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    Pensamientos

    Era

    Sep 10, 2024

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    Las camelias se mecían suavemente con el viento. Ella resguardaba a las plantas como nadie. Ayer regresó a su casa, y la sombra invadía todos los espacios de la luz, hasta que la apagó.

    Subió las escaleras y contempló la puerta con la mirada entrecerrada. Podría haber cruzado, pero él había colocado dos trabas del otro lado, sin mirar quién llegaba, con tanto miedo al futuro como al pasado. Salvaguardaba la puerta de su casa de las miradas curiosas que se preguntaban lo inpreguntable. Aun así, no había santo que dejara de juzgar su espejo.

    Sin meditar demasiado, presionó el timbre, y una melodía chorreante y absurda resonó hasta que se detuvo con el abrir de la puerta. La frente marchita y los ojos exhaustos encontraron una mirada de perspicacia, que enseguida se transformó en susto. Ofreció comida y bebida mientras sugería la extirpación de los órganos de su cuerpo. La vecina escuchaba música, lo que indignó a los santos que acompañan al cura, quien sigue viviendo allí ocasionalmente. No supo cómo manejar tanta desesperación. Ella se preparó un mate sin menta, él atendió el teléfono y publicó el reproche de su cuerpo. Las imágenes de todos los santos en la casa, la virgen de cerámica encerrada en una jaula de cristal, y hasta las velas presenciaban todo lo que ocurría en la habitación.

    Ella regresó, en su legítima defensa, pero ya no pudo entregar nada a sus hijas. La tristeza de una vida donde, poco a poco, se desvanecía el amor, comprendió que la alegría provenía de pintar, de crear, de construir, hasta que se lo fueron arrancando de a poco. Así fue como él arañó las flores de sus pensamientos. Las hojas del palo de agua se marchitaban lentamente, aguardando a que ella abriera las ventanas para que pudieran contemplar la luz del sol. Pero ya habitaba en la oscuridad, apenas con un nombre, mientras él se lamentaba de que la dedicación exclusiva al riego no le dejaba tiempo para el café. Había que sacrificar alguna maceta para salvar la aldea, mientras los santos desviaban la mirada. Quizás, cuanto más oscura es la acción, más ojos de reproche necesita.

    Harta de sus relatos sobre brillos pasados e intervenciones dignas de agasajos sin fondo, se aproximó al pasillo con la mirada fija en el destello de la manija de la puerta, alumbrada por una tenue luz ocre. La voz se disolvió en las capas de oscuridad. Las miradas de los santos se volvieron de papel y fría cerámica. Ya no podían alcanzarla. Sola en la serenidad de haber cumplido su ciclo, dejó de escucharlo y compartió la tristeza, muriendo con sus pensamientos de colores refulgentes que ya no podía regar.

    Era

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