Tras las cenizas que se extinguen
como recordatorio de nuestros días
pienso que la felicidad
no fue más que oír tus bocanadas de humo
al ritmo de la apacible noche.
O bien
fue el espacio del silencio
entre tu voz y la mía,
mientras ensayábamos sonrisas de costado,
envueltos en el contorno de nuestras sombras
dibujando mariposas en la habitación
Tal vez,
fue el sigilo de tus pasos
recorriendo el amanecer;
o el atrape de tu aroma que perdura
en ese lugar ausente
entre un abrazo y un adiós.
En mis días solitarios
pienso que eso fue la felicidad.
La conservación precisa de tu imagen
en el oscuro paso de lo cotidiano
entre días semejantes
entre rutinas aprendidas.
Así fue la felicidad,
el recorrido de nuestras libres caminatas,
los saltos sobre charcos de agua,
la contemplación de aromos milenarios,
la adivinanzas de estrellas que se abren en el cielo.
Y no importa que los días felices hayan sido breves,
en la brecha perdida entre el ayer y el mañana.
Volveré a ellos,
con el humo que emana de tu boca,
con tus cenizas que reviven cada noche.
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