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    Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?

    Abr 23, 2025

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    Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
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    Parte 1:

    Far Away Irys,

    Capítulo 6.

    Permanecí acostado un buen rato hasta reponerme. Y cuando al fin me hallé del todo bien, aunque doliendome aún la mano, me levanté y comencé inspeccionar el lugar, observé mis alrededores. Todo estaba apagado, a oscuras, y sólo la tenue luz que provenía de varios montoncitos de velas iluminaban los recovecos y los pilares del castillo. No parecía ser un castillo, pensé más bien, pues era bastante más semejante a una iglesia. Caminé hasta toparme con un montón de hileras de sillas de madera, puestas una detrás de otra, y al final, unos escalones que daban a parar con un ataúd, éste mejor iluminado que el resto del lugar, como si fuese algo santificado. Me acerqué a aquél ataúd, lentamente, temiendo que de entre la oscuridad y desde detrás de los pilares apareciese alguna amenaza. Me acerqué, y vi que la parte superior del ataúd permanecía abierta, donde se podía ver el rostro del difunto. Tenía la cara pálida, el pelo negro y rizado, labios de un rojo aún vivo y las mejillas casi en los huesos, traía consigo una expresión en su cara de tanta tranquilidad, que incluso hasta yo me relaje, extrañamente.

    Detrás de aquel altar había una pared donde estaban expuestos un montón de trofeos y medallas, y un par de cuadros de un retrato al óleo de un hombre, viendosele sólo la parte superior de su cuerpo. Las pinturas eran del hombre que ahora descansaba en el ataúd, y en ellas el hombre aparecía casi siempre despeinado, con su cabeza apoyada en una de sus palmas, descansando en ella. Vestía de negro, y en todas, aquel hombre tenía la misma mirada, una mirada cautivadora y calida. Inspeccione un momento aquel mural, hasta que me di la vuelta de nuevo y entonces observé que a un lado del ataúd había un pequeño atril. Encima de este, había un almohadón bordó con decorados dorados y encima descansaba un disco. ¿Será esto?, me pregunté acercándome al atril. El disco era bastante semejante en cuanto a tamaño y rugor a uno de vinilo. Poseía un borde dorado, al igual que el centro del disco, que también brillaba de un dorado muy llamativo. Nunca había visto oro con mis propios ojos pero me hacía la idea, y si esto que tenía delante, brillante de un color amarillo y anaranjado jamás antes visto, no era oro, entonces era algo mejor, pensé. ¿Es esto lo que busco? ¿Este es el rey?, me preguntaba, y voltee a ver a aquél hombre descansando en el ataúd. Me sentía inseguro. Temí por un momento agarrar el disco, lo pensé bien durante unos minutos, divagué, me hice la cabeza y pensé en ideas tontas. Hasta que dejé de vacilar y me decidí, me acerqué al atril, y mis ojos resplandecieron ante los bordes dorados, y tomé el disco en mis manos. Y al tocarlo, el disco comenzó a desvanecerse ante mí, ante mis ojos. Y el resplandor dorado se apagó, y sentí como todo alrededor se oscurecía, a pesar de que no había cambiado nada y las velas seguían allí. Me quedé en silencio un momento, hasta que caí arrodillado, y una de mis manos se apoyó en el atril. Quedé tendido, y rápidamente me di cuenta y quite mi mano del atril temiendo que se desintegrara también, pero había apoyado la otra mano, la que aún tenía guante. Me estaba volviendo loco, paranoico ya, lágrimas comenzaron a correr por mis mejillas y me abracé la mano que aún tenía guante, la que a la vez tenía la herida de la daga, y la apreté fuerte contra mi pecho. ¿Se acabó?, pensé, ¿esto es todo? Me dolía la mano, aún sentía náuseas, la cabeza me daba vueltas y llorar me hacía aún peor, y se me tapaba la nariz, no podía respirar, estuve a punto de echarme en el suelo y quedarme ahí, cuando escuché una voz familiar que  hizo brincar del susto.

    —Qué problema… —escuché desde detrás de uno de los pilares.

    Giré mi cabeza hacia donde creí haber escuchado la voz, y lo vi aparecer desde detrás de un pilar, dejándose ver a la tenue luz de las velas, era aquel viejo.

    —¿Y ahora qué? —dijo, había dado unos pasos para mostrarse ante la luz, y luego de eso permaneció inmóvil.

    —¡¿Qué haces aquí?! —le grité con exaltación, y mi voz se quebró.

    —Acabo de llegar, y veo esta escena. ¿Ese era tu objetivo, ese disco?

