Cómo hablar de la existencia, realizar tales tratados con la vida, existir como fuente de vida ¿Cómo? Si somos un cúmulo de inexistencias.
El pasado ya pasado, inexistente, solo son recuerdos, desaparecido (como sus hijos).
El presente, porción del caminar que respiramos, donde sentarnos, presente efímero, tanto que resulta inexistente, tanto así que al pronunciar su nombre ya es pasado.
El futuro, ilusión de la humanidad, inalcanzable, eterno horizonte de literas, otra inexistencia.
Y cómo hablar del tiempo si, sus ramas, sus tres partes que lo conforman resultan inexistentes.
Tiempo, invención humana, derrumbe de infinito, demostración de la torpeza con que andamos, refutación de nuestra finitud.
Seremos aquello que no somos, aquellos que existe por cimientos de inexistencia.
Y si existir implica ser funcional a la maquinaria global de éste mundo podrido, hay que revisar nuestro reflejo en las nubes, sospechar que quizá -y solo quizá- debamos optar por no existir, no formar parte de las cuarenta del mazo de la desdicha humana.
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