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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?

May 6, 2025

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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
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Parte 2:

Giant Beetle,

Capítulo 4.


—¿Este es el reino? —dijo Irys.

—Shh... haz silencio —inquirió Galeano, haciendo un gesto con sus manos para que hablemos en voz baja—. Éste es el reino, sí.

La atmósfera, una vez bajamos, se sintió mucho más calurosa. Había bastante humo, y un tono rojizo cubría el entorno alrededor nuestro, como si un polvo rojo se hubiera esparcido por el reino. Estábamos en una especie de callejón, donde en frente de nosotros seguía recto hasta dar con una calle que parecía tener gente y movimiento, y a nuestros lados, izquierda y derecha, seguía el callejón. Galeano tomó decidido uno de los dos caminos, como sabiendo exactamente hacia donde ir, aunque más bien pensé que lo tomó de forma arbitraria. Le seguimos detrás, fuimos agachados, pasando por debajo de las ventanas de las casas, sin hacer ruido alguno.

Las casas, al menos del lado trasero, eran extrañas; de las paredes salían tubos, varios tubos, que subían, doblaban y se iban, y algunos se conectaban a otras casas. Las edificaciones, además, parecían hechas de hojalata, o un metal blando, barato. Parecían además construidas por un montón de partes soldadas, y mezcladas, puestas de tal forma que lograban formar en conjunto algo similar a un hogar.

El callejón se cortó, y en medio había una calle, y más allá volvía a seguir el callejón. Galeano se asomó y miró para estar seguro, y entonces nos hizo una señal y atravesamos la calle rápida aunque sigilosamente. La ciudad se encontraba, dentro de todo, vacía, tranquila, sin demasiado movimiento. No había nadie, ni gente, ni animales, ni vehículos. Pero podía estar seguro que la ciudad estaba activa, y que habían vehículos en algún lugar, pues murmullos lejanos y sonido de motores, o algo similar, se escuchaba.

Logramos llegar hasta un punto donde el callejón terminó del todo, y delante nuestro no quedó más que una calle abierta. Nos asomamos los tres, y Bara no pareció captar del todo la idea y continuó caminando hacia adelante. Galeano se acercó rápido y la tomó en brazos.

—Pequeña... pequeña, no puedes mostrarte así —dijo acariciándola—. Allí está el castillo, ¿lo ven?

Al asomar la vista, vimos que de entre las casas y las construcciones, lejos, se alzaban cinco puntiagudas torres oscuras.

—¿Aquellas torres? ¿Y cómo llegaremos sin ser vistos? —preguntó Irys.

—Iremos sigilosamente... supongo que no nos queda de otra —dijo Galeano, suspirando.

La calle se encontraba bastante transitada, era como si hubiésemos llegado a la zona central del reino, donde estaban todos los locales más importantes, pues logramos ver una buena cantidad de personas, y de vehículos, autos, bicicletas, pero curiosamente, no vimos animales, ni uno, ni un perro ni un gato. Algo más curioso, era la manera de vestir de las personas, iban vestidas de manera que simulaban ser bichos. Si bien no todos vestían así, una buena cantidad llevaban antenas, prendas traseras luminosas como las de una luciérnagas, alas, alas transparentes y alas de colores, vestidos de color verde, completamente verde como una mantis, máscaras con miles de ojos como una mosca, o con cuernos como un escarabajo.

—Qué raro. ¿Por qué se visten así?

—No se porqué, pero es y siempre fue la costumbre de aquí —respondió Galeano—. Habrá que cruzar, pasaremos rápido, en cuanto salga corriendo hacia allí, ustedes vendrán detrás mío lo más rápido que puedan.

Galeano no volteó ni esperó un segundo, que en cuanto vio el camino despejado corrió en dirección al callejón que seguía más allá cruzando la calle. Y nosotros fuimos lo más rápido posible detrás de él, y pudimos atravesar sin complicaciones hasta volver a estar seguros, resguardados en un nuevo húmedo y oscuro callejón. 