    —¡¿Cómo has llegado hasta aquí, maldito viejo?! —Le grité, me levanté, y me acerqué a él.

    —No te desquites conmigo, sé que tienes dudas, pero te las puedo responder. ¿No te he dicho que conozco este lugar más que a mí mismo? ¿Pues qué crees? conozco todo este mundo más que a mí mismo… Así es, he llegado recién, pero no por el mismo camino que tú —me dijo, sin mover un sólo músculo y con una voz calmada—. Créeme que no quise ni quiero complicarte las cosas, y ahora viendo está situación... Créeme que puedo ayudarte.

    Me quedé viéndolo sin decir nada, no podía dejar salir palabras de mí, pues aún me encontraba aturdido y desconcertado por todo lo que me había ocurrido.

    —¿Quién eres? —le dije al fin, con una voz débil.

    —Con el tiempo hasta yo lo he olvidado. Mírame, no te preocupes por tu disco, aún puedes recuperarlo.

    Y cuando escuché esas últimas palabras, levanté la mirada, y una pequeña luz de esperanza resplandeció en mis ojos de nuevo.

    —Hay un lugar al que puedes ir y quizás lo encuentres, todos los objetos perdidos van a parar allí…

    —¡Llévame, llévame hasta allí por favor! —le dije entre lágrimas y emoción.

    —Tranquilo, te llevaré, pero ese lugar está muy lejos. Ven, vámonos. Sígueme por aquí. Por el momento, debemos de hacer algo con esa herida tuya —dijo observando la sangre en mi mano—... ¿Qué te ha pasado?

    Me levanté, me sequé las lágrimas de la cara y comenzamos a caminar por un pasillo largo y estrecho por aquí en la iglesia.

    —Me apuñalaron con una daga —le respondí.

    —Bueno —dijo echando su cabeza hacia atrás de la sorpresa—, eso es algo grave... pero veo que ya no sangra, aguanta un rato más hasta que lleguemos a casa, y entonces podré tratarte esa herida.

    —Gracias... —le dije tímidamente—. Pero, ¿a qué se debe todo esto? ¿Por qué no simplemente me guió usted hasta aquí para poder tomar el disco?

    —Quería probar tu determinación, muchacho. Lo siento. Ahora me has demostrado que tienes lo suficiente como para que te ayude a alcanzar tu objetivo.

    Al terminar de recorrer el pasillo, llegamos a una habitación en la penumbra. No se veía nada, pero el viejo parecía saber dónde iba y llegó hasta una puerta, la abrió, y delante se abrió paso otro pasillo un poco más corto que el anterior.

    —¿Cuál es tu nombre? —le pregunté.

    Y se detuvo, y giró a verme.

    —¿No me he presentado? —dijo, y se rasco la cabeza—.  ¡Vaya! Disculpa. Dime Galeano. Ah, es de las pocas cosas que ni he olvidado de mí —dijo, pensativo, mirando al techo—. ¿Dime, cual es el tuyo?

    Y continuó caminando por el pasillo.

    —No recuerdo… —le dije luego de pensar un momento, y me quedé quieto.

    —Ya veo… No importa… 

    Retome el paso, cabizbajo, en silencio, aún pensando en el nombre que era mío, uno que debía de tener pero que no recordaba.

    —¿Y cómo quisieras llamarte entonces?-me preguntó estando varios metros por delante, y al ver que me quedé atrás, se detuvo y se giró hacia mí.

    —No lo sé…

    —Elige el que quieras, ninguno en particular… o si no te apodare "El Desintegrador" ¿qué te parece? No es un mal apodo…

    —¡Jim! —le dije alzando la mirada, decidido, casi sin pensarlo.

    —¿Jim? Está bien, es tu elección... Me gusta. Tienes cara de Jim. 

    Continuamos caminando y una vez llegamos al final del pasillo, Galeano sacó un manojo de llaves, tomó una, y la introdujo en la cerradura de la puerta delante nuestro. Y salimos a un gran espacio verde, un Prado enorme. Los pájaros volvieron a cantar, y volví a sentir la luz del sol encandilar mi cara, me sentí mejor. Apenas pusimos un pie en el pasto, varios perros callejeros se acercaron a Galeano moviendo sus colas, le saltaron al pantalón, jadeando, parecían contentos de verlo. Galeano sonrió y los acarició uno por uno. Cuando me giré hacia atrás, me quedé impactado, pues lo que veía era aquella choza de nuevo, aquella choza por la que había entrado y lo había visto al viejo tomando vino. Luego de acariciar a los perros, Galeano se dirigió a la puerta y le volvió a poner llave.

