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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?

Abr 24, 2025

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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
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Parte 1:

Far Away Irys,

Capítulo 7.

Me desperté a la mañana siguiente, había dormido plácidamente a pesar de no sentirme como en casa. Me levanté y me dirigí a la cocina, pero Galeano no se encontraba allí, sólo quedaban dos perros que vagaban por las habitaciones, olfateando y echándose a dormir. En la otra habitación aún dormía Irys, y la puerta principal estaba sin llave, así que decidí ir a tomar un poco de aire. Con la luz del día pude apreciar un poco mejor la ciudad,  salí y recorrí un par de calles por simple curiosidad, pero no quería alejarme mucho de la casa de Galeano. Las personas comenzaban a salir de sus hogares y a hacer las compras. Parecía que todos se conocían, pues unos a otros, vecinos o no vecinos, se saludaban y se daban los buenos días. Las casas, todas ellas, eran pequeñas y de un sólo piso, varias de ellas con falta de pintura y algunas en mal estado también, pero dentro de todo parecía una pequeña ciudad alegre. Las personas caminaban paseando a sus perros, yendo a comprar a las panaderías o sentándose a tomar algo en un restaurante o un café. Todos vestían remeras mangas cortas y pantalones cortos, y muy pocos llevaban zapatos o zapatillas, el resto llevaban  ojotas o sandalias.

Continué caminando hasta que me sorprendí al ver a Galeano, arrodillado y rodeado de sus perros frente a una pila de escombros donde antes parecía haber una casa.

—Me han escuchado reír y llorar —le escuché decir mientras yo cruzaba la calle hacia donde estaba él—. Les he tirado piropos a las mozas y me he hecho amigo de la mitad del pueblo —Galeano se giró, y se recostó en los escombros mirando hacia el cielo—. Carlos María, hijo de un apuesto hombre trabajador y una mujer que se dedicó a la danza y la actuación…

En eso, mientras ya estoy cerca de Galeano, pasa un grupo de chicos adolescentes los cuales al ver a Galeano, se ríen y hacen una broma de mal gusto sobre la apariencia harapienta y mugrosa de él.

—No pensé que pasaría, me he quedado en la miseria tratando de calmar mi corazón con veneno. Y ya se me ha acabado el dinero, pero no las ganas de tomar…

—¿Te ocurre algo, Galeano? —le pregunté, parado frente a él, haciéndole sombra.

—Esto en lo que estoy recostado, era lo más preciado que tenía. Tu verás escombros, pero yo veo vida, vida y recuerdos que no podría vender ni por todo el dinero del mundo —dijo con audible y visible tristeza en su voz.

Me senté junto a él en los escombros, incómodo, y sentí el olor a vino que emanaba de su boca al hablar. Me contó su historia; el cómo fue un gran estudiante en esta ciudad que a él le gusta llamar poblado cariñosamente. Me contó cómo se había graduado hacía mucho tiempo de la más prestigiosa universidad de otras ciudades lejanas de aquí, pero que siempre volvía a este poblado para sentirse como en casa. Me contó cómo conoció a su esposa, con la cual tuvo dos hijos, que crecieron con gran educación, pero con los cuales perdió el contacto cuando crecieron y se fueron lejos a estudiar. Y que ahora tanto su esposa como sus hijos están muertos. Me contó cómo la separación repentina con su esposa le rompió el corazón, y lo sumió en el alcohol. Y me contó que todo esas buenas y malas cosas, sucedieron aquí en estas ruinas. Y pensé que iba a continuar relatando, pero no pudo y se interrumpió, y cuando voltee a verlo lo vi lleno de lágrimas.

—Ha pasado hoy —me dijo, mientras llevaba una mano a su cara, limpiándose—. Aquí he pasado buena parte de mi vida, aquí fue donde tuve mis primeros fieles amigos caninos y... por temas... por unas cuestiones, tuve que irme... —intentaba secarse las lágrimas pero no podía contenerse y volvió a romper en llanto—. Tuve que irme, y cuando volví, no los vi más. No sé qué habrá sido de ellos, pero no los volví a ver, y entonces puse dos pequeños altares en su nombre allí en el fondo —dijo señalando hacia una parte de entre los escombros—... Y ahora, está destruido. 