Nos vimos de nuevo caminando, solos, en la penumbra, cuando oímos el sonido de una dulce y cálida melodía de un claro y afinado piano. Sonaba muy cerca de nosotros, sonaba una sola mano tocar nota por nota, hasta que al cabo de un minuto se sumó la otra mano y la melodía se tornó aún más placentera, y los dedos de aquél señor o aquella dama recorrían los graves y agudos del instrumento, que se volvió hipnotizante con tan sólo escuchar. El sonido era tan llamativo que inconscientemente nos habíamos movido hacia donde creíamos que provenía, agachados, llegamos y nos pusimos detrás de una ventana, asomamos nuestras cabezas, y observamos el interior. Vimos a una mujer de cabello largo y rubio, usando un hermoso vestido blanco y marrón, sentada de perfil a la ventana, tocando tranquilamente el piano. Aquellos versátiles movimientos de sus manos eran aún más hipnotizantes, y la dulce melodía era tan acogedora que parecía irreal. Parecía tan íntimo, como si nos estuviera dando un concierto sólo para nosotros.

—Dense la vuelta, lentamente, y no intenten nada —dijo una voz detrás nuestro.

La sangre se me helo, sentí que algo puntiagudo me pinchó la espalda y me sobresalte. Los tres nos giramos, y Galeano tomó en brazos a Bara y la abrazó fuerte. Delante nuestro, en frente de cada uno de nosotros, había un guardia vestido completamente con prendas de un hierro oscuro y pesado, sosteniendo cada uno una alabarda, y con el extremo de ellas apuntadas hacia nosotros. Además, habían dos guardias más, vestidos con telas, apuntandonos con un revólver hacia nuestras cabezas, y frente a todos ellos, estaba aquel hombre-escarabajo que nos estuvo persiguiendo, y en su espalda cargaba con la guitarra. Pude ver entonces que no era un escarabajo como tal, sino que llevaba puesto un vestido, y una máscara en su cabeza, que se asemejaba a la figura de un escarabajo.

—¡Quédense quietos! —gritó el hombre-escarabajo, y entonces los que nos apuntaban con revólveres, quitaron el seguro—. Creyeron que podían invadir como si nada estas tierras, comiendo ilegalmente de nuestros cultivos, destruyendo y profanando la vida en El Jardín, desafiando al pulpo, haciéndole gran daño, y entrando por los conductos de respiración del Gran Escarabajo, y finalmente llegando hasta aquí... ¿Para qué? ¿Para robar? ¿Para seguir profanando nuestra tierra? ¡Inmundos, quedan arrestados!

El hombre escarabajo no nos dejó decir ni media palabra, que se nos acercó y nos esposó las manos uno a uno, excepto a Bara. Luego, nos quitó las mochilas y se las dio a sus guardias.

—¡Arriba! Levántense, dense la vuelta. Intentan hacer algo y les vuelo la cabeza —dijo crudamente el hombre.

—¿James? ¿James, eres tú? —se oyó la voz de una mujer desde dentro de la casa.

El ruido del piano cesó, al darnos la vuelta, nuestras miradas observaron a la mujer, que se había levantado y se encontraba mirando a la pared.

—¿James? hijo... ¿Eres tú? ¿Dónde estás? ¿Con quien estás enojado...? —dijo la mujer, poniendo sus brazos frente a sí, palpando la superficie de los muebles, intentando llegar hacia nosotros.

—Mamá... quédate ahí, te chocaras con los muebles. Estoy en horario de trabajo, mamá. Atrapé a unos sucios humanos invadiendo nuestro reino, ¡ahora mismo los llevaré al calabozo, donde se pudrirán!

—James, ¿aún sigues odiando al resto de humanos? Hijo... No te veo hace tanto, no quiero verte enojado después de tanto tiempo —dijo la señora, con gran angustia y tristeza en su voz—. Entra a casa, por favor... quiero que te quedes conmigo unos minutos... charlemos, ¿sí?

La señora se había quedado quieta, estuvo cerca de encontrar la ventana, pero decidió permanecer inmóvil, y una vez terminó de hablar, lágrimas corrieron por sus mejillas y se cubrió el rostro con sus manos. James, el hombre escarabajo, se había quedado quieto también, sorprendido, incluso, y luchó un momento consigo mismo, con sus sentimientos, y al final pareció ceder.

—Esperen aquí, vigilen a estos inmundos muy de cerca —dijo a su ejército, y procedió a entrar dentro de la casa.