    —¿Sorprendido? tu vienes de muy lejos, ¿Verdad? —dijo.

    Me sentía muy confundido. Di pasos al costado rodeando la choza, y para mi sorpresa, la siguiente cara, estaba completamente abierta, como si lo que había antes no era pared sino una especie de telón o algo parecido. Había personas yendo y viniendo, entrando por aquella cara al descubierto, y cuando me acerqué a ver vi que ese lado de la choza tenía un caminito hacia adentro que daba a parar con el Gran Circo.

    —Has pasado por allí, ¿verdad?, ¿seguiste las indicaciones que te di? Supongo que sí, ya que te encontré en la sala del rey —me dijo el viejo.

    —¿¡Qué Está pasando?! —le dije con una clara expresión de confusión.

    —Es el Gran Circo —mencionó—. Suele abrir a las nueve de la mañana. Cuando llegaste a mí aún era muy temprano y es por eso que no te mandé allí directamente, pues aún estaba cerrado.

    —Pero... ¡¿Cómo es que cabe todo eso en esta pequeña choza?!

    —Tranquilo, no te apures —me dijo poniendo su mano en mi hombro—. Primero debemos sanarte esa herida, seguro debes estar soportando un gran dolor. Luego te lo contaré. Vamos, nos iremos hacia el oeste donde está la ciudad, allí tengo mi casa y podemos curarte y pasar la noche. Debemos ir y descansar antes de emprender el viaje a recuperar tu disco —me dijo sonriendo.

    Tenía muchas preguntas, pero me encontraba muy cansado, y decidí que lo mejor era llegar allí y descansar.

    Mientras nos íbamos, pude ver de reojo a alguien acercarse a nosotros; la había visto antes sentada en un árbol, pero no le presté atención. Ahora se encontraba caminando en nuestra dirección.

    —¡Gali! ¡Gali! —gritaba aquella joven.

    Era una chica de baja estatura, quizás de metro cincuenta y de unos veinte años. Tenía el cabello blanco y lo que parecían ser dos pequeños cuernos negros que salían desde los laterales de su cráneo. Llevaba puesto un vestido color rosa claro que le llegaba hasta las rodillas, y usaba botas marrones. Galeano parecía no haberla escuchado, o hacía como si no la escuchara, pues hasta yo había escuchado sus gritos. La joven comenzó a caminar más rápido hasta alcanzarnos, se acercó a Galeano y lo abrazó. 

    —¡Gali, tanto tiempo! ¿Dónde te habías metido?

    —¡Ah! ehh… ¡Irys! ¿Qué haces afuera? Apuesto a que te están esperando allí adentro —dijo Galeano señalando el circo.

    —Gali, por favor… Hace tanto que no nos vemos, ¡quiero que me cuentes en donde has estado todo este tiempo! ¿Quién es este joven? —dijo, refiriéndose a mí.

    —Soy Jim, un gusto —le respondí y le tendí la mano.

    Ella se acercó a mí y me estrechó la mano. Y entonces ahora que estaba más cerca, pude ver que tenía los iris de sus ojos de diferente color, uno era azul, y el otro de una especie de rojo.

    —¡Bonito nombre, yo soy Irys, encantada! Y él es mi papá —dijo acercándose a Galeano y abrazandole un brazo.

    —Oh, tienes una hija —le dije a Galeano mientras veía como él agrandaba los ojos y alzaba las cejas.

    —¡No, no ,no! Por favor, Irys, ya fue suficiente, gracias por el cariño, pero es todo —dijo, y se libró de la joven.

    —Pero…

    —Yo solo te cuide por un tiempo, ahora debes seguir con tu vida.

    —¡Pero quiero estar contigo! ¡Me quedaré contigo!

    —¡¿El qué?! Nosotros nos vamos muy muy lejos, y es muy peligroso —repuso Galeano— ¿Acaso no te gusta estar aquí, feliz y en un circo, donde todo es diversión y donde tienes seguridad y un techo?

    —¡Ya me canse de estar aquí! quiero estar contigo, déjame ir, te prometo que no seré un estorbo… es más, ¡puedo ser de ayuda!

    —Irys… Cuando te dejé aquí, entiendes que era para cuidarte, ¿verdad?

    —Lo entiendo perfectamente. Ya he crecido, y con el tiempo entendí que fuiste, y sigues siendo mas padre para mí de lo que fue mi padre biológico. Entiendo lo que has hecho por mí y estoy agradecida, déjame, déjame ir con ustedes, no quiero estar con otra persona que no seas tú.

