Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
Abr 21, 2025

Parte 1.
Far Away Irys.
Capítulo 5.
Me sentí caer. Y caer aún más, como si fuera un precipicio infinito. Abrí lentamente los ojos, y vi el cielo azul. Algunas pocas nubes blancas, pero el cielo estaba mayormente despejado. Mis sentidos se iban adormeciendo, ya no escuchaba ni un ruido, ni del circo ni de nada a mi alrededor, y sólo sentí por último la suave brisa a medida que caía a no sé dónde, y cerré los ojos con tranquilidad.
No se cuanto tiempo habré estado inconsciente, lo primero que vi al abrir los ojos fue un rostro gigante. Tenía un bigote gris, cara redonda vistiendo una fedora, y un monóculo dorado. Me encontraba flotando, no sentí que mis pies estuvieran tocando algo sólido, y cuando decidí echar un vistazo, me sobresalte al ver que el suelo se encontraba a al menos 50 metros debajo mío. Me moví bruscamente y me retorcí.
—¡Cuidado pequeño bichito! Te resbalaras de mis dedos si sigues así de inquieto —dijo aquel hombre, con una gran voz que podía ser escuchada a cientos de metros.
Me llevé las manos a los oídos y arrugue la frente.
—¡Aja! ¡Así lo quería encontrar! —oí decir a lo lejos.
Y se acercó otro gigante, dando amplios pasos, y se paró cerca del primero. De pronto sentí un brusco movimiento que me mareo. El gigante que me tenía sostenido se agachó y a gran velocidad me dejó puesto en el suelo. Caí a efecto de la gran velocidad, y sentí que mis intestinos se revolvían. Me di cuenta de que no tenía mi guante derecho, ¿lo habré perdido en la caída?, me dije, y comencé a recorrer con mi vista hacia todos lados, intentando encontrarlo. A mi alrededor no había más que una pradera de un hermoso verde, vivo y reluciente, pocos montículos, y pocos árboles y flores. Hacia el horizonte, a cualquier lugar que mirase, encerrando a esta llanura, habían gigantescas montañas escarpadas, puntiagudas, de un tono gris marrón. Y a lo lejos, pequeño en el horizonte, encerrado entre estas montañas, parecía haber lo que se asemejaba a un castillo. Pero no había rastro de mi guante.
Miré hacia arriba y vi a los dos gigantes juntos, pude estar seguro entonces de que debían de medir al menos 40 metros o incluso más
—¡¿No estará usted tomando el té sin mi, verdad?! —dijo el otro gigante de aspecto similar al primero, aunque vistiendo ropaje rosado y violeta a diferencia del otro que eran azules y negros, además traía consigo un bastón gigantesco y guantes rosados.
Mientras el primero, alzando una taza gigante en su mano derecha, dijo:
—¡Oh, por supuesto que no! ¿por quien me trata usted? Le estuve esperando durante al menos dos segundos, ¿por qué se ha tardado tanto? Ya me he preparado mi té, usted me perdonará. Pero no esté intranquilo, aún no he probado ni un sorbo.
Con la mano aún doliéndome y mi cabeza que parecía a punto de estallar, les di un grito para que me escuchasen, grité por un médico, o alguien que pudiera vendar mi herida. Pero no parecieron haberme escuchado a pesar de todos mis gritos.
—¡No se imaginara usted lo que me acaba de suceder! Justo antes de que usted llegara, este bichito de allí abajo —dijo el hombre con la taza, mientras estiraba su gigantesco brazo hacia abajo señalándome con su dedo índice, haciéndome completa sombra— cayó en mi sombrero. Estaba tan tranquilo yo tomando… digo, preparando el té, cuando de pronto siento algo caer en mi cabeza, me llevé las manos a mi sombrero y agarré de allí a este bichito —terminó por decir, tomando un sorbo de su té.
El segundo gigante, se percató entonces de mi, añadiendo:
—Qué curioso… ¿parece estar hablando, no?