Me acerqué aún más a él y le puse una mano en el hombro.

—Cuando volví a vivir aquí, cuándo lo de los altares, hace ya un par de décadas —me contaba ahora un poco más tranquilo—, la casa estaba totalmente abandonada y en malas condiciones, en la penumbra, lleno de telarañas, insectos y con los muebles desgastados y podridos. Volví estando ya separado, y alejado de todo contacto con el resto de personas. Viví sólo varios años, y como aún no tenía dinero suficiente, continúe alquilando la casa, pues no podía comprarla. Dormía junto a mis nuevos y queridos amigos peludos, amigos que hice en las calles. Pero la casa seguía abandonada… Hace unos años me quede sin dinero para seguir pagando el alquiler, me habían advertido que si no pagaba, demolerian la casa ya que estaba en una situación deplorable desde hacía décadas. Me endeude, pedí dinero prestado y la pude seguir alquilando otros tantos meses, hasta que no pude más. Y lo destruyeron todo, y no pude estar presente, fue ayer, y no pude estar presente. 

De nuevo, su voz se había roto y paró de relatar para romper en llanto. Y yo tenía también lágrimas, que contuve como más pude, pero el llanto de él me ponía mal y no lo podía disimular, y mi sollozo comenzó a ser audible e intenté secarme las lágrimas como pude.

Luego de unos minutos, se levantó secándose los ojos, lo vi mirar hacia donde estaban los dos altares, se despidió de ellos y empezó a caminar hacia la vereda. Y me costó hacerme con la idea de que, antaño, este viejo era alguien brillante, con esposa e hijos, alguien con estudios, y que lo había perdido todo y ahora era un simple borracho más del montón. Sin duda el alcohol lo había sumido en la miseria, pero aun con todo, viéndolo caminar con las manos en los bolsillos y algo tambaleante, aquel viejo portaba una inmensa historia de lágrimas, historia que no me contó por completo sino sólo una parte, pero que aún con todo él sigue con adelante, ¿por qué? Me pregunté, ¿qué es lo que aún lo mantiene de pie?

Me levanté y le seguí por detrás, y volvimos a su casa. Cuando llegamos, Irys aún seguía durmiendo.

—¿Ya estás listo? —me dijo Galeano.

—¿Listo para que?

—No te lo iba a mostrar, pero supongo que si no lo hago, eso solo te dejará más preguntas. Ven…

Y nos dirigimos hacia la habitación donde yo había dormido la noche anterior. Se dirigió a una pared y tanteó con su mano, hasta dar con lo que parecía un pedazo de papel o cartón del mismo color que la pared. Lo hizo a un lado, sacó su manojo de llaves e introdujo una en una apertura en la pared. Giró la llave y abrió lo que parecía una puerta secreta. Del marco de la puerta resplandecia una luz celeste, cuándo se halló completamente abierta, descendimos por unos escalones hacia un sótano, de donde provenía la iluminación.

—¿Y todo esto? ¿Lo has hecho tú? —le pregunté, impresionado por la magnitud del sótano, que más bien parecía todo un laboratorio subterráneo.

—Así es, es uno de mis lugares de trabajo, o lo era...

Había varias mesas de metal con herramientas y algunos envases encima, había cápsulas que emitían una luz celeste extraña, fluorescente, y que era la única iluminación que había allí abajo. Logré ver al menos a dos de sus peludos amigos, haciéndole compañía en lo que él parecía trabajar allí en el laboratorio. Galeano se dirigió a una de las mesas y tomó de encima un par de guantes.

—Son el último par que me queda aquí, tómalos y quítate los que tienes. Como te habrás dado cuenta, los guantes no son de tela. Estos guantes son una modificación de material de titanio, infundido con influencia el cual ayuda a que el material adopte una flexibilidad cómoda para su uso. Además, está hecho con una función especial, si tocas el botón que hay por debajo de la palma, un gancho saldrá disparado y al agarrarse de algo, se contraerá, arrastrándote hasta su ubicación.