    Galeano se llevó las manos a la cara y se restregó los ojos.

    —Está bien, vayamos de una vez al poblado, ya está anocheciendo… pero dime, Irys, ¿qué haremos con los muchachos del circo? Ellos te necesitan.

    La joven se había emocionado al ver que Galeano había cedido. Se había puesto a brincar de la emoción.

    —¡Bien, gracias Gali! Y no te preocupes por ellos, lamento dejarlos así, se molestaran que no esté para dar las siguientes funciones de hoy, pero quiero irme ya. No quiero volver porque si vuelvo me obligarán a terminar el día allí.

    Galeano dejó escapar un suspiro. Pero pronto cambió su cara de desagrado por una más alegre, como si en el fondo apreciara la compañía de Irys. Y entonces, sin más, comenzamos a caminar en dirección a la ciudad que Galeano había dicho. A todo esto, los perros que nos recibieron apenas salimos de aquella choza, aún se encontraban con nosotros, vagando por alrededor y olfateando, y una vez comenzamos a caminar, ellos nos siguieron. 

    —¿Y hace mucho que se conocen? —preguntó Irys.

    —Pues, desde hace unas horas —le respondí.

    —¡Oh, ya veo! ¡Gali siempre haciendo nuevos amigos! Veo que sigue teniendo esa bondad en sí que le hace tener amigos donde sea que vaya —dijo y se volvió a aferrar a uno de los brazos de Galeano.

    —Irys... ¿Puedes soltarme? ya estoy viejo para esto.

    —¡Claro! lo siento.

    Caminamos un par de horas hasta que por fin logramos ver el pueblo a lo lejos. El sol comenzaba a ponerse en el horizonte, y las farolas de la ciudad se fueron prendiendo a medida que oscurecía. La ciudad estaba tranquila, no había casi ruido, y al momento de llegar otro grupo de caninos se acercaron a Galeano moviendo las colas.

    —¿Son todos tuyos? —le pregunté.

    —No son de nadie —respondió—. Viven libres, pero yo los he cuidado siempre que pude.

    Los acarició uno a uno, redujo su paso para prestarles atención y una vez todos estuvieron contentos, volvimos a caminar a paso normal, hasta llegar a una pequeña casa en bastante mal estado. Galeano se acercó a la puerta, sacó una llave de su bolsillo y la introdujo en la cerradura. Galeano entró primero, dio unos pasos y observó dentro, con la mano aún en el picaporte, y luego nos dio lugar a pasar. El interior no estaba muy decorado ni tenía muchos muebles. 

    —¡Oh, qué recuerdos me trae esto! —dijo Irys con gran emoción—  ¿Por qué siempre has dejado abandonada esta casa, Gali? ¿No te gusta vivir aquí?

    —No es eso, pequeña —respondió Galeano—. Es sólo que siempre estoy afuera, y la mugre y él polvo que limpio hoy vuelve a aparecer en una semana, cuando vuelvo.

    Irys no dijo nada, y sólo lo miró con una cara de disconformidad, como no creyendo lo que decía. Y claramente algo no concordaba, pues el hogar estaba más que sucio, y había mucho más que sólo polvo. 

    Galeano nos permitió tomar asiento y pronto sacó unos paños y algo de algodón con alcohol de un mueble, se acercó y me vendó la herida. Le di las gracias, y luego, ya de noche, nos dio comida y agua y después fuimos a dormir. Luego de que Irys se fuera a la habitación que Galeano le dio para dormir, él me dio otro de los guantes similar al de mi mano izquierda para que me los ponga.

    —¿No eran de tela? Creo recordar que me dijo que no podría destruir ni metal, ni tela... —le dije.

    —¡Vaya! —Me respondió sorprendido-, Entonces tu habilidad está bastante avanzada.

    —¿Es malo? Pero, un momento —le dije con intriga—. Entonces estos guantes tampoco son de tela, ¿o si?

    —No es malo que tu habilidad esté avanzada, es sólo que... es sorprendente. Y en cuanto a los guantes, te lo diré mañana. Ahora, ve y descansa, repon tus energías, mañana saldremos a un viaje largo.

    Asentí y me fui a la habitación que él dejó para mí. Y él durmió en la cocina, donde había un sofá rasgado y con varias manchas. Pero no durmió sólo, pues había dejado que varios de sus fieles amigos perrunos durmieran con él.

    Agustín D.

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