Los soldados alrededor nuestro nos llevaron un poco más lejos, salimos del callejón y nos ubicaron cerca de la entrada de la casa. Nos rodearon, y nos apuntaron con sus armas.

—¿Qué haremos? —susurró Irys a Galeano, y apenas pude oírle.

—Sh... ahora haremos silencio —dijo Galeano, que sostenía con sus dos manos fuertemente a Bara.

Al cabo de unos minutos, el hombre-escarabajo abrió la puerta.

—Déjenlos entrar... —dijo con desgano—. Aurelio, Herny, vengan conmigo, y no les quiten la mira a estos. El resto esperen afuera.

Los guardias con revólveres nos empujaron hacia adentro de la casa, llevaban nuestras mochilas, y al entrar las apoyaron en el suelo. 

—Mamá... dime ahora, ahora que están ellos aquí, ¿sientes de verdad que son inofensivos?

—Por supuesto —dijo la señora—. Aún cuando me encontraba tocando el piano, pude sentir un aura tranquilizadora, una relajación... ellos son humanos, comunes y corrientes, y no pretenden ser maliciosos. Dime, James, ¿Quiénes son estas bellas personas?

Nos encontrábamos en una sala, y la situación era un tanto incómoda, no entendía qué estaba sucediendo. James tomó la mano de su madre, y apoyó otra mano en su hombro, girándola hasta que su rostro se encontró con el de nosotros. La cara de la mujer era bella, de unos cuarenta años quizás, cabello largo y rubio, unas piel y unas manos morenas, delgadas, y unos ojos claros, con cataratas.

—Son bandidos... —murmuró James, y luego habló más claramente—: Son tres, pero no los he visto nunca. Digan sus nombres, y qué hacen aquí.

—Soy Galeano. Él es Jim, y ella es Irys. Venimos del Far Away Irys, y... nos disculpamos. Estamos arrepentidos de nuestros actos, pero todo se debe, a que estamos a cargo de una misión—

—¿Una misión? —interrumpió James—. ¿Y esa misión implicaba irrumpir ilegalmente en el reino, y cometer crímenes atroces? Quién sabe qué otras barbaridades habrían cometido de no ser porque los detuve...

—¡James! —dijo la madre, y se giró hacia su hijo—. Basta, dejalos hablar. Deja que se expliquen, ellos tendrán sus motivos para haber venido hasta aquí. Primero debemos tomar asiento, James por favor, llévanos a la sala de estar.

El hombre-bicho agachó la mirada y nos dirigió hasta una habitación próxima, donde tomamos asiento en una mesa redonda de madera. Los guardias con revólver aún nos seguían muy de cerca, y cuando nos sentamos, ellos ubicaron la punta de sus armas sobre nuestras cabezas.

—Gracias hijo —dijo la mujer, mientras era ayudada por James para tomar asiento—. Por favor, prepara algo de té.

—¡¿Té?! ¿Té, has dicho? ¿Crees que esto es un juego? ¡¿Por qué ahora debemos tomar el té con—

—¡Ve, y prepara té, para todos, ahora! —gritó la señora.

James volvió a agachar la mirada, y se dirigió hacia otra de las habitaciones.

—Lamento la escena —se disculpó la señora—. Mi nombre es Mary, siempre es un placer conocer a personas de otros reinos. A pesar de no poder verlos, sé que sus rostros son muy bellos, y que son muy buenas personas.

—Es un placer, Mary —dijo Galeano—. Toca el piano de manera profesional. Lo que es muy bello, es escucharla tocar.

La señora sonrió.

-Gracias, gracias. Siempre me alegra hacer feliz a los demás mediante la música. Así que, el Far Away Irys han dicho, ¿verdad? Hace tiempo que no tengo noticias de allí, lo último que supe es que habían abierto un circo, un gran circo, y que se volvió famoso —dijo Mary, y apoyó sus manos en su regazo, y mientras hablaba, su mirada se encontraba perdida en la pared.

—Así es, el Gran Circo, un lugar de pura diversión, abierto todos los días, para que gente de todo el mundo pueda ir y reír un rato.  Además de eso, no hay mucho más que decir del Far Away Irys, es un lugar modesto, humilde y tranquilo —dijo Galeano.

