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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco,un libro y una pintura?

Jul 23, 2025

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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco,un libro y una pintura?
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Parte 2:

Giant Beetle,

Capítulo 5.

Habíamos llegado al final de una calle, y delante nuestro se extendía un largo puente; el piso de roca era más liso, y a los lados habían muros de al menos un metro, decorados con tallados formando figuras extrañas, y con altibajos, ondulandose a lo largo del puente. El puente se extendía al menos cincuenta metros, y luego había un precipicio. Del otro lado, sostenido verticalmente por unas gruesas cadenas, se encontraba la otra mitad del puente. Y detrás de esa otra mitad, estaba el castillo, donde se alzaba una alta torre en el centro, y a los lados había cuatro más, estas un poco más pequeñas que la torre central. El tono apagado, de ladrillos oscuros, con pocas ventanas, y casi sin nada de arbustos ni nada de verde, hacían parecer este castillo como uno abandonado, uno sombrío. Mientras nos acercabamos, y cruzábamos el puente, James cambió su rumbo hacia la izquierda. Nosotros seguimos caminando, y vimos a James acercarse a los muros del puente y hacer un gesto con su mano, levantandola.

Habíamos dejado atrás a James, y los guardias nos seguían empujando hacia adelante. De pronto escuchamos un sonido metálico, las cadenas habían empezado a bajar junto con el puente.

Galeano se giró un segundo y miró a Irys y luego volvió a mirar hacia el frente. Irys de pronto cayó al suelo, y se quejaba del dolor, y apoyó sus dos manos en su cabeza tratando de calmar algo que de repente le había hecho daño. Los guardias se detuvieron y trataron de levantar a Irys a la fuerza, pero entonces ella se había convertido ya en un fiero demonio. Esta vez todo, incluida sus botas, se habían destruido, los guardias retrocedieron y en un abrir y cerrar de ojos todos fueron impactados a la vez por un veloz corte de las garras de Irys.

—¡Jim, Rápido, dispara! —gritó Galano de repente, y su brazo señalaba a James.

Me tomó por sorpresa, tardé un segundo en reaccionar, para cuando voltee a donde estaba James, él ya no estaba.

—¡Se hizo invisible, desapareció! —dijo Galeano— ¡Dispara al aire, trata de alcanzarlo!

Galeano apoyó a Bara en el suelo, y mantuvo una postura defensiva. Miró hacia todos lados, al igual que yo, pero no había rastro de James. Apreté el botón de mi guante y disparé a diferentes lugares, pero no hacía más que disparar al viento. El gancho salía disparado y al no encontrar objetivo, habiendo recorrido gran distancia, se volvía a retraer y meterse de nuevo en mi guante. Galeano era el que más atento se encontraba, y no paraba de recorrer con su mirada hacia todos lados para ver un rastro de James. En dado momento, los tres nos giramos hacia atrás, al escuchar un fuerte ruido. La otra mitad del puente cayó al fin con una gran polvareda, y del otro lado varios guardias más se iban acercando.

De pronto, Galeano recibió un fuerte golpe invisible, que lo dejó inconsciente en el suelo. Irys se encontraba entretenida luchando con los guardias, e iba ganando, pero al ver a Galeano tendido en el suelo, se detuvo, e hizo un chillido escalofriante, grave, fuerte, muy escandaloso. Se acercó a Galeano en un pestañeo y comenzó a rasguñar su alrededor, esperando darle a James por azar. Uno de los guardias con revólver se me acercó, mantuvo su mira en mi cabeza, y no pude hacer otra cosa más que levantar mis brazos. El guardia se acercó hasta mí, y sus pasos eran torpes, y sangraba de uno de los laterales de su abdomen. Estando a escasos metros de mí, pude ver como su mano, la mano que me apuntaba, temblaba, y su mirada se dirigió a Irys. Irys dejó de luchar contra el viento, no tuvo éxito intentado encontrar a James, así que se acercó al guardia con revólver, éste disparó toda sus balas con temor, pero las balas atravesaban el cuerpo de Irys. De un zarpazo, Irys desgarró verticalmente al guardia y lo elevó por los aires unos cuantos metros, y su cuerpo cayó inerte en el suelo. Me encontraba aterrado, Irys comenzó a cansarse, y el ruido cesó. Habían, a lo lejos, más guardias con alabardas y revólveres, pero no se acercaron, se quedaron allí, inmóviles. El tamaño de Irys comenzó a decrementar, cayó al suelo, arrodillada, hasta que no aguantó más y se desplomó. Y lo último que sentí fue un fuerte golpe que me dejó inmóvil y en el suelo, como al resto.

