Una pausa. Respirar, mirarme los dedos y recorrer el papel. Sentir el aroma de la casa inundarme las narices. Quedarse horas jugando en la consola. No pensar en que hacer de almuerzo. No recordar (ni evocar) que hacer con la ropa sucia. Dejar de lado esa montaña de cosas por hacer y olvidar.
El camino del artista, dicen algunos. El camino ¿hay uno? ¿existe? ¿Cómo lo formamos? ¿Soy artista? ¿Qué es serlo? ¿acaso escribir me convierte en una? ¿soy escritora? en esos largos plazos donde no elaboró nada ¿continúo siéndolo?
¿Soy yo aunque no quiera escribir? ¿Existo aunque no plasme nada? ¿Amo aunque estemos ausentes?
Pausa. Respirar. No pensar.
Pero las preguntas se quedan instaladas en el fondo, derrumbándose hasta convertirse en polvo transparente. Después, esas partículas se juntan de nuevo, formando otras preguntas que me perseguirán por eones de años más.
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