto sí algún día bastará con decir adiós, o siempre me recostaré y extrañaré enredar mi pierna sobre la tuya. No lo sé. Supongo que te extraño, pero nunca seré capaz de decirtelo, espero que no me odies, ni tampoco me olvides.
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