Seguido de eso, el segundo gigante se agachó y tuve su gigantesca cara a escasos metros de mí. Me miró y giró su cabeza de un lado a otro.
—¿Usted es tonto o qué, no te has dado cuenta, necesitas lentes? Este "bichito" tuyo, ¡es un humano!
—Oh, un humano... —dijo el otro gigante, rascándose la cabeza.
—Estoy sangrando —dije señalando mi mano izquierda con la herida de la daga—. ¿Hay algún médico que pueda atenderme por aquí?
El gigante que se había agachado yergue su postura y le habla al otro:
—Busca alguien que lo atienda…
—¿Una tienda?
—No… usted es un zopenco, digo que busca un médico…
—Yo estoy perfectamente, no necesito ningún médico…
—Ahh, es imposible hablar con usted… —dijo el segundo gigante, llevándose una de sus manos a la cara.
Luego, los dos gigantes se agacharon.
—Lamento informar que por aquí no hay ningún médico —dijo el gigante que vestía de rosado.
¡Maldita sea!, me dije, y me encogí y cerré los ojos, sintiendo el dolor en mi mano. La sangre ya estaba coagulando, abrí un ojo y miré mi mano ensangrentada, y ya no parecía salir más sangre, pero aún dolía.
—¿En dónde estoy? —les pregunté.
—En el suelo —respondieron los dos al unísono.
Quizás no fui lo suficientemente claro, aunque era más que obvio que no me refería a eso.
—Me refiero a como se llama este lugar de aquí —les volví a preguntar.
Los dos gigantes cruzaron miradas, y sin romper postura, respondieron los dos:
—Se llama pasto.
—Se llama suelo.
Me llevé una mano a la cabeza, y me la rasque con euforia.
—Será tonto usted, no ve que está preguntando por el nombre del pasto, ya le dijimos el nombre del suelo… —dijo uno de los gigantes al otro.
—Usted no le de información errónea, esta criatura necesita nuestra ayuda —dijo el otro.
Estos gigantes no tienen salvación, pensé. Intuí entonces que ésta era la "Tierra de Gigantes" que me había mencionado el viejo... Pero ahora no podía estar seguro de él, ya que confirmé antes que él me había dado información equivocada.
—¿Podrían llevarme hasta allí? —les dije señalando al castillo—. Estoy apurado, necesito llegar hasta allí y luego recibir alguna atención médica.
—¿Usted cree que nosotros cabremos allí adentro? —dijo uno de los gigantes.
—Tonto, no se da cuenta usted que al estar tan lejos desde aquí parece pequeño el castillo…
Mi mandíbula se había quedado abierta contemplando la estupidez de aquellos gigantes. No esperé un segundo más, y mientras ellos seguían distraídos y discutiendo, yo comencé a caminar hacia el castillo.
—Espera —dijo uno de ellos—, aún no has conocido a Robert ni a Riki.
—¿Quién? —dije mientras me daba la vuelta, ¡qué mal haberme dado la vuelta!, pensé luego, pero ya me habían descubierto, era imposible escaparme de ellos.
—Los demás, ¡quédate para tomar el té!
—¿El té? No tengo tiempo para el té —les dije.
—¡Siempre hay tiempo…!
—¡Y siempre hay espacio para el té! —dijeron los dos gigantes completando la oración del otro y alzando sus brazos al cielo.
Luego, uno de ellos, el segundo gigante, se me acercó dando un gran paso, me agarró la ropa con su pulgar y dedo índice y me empezó a levantar. Grité despavorido, me agité y me llevé por instinto las manos a la cabeza y luego las dejé caer, y cerré los ojos. Me estaba dando náuseas. Los dos gigantes comenzaron a caminar y el balanceo de brazo del gigante que me tenía agarrado me producía un dolor de cabeza descomunal. Estuve a punto de vomitar cuando de repente se detuvieron y saludaron a alguien.
—¡Riki!, ¿Cómo está usted hoy?