James había vuelto, y traía consigo una bandeja con cuatro tazas de té con cucharitas, y un azucarero. Se acercó a la mesa, y fue apoyando una a una las tazas, y por último dejó el azucarero en el centro de la mesa, fue de vuelta a dejar la bandeja, vino y se sentó, y nunca dejó de mirarnos con disgusto.

—Gracias, hijo. 

—Gracias... —dijo Galeano.

Y Irys y yo también dimos las gracias, pero no pudimos evitar cruzar miradas entre nosotros,  y pensar, ¿Por qué estamos tomando el té de repente?

—Es una pena no poder ir a ver ese Gran Circo —dijo Mary—. Pero me alegra que algo así exista, es muy bonito poder hacer reír a los demás, es el mejor remedio.

—Yo vengo de allí, del Gran Circo —dijo Irys—. Allí trabajé durante cinco años.

—¡Qué sorpresa! —dijo la señora con emoción—. No tenía idea. James, ¿lo puedes creer? Y tu pensabas arrestarlos.

James no dijo nada, y no nos quitó el ojo en ningún momento.

—Yo sabía que eran buenas personas —continuó diciendo—. ¿Y cómo es estar allí, linda?

—Es agotador —dijo Irys.

La señora se rió, Galeano y yo sonreímos, y Irys, que lo había dicho en serio, nos vio sonreír y no pudo evitar alegrarse ella también.

—Pero usted mismo lo dijo, ver no sólo a los niños pequeños reír, sino también a los adultos, es una experiencia que te llena —añadió Irys.

—Es muy bonito escuchar eso —dijo Mary, y estiró uno de sus brazos intentando agarrar el azucarero, hasta que James lo agarró y se lo dio en la mano.

—Gracias. ¿Qué tal está? ¿Alguien quiere azúcar?

—Yo... estoy bien. Gracias —dijo Galeano.

—Aquí... me gustaría un poco de azúcar —dijo Irys.

Y la señora volvió a estirar su brazo con el azucarero en la mano, Irys se levantó y tomó el azucarero y le puso un poco a su té, y luego puse un poco en el mío.

—Solo tengo té negro, me disculparan —dijo la señora.

—No es problema —contestó Galeano, observando la taza de té.

Irys fue la primera en tomar un sorbo, Galeano y yo la miramos con intriga. Me decidí y probé yo también un pequeño sorbo, y estaba amargo, y un poco frío. El ruido de las esposas en nuestras manos resonaba y hacía gran ruido en la habitación.

—Es... un gesto muy amable de su parte lo del té y la charla, es muy considerado de usted darnos una oportunidad para presentarnos y explicar nuestra presencia aquí en sus tierras, pero debemos irnos —dijo Galeano.

—Por supuesto —dijo la señora, y apoyó la taza de té en la mesa y se levantó—. No les haré perder el tiempo, fue muy bonito hablar con gente nueva. James, por favor, llevalos a la puerta, y considera quitarles las esposas...

—No —dijo James, luego de un corto silencio—. No hasta que digan de qué se trata esa "misión". Aquí, delante de mi madre, para que entienda que no hay que confiar en sucios humanos como ustedes.

—James, no los trates así...

—Dejalos hablar. Quiero que confiesen, y así te darás cuenta. ¡Hablen! —gritó severamente, y se debió de haber escuchado incluso afuera.

—Estamos buscando un disco, de aquí, en estas tierras, en este reino —dijo Galeano al fin,  y su cara se puso más seria que nunca.

Y el hombre-escarabajo se echó a reír progresivamente, hasta que se tornó en una carcajada.

—Lo sabía, lo sabía. ¿Te das cuenta, mamá? ¿Lo ves?

El hombre-escarabajo se levantó de la mesa y se nos acercó

—Arriba, irán al calabozo —dijo.

Los hombres con revólver agarraron a Irys y a Galeano por debajo de sus axilas con una mano y los levantaron de la silla. Galeano no soltó nunca a Bara de sus brazos.

—¿Otra vez? ¿Otra vez los discos...? Espera, James, no seas tan cruel. Dejalos que se queden con uno sólo de tus discos, como ya lo has hecho antes con otras personas.