Cuando volví a abrir los ojos, delante mío no había más que unos barrotes de metal. Me encontraba recostado, en un suelo de piedra, frío, y en la oscuridad. La poca luz que había, provenía del otro lado de la celda, por un pasillo, y por el pasillo pasaban cada tanto dos guardias, haciendo una vigilancia. Por suerte, aún conservaba mis dos guantes, pero no tenía la mochila. Me acerqué lentamente y observé a través de los barrotes; delante de mi celda, pude reconocer a Irys. Se encontraba aún desmayada, y parecía vestir sólo unos harapos. A la izquierda de su celda, estaba Bara, apenas la pude reconocer, se encontraba en una de las esquinas, encogida, donde apenas le llegaba la luz.

—No intentes nada —me dijo severamente uno de los guardias, golpeando con el mango de su alabarda los barrotes, asustandome—. Permanecerán encerrados un largo rato, mientras el rey decide qué hacer con ustedes.

El guardia se rió, y continuó su vigilancia, yéndose por el pasillo. Hacían gran ruido en cada paso que daban, y sus armaduras pesadas de metal resonaban en un eco a lo largo del pasillo. Volví hacia atrás, y me recoste en la pared, donde no alcanzaba la luz. En la celda no había nada, ni una cama ni unas sábanas, ni una silla, ni una ventana, ni un inodoro, ni un hueco a modo de inodoro, sólo mugre y un suelo frío.

—Jim... —escuché a alguien susurrar.

El susurro fue muy bajito, pensé que lo había imaginado, hasta que lo oí de nuevo:

—Jim...

Lo escuché un poco más fuerte, y provenía de mi izquierda. Me acerqué a los barrotes e intenté ver de qué se trataba.

—Soy yo, Galeano. Tengo un plan, quiero que estés preparado —susurró muy levemente Galeano desde la celda adyacente.

Pasaron unos minutos, vimos a los guardias pasar, y cuando se encontraron lo suficientemente lejos, vi como Bara comenzó a caminar lentamente hacia nosotros, y con un fuerte golpe estruendoso, derrumbó uno de los barrotes de su celda. Bara salió y caminó por el pasillo hasta dar conmigo, y volvió a dar otro gran puñetazo a los barrotes, dejándome un hueco para salir. Era tal la fuerza de ella que vi como el barrote salió disparado chocando contra la pared en la que me encontraba recostado hacía tan sólo unos minutos, y quedó hundido allí. El ruido fue descomunal, los guardias se habían dado cuenta y se encontraban corriendo hacia nosotros. Nos ordenaron mantenernos quietos, se detuvieron estando a pocos pasos de nosotros y se pusieron a la defensiva, apuntándonos con sus alabardas. Cuando se acercaron lo suficiente, Bara atacó a uno de los guardias por su pié, lo hizo caer hacia adelante haciendo un desastroso ruido metálico, y en cuanto cayó, su cabeza quedó a la distancia perfecta para que Bara, sin perder un segundo más, le diese otro gran puñetazo. La cabeza del guardia explotó en sangre y sesos, fue horrible. Había logrado quitarme uno de mis guantes, y pude destruir las esposas en mis manos. Disparé mi gancho al arma del guardia que quedaba, éste al verme, interpuso su arma frente a sí, y mi gancho dio a parar perfectamente en el mango, donde su mano. Me acerqué y rápidamente toqué con mi mano desnuda su arma, y pronto se encontró desintegrada por completo. Me alejé unos pasos, y el guardia retrocedió también, dio media vuelta y comenzó a correr hacia el fondo del pasillo. Entonces volví a disparar mi gancho, el gancho impactó contra su coraza de metal, me acerqué, le toqué el casco de metal con mi mano desnuda y permanecí así, hasta que no quedó más piel ni cráneo. Su mano me había agarrado mi otro brazo para intentar librarse de mí, y a medida que perdía la vida, a medida que su cabeza se fue desintegrando, se fue debilitando, hasta que su mano me soltó. Me puse de nuevo el guante y volví con Bara. Irys se había despertado, y Bara había roto los barrotes de su celda y la de Galeano.

—Buena chica —dijo Galeano, acariciando a la pequeña—. Tenemos que irnos de aquí rápido... pero arriba nos esperan más guardias de seguro. Habrá que estar preparados, vengan.

Galeano había comenzado a caminar hacia uno de los extremos del pasillo, por donde subían unas escaleras, pero entonces escuché a Irys quejarse con gran dolor. Cuando me volteé, ella estaba en el suelo con una mano en la cabeza.

—¿Qué tienes? —le dije, y me acerqué-. ¿Volverás a transformarte?