—¡Rustav, Rantiago! ¡Que gusto verles, yo estoy perfectamente! ¿Díganme, han visto ustedes a Robert? Lo he buscado como por unos cuatro o cinco segundos, ¡¿en donde se ha metido?!
—No lo he visto hoy, seguro debe estar buscando entre los murales de piedra la lista de palabras que siempre se le pierde.
—Ya veo… Míralo, allí está, buscando su lista de palabras entre los muros de piedra rocosa —dijo el gigante mientras señalaba hacia una dirección.
Aquel gigante al que señalaban se encontraba bastante lejos, giré mi cuello lo más que pude para observarlo y lo vi percatarse de nosotros y, con unos simples pasos, recorrió toda esa distancia dando grandes estruendos a medida que sus pies se apoyaban en el suelo, y en no más de unos segundos ya se encontraba con el resto de sus amigos gigantes.
—¡Bajenme de una vez, necesito irme! —les grité una y otra vez, pero no me escuchaban.
—¡Robert, cuánto tiempo! Ven, vayamos a preparar todo para la hora del té.
El nuevo gigante, Robert, que vestía similar a los demás gigantes, se quitó el sombrero y haciendo una reverencia, saludó a los demás y aceptó la propuesta del té. En eso, ya cansado, alcé lo más que pude mi mano derecha y toqué los guantes del gigante que me tenía agarrado. Su guante se empezó a desintegrar un poco, lo suficiente como para desprenderme de él, y caí al suelo. La caída dolió bastante, pero me quedé en el suelo sin mover un pelo, quizás así podría pasar desapercibido. Los gigantes se habían comenzado a mover y no se percataron de mí. Caminaron no muy lejos, y se sentaron en un círculo, con sus piernas cruzadas, cerca de uno de los muros rocosos. Aproveché y me levanté. Estaba muy adolorido, cojeaba y avanzaba muy lentamente, pero por suerte aún no se habían dado cuenta. No miré hacia atrás en ningún momento, tenía mi objetivo fijo en aquél castillo, cada paso que daba me costaba tanto que me daban punzadas en la cabeza y en el torso, como si me pidiera clemencia para que descansase al menos cinco minutos. Una vez estuve más cerca, vi que el castillo era más bien pequeño. No tenía ni un tipo de protección, no tenía muros ni guardias, o eso parecía. Sus puertas las tenía abiertas de par en par, tenía ventanales semejantes a los de una Iglesia y en lo alto, en donde habría una torre de vigilancia o la habitación del rey, en cambio, había una gran campana. Y entonces, sentí la tierra temblar debajo mío. Voltee ligeramente mi cuello y miré muy por encima de mi hombro; los gigantes, los cuatro, estaban parados, mirando a mi dirección y uno de ellos había comenzado a caminar hacia mí. Entonces, me giré y me centré en llegar al castillo lo más rápido posible. El corazón me latía desenfrenadamente, ¿qué me harán si me descubren intentando cruzar las puertas de este castillo?, pensé, y borré inmediatamente esa idea de mi cabeza. Todos mis dolores pasaron a ser de menor importancia, era como si estuviese corriendo por mi vida, y es que seguramente era así. Cada vez se escuchaban más pisotones, y más y más ruido detrás mío. Los podía escuchar muy cerca. Llegué a los primeros adoquines que actuaban como suelo ante la entrada del castillo, y crucé las puertas y me tiré al suelo. Me costaba respirar, sentí el frescor del suelo y me quedé allí unos segundos para recobrar fuerzas. Cuando estuve descansado, me senté, y me giré y vi los gigantescos pies allí fuera, detrás de las puertas.
—¡El bicho ha entrado aquí, lo sacaré a la fuerza!
—¡No, no! Déjalo… ha entrado en donde descansa el rey. Vas a destruir su hogar.
Y no dijeron nada más. Y al cabo de unos momentos se retiraron. Sus pisotones desaparecían a medida que se iban, y los perdí de vista. Dejé escapar un gran suspiro, y me acosté boca arriba en el suelo frío, intentando reponerme del todo.
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