—¿en serio has hecho todo esto tú sólo? —le dije, mientras agarraba los guantes.

—He vivido muchos años, eso me ha hecho tener el tiempo suficiente como para estudiar sobre estas ciencias —me explicó. 

Me quité los guantes que tenía y me puse los que me dio. Eran similares a los que ya tenía, sólo que estos parecían un poco más limpios y de un color más vivo. Y debajo de la palma había un botón de un gris oscuro con el centro celeste. 

—No lo uses aún —me dijo al ver que sentía curiosidad por presionar el botón—. Ya tendrás tiempo de usarlo. Ven, te llevaré de vuelta arriba, tú quédate con Irys un par de horas, despiertala, ya ha dormido bastante la pequeña, y dile que te acompañe a hacer las compras. Toma —dijo llevándose una mano al bolsillo y sacando un par de monedas—, compren comida y agua para tres días, y una pequeña botellita de alcohol etílico. Yo me quedaré aquí abajo trabajando en algo.

Tomé las monedas y me acompañó hasta arriba, subimos por las escaleras, abrió la puerta secreta y una vez estuve del otro lado, la cerró y él se quedó allí abajo. Cuando salí de la habitación para ir a la de Irys, la vi a ella sentada en la cama, restregándose los ojos.

—Buenos días —dijo bostezando.

—Buenos días, Galeano me pidió que nos fuésemos a comprar comida y agua para el viaje —le dije, parado frente al marco de la puerta.

—¿Dónde está él?

—Se fue a despedirse de uno de sus amigos aquí en la ciudad. ¿Entonces, quieres ir?

—¡Claro! solo déjame que me despierte por completo, y luego iremos.

Irys se levantó y se dirigió al baño. Salió al cabo de unos minutos con la cara mojada, y entonces, salimos a la calle.

Le di a ella las monedas que me dio Galeano y deje que comprase lo necesario. Entramos en un pequeño mercado donde compramos varias raciones de comida, miel, sal, latas de carne, algunos litros de agua y una botellita de alcohol etílico.

—Y, ¿de dónde es que vienes? —me preguntó, una vez salimos del mercado, cargando con un par de bolsas de compras cada uno.

—Soy de… Aquí… —le dije, dudando.

—¡Oh! ¿Y dónde vives?

—Lejos, lejos por allí —le dije señalando con mi mano hacia el frente, en ningún lugar en particular—, pero casi no estoy en casa, me gusta más salir y... conocer a la gente y los lugares —dije, y me había entrado una comezón  en la nariz.

—Ya veo. ¡Gali es igual! ¿no es así? Por eso se conocieron, porque a los dos les gusta vagar.

—Exacto —dije sonriendo—. Parece un buen hombre, ¿no?

—¡Claro que lo es! Lo quiero más que a mi padre real, tiene un gran corazón a pesar de no demostrarlo tanto…

Ciertamente lo había notado, Galeano era un tipo raro, no sabía con qué clase de historias cargaba consigo, pero con la única que me contó, me había sobrado para entender más sobre él. Y a pesar de haberlo conocido tan solo ayer, él demostraba un cariño que no había notado en nadie más. Habíamos llegado de vuelta a la casa de Galeano. Al entrar, él nos esperaba mientras empacaba algunas cosas y llenaba una mochila mientras de tanto en tanto acariciaba a sus perros.

—Ya he terminado, ¿tienen todo lo necesario ahí? —dijo señalando las bolsas que llevábamos.

—¡Si, ya hemos ido de compras y tenemos todo lo necesario! —dijo Irys con entusiasmo.

—Perfecto —dijo Galeano, terminó con las mochilas, y nos dio una a cada uno de nosotros.

Salimos de su casa, y nos dirigimos hacia el norte, en un sendero que nos llevó hasta los límites de la ciudad, y continuamos caminando por una llanura.

Agustín D.

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