Galeano había regresado, y se acercó también y se arrodilló junto con Irys.

—No... Es solo que… me duele… me siento muy cansada... —dijo ella.

Galeano la recostó en el suelo un momento, y acostó su cabeza en el regazo de él. El rostro de Irys estaba oscuro. De a ratos la pigmentación de su cara se oscurecía intermitentemente, y hacía un gesto de dolor frunciendo el ceño, que me hacía doler incluso a mí.

—¿Estará bien? —le pregunté a Galeano.

—Necesita descansar. Transformarse hace que gaste mucha energía —respondió.

Galeano se mordió los labios, y observó las escaleras, miraba hacia ambos extremos del pasillo, donde por un lado las escaleras subían y por el otro bajaban.

—¿Qué ha sido todo ese escándalo? —escuchamos cerca nuestro, desde una celda, y seguida de esa voz masculina, escuchamos otras dos:

—¿Quién está ahí?

—¡Por favor, saquennos de aquí!

Miré a Galeano, él me devolvió la mirada y me hizo un gesto con su cabeza indicandome hacia adelante, por donde provenían las voces.

—¿Quiénes son? —dijo Galeano, mientras yo caminaba lentamente hacia las celdas.

La quietud e intriga del momento y la abrupta interrupción por los pesados pasos de un ejército de guardias en el piso de arriba me sobresaltó. El gran ruido se incrementaba, y pronto se escucharon los pasos bajar las escaleras, y al fondo veíamos las sombras eminentes de los guardias armados, que fueron haciéndose presentes de dos en dos por el angosto pasillo.

—¡Rápido, podemos ayudarles, busquen en el cuerpo de uno de los guardias, deben tener un manojo de llaves! —dijo una de las personas que estaban en las celdas.

Voltee a mirar a Galeano para obtener una respuesta.

—Usa tu habilidad, no hay tiempo para llaves —me dijo.

Y me quité el guante y agarré uno de los fríos barrotes, y pronto se deshizo. El hombre que estaba allí encerrado salió con rapidez.

—Eso también sirve... —me dijo, observando mi mano—. ¡Haz lo mismo con el resto de mis hermanos, rápido!

El hombre me señaló el resto de celdas y fui rápido y deshice el resto de barrotes.

—¡Quietos, arriba las manos! —gritó el guardia más próximo a nosotros.

El guardia se detuvo a pocos metros de mí, me apuntó con su alabarda y comenzó a acercarse lentamente, Bara aprovechó que se había concentrado en mí y le dio un gran golpe cerca de su entrepierna. El guardia retrocedió varios pasos e hizo caer al resto de los que estaban detrás de él. Uno de los hombres que estaba preso, corrió hacia mí y se puso delante, mirando hacia los guardias caídos, y los demás que bajaban las escaleras e intentaban hacerse paso. El hombre flexionó una de sus rodillas y estiró su brazo hacia atrás lo más que pudo debido a las esposas que llevaba puestas, y luego lo disparó hacia adelante con toda su fuerza, y de su puño cerrado se creó una onda expansiva que terminó por derrumbar al resto de guardias, y los que estaban en el suelo salieron volando. Fue un fuerte ruido metálico, y luego uno más fuerte cuando impactaron de lleno contra las escaleras detrás de ellos. Quedaron rendidos, pero aún respiraban. Luego, otro de los hombres encerrados se dirigió hacia la amalgama de guardias y frente a ellos, estiró sus brazos hacia el cielo y un extraño círculo comenzó a formarse desde el suelo.

—Calma, ya ha pasado —dijo, y el leve movimiento de los guardias, tumbados en el suelo intentando levantarse, cesó.

Los guardias quedaron rendidos en el suelo, se voltearon y miraron hacia el techo y pusieron todos una mano en sus pechos y suspiraron profundamente. Entonces, el hombre bajó sus brazos y se arrodilló hacia uno de los guardias y hurgó entre su armadura hasta encontrar un manojo de llaves, se quitó las esposas y luego se las quitó también a los otros dos.

—Libres al fin —dijo el tercer hombre, que durante todo el rato de la pelea permaneció detrás nuestro.

Una vez no hubo más ruido ni guardias de qué preocuparnos, los tres hombres dieron un gran suspiro, y se acercaron a nosotros. Los hombres vestían un par de harapos sucios y rasgados, tenían muy mal olor, y sus cabellos y piel estaban totalmente sucios, oscuros por la mugre.

—¿Qué ha sido todo esto? —dijo uno de ellos, sorprendido y observando todo el desastre.

—El supuesto rey de aquí nos ha encerrado. Pero es todo un malentendido... y ahora debemos de encontrar nuestras mochilas antes de seguir con nuestro viaje -dijo Galeano, mirándome.

