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PEQUEÑA MUERTE EN EZEIZA

Jul 11, 2024

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Estábamos los tres: Julián, su novia y yo. Faltaban dos horas para que ella se tomara el avión que la llevaría hasta Alemania. Tomamos un café cada uno en silencio. Yo intentaba cada tanto animar la charla con típicos comentarios boludos sobre el clima, la gente, cómo sería trabajar en un aeropuerto, pero parecía hablar solo; era un monólogo en vivo.

"No la veo nunca más", me había dicho mi mejor amigo durante todo el mes.

En un momento, él se fue al baño, y quedamos solos Violeta y yo. Mientras me miraba fijamente, me suplicó que cuidara a su novio. Me reí, le dije que no se hiciera drama, pero en realidad, moría de ganas de mandarla a la mierda, decirle que lo que estaba haciendo era una cagada, que no podía rajarse así de la nada, sin previo aviso, de un día para el otro. Nunca me había cerrado del todo, y ella lo sabía.

– Tranquila, Viole, todas las noches antes de dormir le voy a leer un cuento y cada mañana le voy a preparar el desayuno –dije con total ironía.

– Tenés que entender que es una oportunidad única en la vida –me contestó ella.

– Está bien, andá y disfrutá de Europa. Yo me voy a encargar de tu novio durante un año, tranquila –dejé caer, con una mezcla de resignación y sarcasmo.

Julián regresó con los ojos enrojecidos, y comprendí que había llorado. Violeta notó eso de inmediato, y se abrazaron. Era el indicio claro de que debía darles su espacio. Opté por explorar el lugar. Mientras lo hacía, reflexioné sobre cuántas veces me encontré en velorios y aeropuertos. Llegué a la conclusión de que tal vez, en los aeropuertos se sufre de manera similar. La idea de no volver a ver a alguien es realmente aterradora, casi como una muerte en vida. Una pequeña muerte.

En un momento, giré y los vi abrazados nuevamente. Pensé que tal vez esos serían sus últimos abrazos, pero al mismo tiempo me conmovió la idea de su regreso. La próxima vez, imaginé, sería con alegría, con felicidad, totalmente distinto a ese momento.

“No la veo nunca más”, esas palabras resonaban constantemente desde la primera vez que las escuché. Me repetía a mí mismo que no era para tanto, que un año se pasa volando, pero una cosa es ser testigo y ver las cosas desde afuera, y otra muy diferente es ser víctima de un dolor tan profundo.

De vuelta a Olavarría, Julián lloraba, y yo, por momentos, me unía a su tristeza. Parecía que él lo sabía de verdad: Violeta no regresaría a Argentina. Sumido en una negatividad total, intentaba ser positivo; quizás por eso no vi o no quería ver la verdad. Con el tiempo, nos enteramos que no sólo estaba en pareja con un alemán, sino que también esperaba su primer hijo. Al charlarlo con Julián, él rió y repitió su profecía: "Viste, optimista del carajo, a Violeta no la veo nunca más". Y así fue, siguió transitando el tiempo, y ella no pegó la vuelta.

Pasaron uno, dos, y hasta tres años, y no volvió. Durante todo ese tiempo, las cosas fueron cambiando, pero hay algo que hasta el día de hoy no se modificó. Los ojos de Julián nunca dejaron de intentar encontrar. En cada oportunidad que caminamos juntos, o estamos en una fiesta, o un boliche, o simplemente en una plaza o cualquier lugar, los ojos de mi amigo se pierden, como buscando algo.

Esos ojos todavía quieren ver a Violeta. Lo sé porque yo también por momentos tengo la misma mirada. Ninguno de los dos dice nada, pero buscamos lo mismo.

Niyén Pibuel

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