—Ya he dado muchos de mis discos. Y nunca era yo el que decidía si darlos o no. Sabes cómo eran los muchachos, ellos sí querían, pero siempre era yo el único que estaba en contra. Ahora ya no más. Los llevaré al calabozo, y allí se quedarán.

James se acercó a mí, y me levantó.

—¡James! —dijo la señora, y comenzó a moverse torpemente hasta donde creía que estaba su hijo.

—Mamá... tranquila —James agarró a su madre por los hombros, e intentó tranquilizarla.

—¿Dónde están los demás... dónde está Paul... dónde está Harry? ¿Están bien? —dijo la señora, y comenzó a llorar.

—Los demás están bien, mamá. Quita esas lágrimas de tu cara, sabes que me hace mal verte así.

—Por favor —dijo la señora, sollozando, llevándose las manos a la cara—. Por favor, lleva a estas personas con los demás, y deja que lo decidan ellos también. Por favor, no los lleves al calabozo, no los trates así, hijo.

La señora cayó de rodillas al suelo, y James intentó ponerla de pié, lentamente, hasta que la dejó sentada en una de las sillas de la mesa.

—Sí, mamá. Los llevaré con el resto, y decidiremos todos juntos qué hacer, quizás podamos llegar a un acuerdo. Tengo que irme, ya nos volveremos a ver.

James le dio un beso en la frente a su madre, y luego volvió con nosotros y nos empujó hasta la puerta.

—¿Cuándo puedes venir de nuevo? Quiero estar con los otros también... —dijo la señora con una voz quebrada.

—Estoy muy ocupado, mamá. Los demás también lo están. Pero volveré a verte, prometo volver en una semana, ¿sí?

—Sí... cuídate. Y por favor no los lleves al calabozo.

La señora tenía la vista perdida en el horizonte, de vez en cuando se secaba las lágrimas de su rostro, no pude evitar sentirme mal por ella. James nos empujó hasta afuera, y cerró la puerta, luego sin más, comenzó a caminar delante del resto, y los guardias nos rodearon y nos obligaron a caminar detrás de James. Volver a estar afuera y sentir de lleno la atmósfera de la ciudad me hizo restregarme los ojos, el cambio brusco había sido hasta inquietante. Pasamos de un entorno iluminado, templado y claro, a uno más sombrío, oscuro y con una humareda que hacían doler los pulmones.

A medida que caminábamos, los hombres, las mujeres y los niños oriundos nos miraban de mala manera. Se nos quedaban viendo, fruncían el ceño como si estuvieran viendo la cosa más horrible posible, hacían gestos obscenos con sus manos, e incluso hacían comentarios de mal gusto hacia nosotros. Quería pensar que, debido a que teníamos las manos esposadas y estábamos rodeados de guardias, las personas de aquí nos trataban como unos bandidos, y que no tratarían así de mal a gente del exterior que no tuvieran las manos esposadas. Por suerte aún así, las calles eran mayormente tranquilas. Había poco tránsito, habían cuadras en las que no se veía ni una sola alma viviente además de nosotros, y de tanto en tanto miraba a través de las ventanas de las casas y podía ver que en el segundo piso siempre había alguien observando. En cierto momento pasamos por debajo de una luz muy amarillenta de un foco, que pendía de un farolito, y al pasar a través pudimos ver claramente la cantidad de humo que inundaba el ambiente. Arrugue la cara y tosi, me preguntaba cómo la gente de aquí podía vivir "bien" durante tantos años. El suelo de adoquín agrietado era de a ratos, muy difícil de caminar sin tropezar, y el olor de las bolsas de basura, y basura esparcida por el suelo, era repugnante, y junto con la constante tos debido al humo, respirar resultó una ardua tarea. Nos íbamos acercando a las cinco torres puntiagudas que asomaban altas en la lejanía. Galeano redujo su paso, lentamente, sin que el resto lo notara. Se acercó a Irys y le susurró algo. Y luego se acercó a mí.

—Haz lo que diga, cuando te lo diga —dijo, y cruzamos miradas.

No entendía exactamente a qué se refería, pero asentí, y entonces Galeano volvió a ponerse delante nuestro.

Agustín D.

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