Los hombres se miraron entre ellos y parecían hablarse sólo con la mirada. Galeano volvió con Irys y se arrodilló junto con ella. Irys se encontraba mejor, estaba sentada pero sus piernas aún parecían rendidas y su mano apoyada en su frente indicaban que aún se encontraba cansada.

Uno de los hombres, el que había calmado al ejército de guardias, se acercó a ella.

—¿Puedo? —dijo titubeando.

Galeano le dirigió la mirada, lo pensó un segundo, y asintió. Entonces, el hombre se arrodilló y puso las manos en las mejillas de Irys, y fue bajando lentamente hasta sus hombros, luego su abdomen, y por último sus piernas. Al acabar, el hombre se puso de pie. Irys dio un gran suspiro, y Galeano le sostuvo su cabeza que estuvo a punto de caer contra el suelo debido a la relajación que sintió de repente. Al cabo de unos segundos, se encontraba mejor, y pudo ponerse de pié sin problemas.

—Gracias... ¿Qué fue lo que me hiciste?

—Mi habilidad me permite quitar los males y relajar a los seres vivos —dijo el hombre, y su voz era serena.

Irys se tocó el pecho y volvió a suspirar, y le agradeció una vez más.

—Gracias —dijo Galeano.

—Somos nosotros quienes deberíamos estar agradecidos —dijo el hombre que sanó a Irys.

—Dígannos, por favor, ¿cuáles son los nombres de nuestros salvadores? —dijo el otro hombre.

—Yo soy Galeano, ella—

—¡Galeano! -dijo el hombre interrumpiendo a Galeano y agarrando su mano derecha para estrecharla—. Yo soy Mungo.

—¡Un gusto! —dijo el otro hombre, y también le saludó—. Soy Harry.

—¡Al fin! —dijo el último, y también le saludó—. Yo soy Paúl.

—Gracias, gracias. Es un placer. Como iba diciendo, ella es Irys, el muchacho es Jim, y también está por supuesto mi pequeña Bara, la que se encargó de romper los barrotes.

Galeano se acercó a Bara y la tomó en brazos y la acarició. Los hombres se nos acercaron y nos saludaron y nos dieron las gracias, y acariciaron también a Bara.

—¿Dices que ella fue la que rompió los barrotes? —preguntó Paúl.

—Claro. La pequeña cuenta con super fuerza, puede defenderse por sí misma —respondió Galeano.

—Increíble —dijo Paúl.

—Les podemos ayudar a recuperar sus mochilas —dijo Harry—. Nosotros sabemos donde van a parar las pertenencias de los prisioneros. Es lo menos que podemos hacer.

—¿Lo saben? —preguntó Galeano.

—Claro... Bueno, quizás no nos reconozcan en este estado —dijo, y se señaló los harapos con los que iba vestido—. Pero nosotros también somos... o éramos, los reyes de aquí.

—¿Ah sí? ¿Y James los encerró? —preguntó Galeano.

—Sí. Él es nuestro hermano. Antes, éramos cuatro los que gobernabamos el reino, pero todo comenzó a ir mal cuando él conoció a Julieta, su actual esposa. Poco a poco lo fue manipulando, hasta que nos agarró desprevenidos y nos atacó, y nos encerró. Y se quedó con el reino desde entonces, hace ya unos años.

—Es una pena escuchar eso... —dijo Galeano.

—¡Estamos dispuestos a hacerle frente ahora que somos libres! —dijo Mungo.

—Es lo último que nos queda. O luchamos y retomamos el reino, o morimos en el intento —dijo Harry.

—Nos sería de gran ayuda recuperar nuestras mochilas. Si ustedes también son, o eran, los reyes, entonces quizás puedan ayudarnos en nuestra misión, y darnos uno de los discos de aquí, del reino. Y nosotros les ayudaremos en todo lo que podamos para que vuelvan a ser reyes —dijo Galeano.

—Oh, hacía mucho tiempo que no nos pedían nuestros discos —dijo Harry, y cambió miradas con sus hermanos, que parecían igual de sorprendidos—. Claro, les daremos los discos, los que quieran, sólo si nos ayudan a retomar el reino.

—Es un trato —dijo Galeano, y le tendió la mano a Harry.

Harry estrechó la mano de Galeano, se giró hacia las escaleras en el fondo del pasillo y comenzó a caminar.

—Por aquí, sigannos en silencio —dijo, y sus hermanos comenzaron a caminar detrás de él.

Galeano tomó a Bara en sus brazos, y entonces les seguimos el paso, lentamente, subiendo por las escaleras.

Agustín D.

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