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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?

Abr 27, 2025

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Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
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Parte 2:

Giant Beetle,

Capítulo 1.


Irys se fue directo al agua, se metió dando un gran chapuzón, y los perros le seguían detrás de ella, contentos, moviendo sus colas de lado a lado. Yo por mi parte, disfruté de la arena. Me senté cerca de la orilla y tomé aire, y dejé que los rayos del sol me aliviaran. La vista era hermosa; la costa era amplia, habían grandes rocas que brillaban a la luz del sol, había trozos grandes de madera de un árbol viejo esparcidos por alrededor, el agua cristalina dejaba ver claramente su interior, y el sonido de las olas y las aves encima nuestro hacían de aquél paisaje uno de ensueño. La vi correr de un lado a otro, perseguida por los perros. Bara estaba también muy cerca de la orilla, pero a ella no le interesaba el agua, al igual que a mí. Se echó en la arena y cerró sus ojitos, se la veía tan serena. En dado momento Irys me invitó a que jugase también con ella pero me negué, lamente rechazar la invitación pero en aquel momento no me sentía del todo seguro y con ganas. Luego de un rato, las olas comenzaron a pronunciarse cada vez más. Eran más y más altas y feroces. Irys parecía divertirse aún más, las olas grandes y potentes la arrastraban hasta la orilla y ella reía. Los perros al ver el alboroto, prefirieron alejarse y echarse en la arena a descansar. Yo me había ido un poco más lejos ya que las olas tomaron buena parte de la orilla.

—Vengan, ya es hora de irnos —nos dijo Galeano desde encima del montículo en el que descansaba.

Irys salió del agua y se secó. Una vez que subimos por la cuesta hasta dar con Galeano, vimos una gigantesca figura que hacía presencia en el horizonte, en medio del océano. Era ovalada, achatada, gigante, movía sus varias extremidades lentamente acercándose a nosotros. Fue impresionante ver a tal criatura, aquella causante de que las olas se hubieran alterado y vuelto feroces. Verla acercarse a nosotros, hasta tenerla a unos pocos cientos de metros, me aterrorizo, como si nos fuese a aplastar. Para entonces la criatura, que era exactamente como un escarabajo pero gigante, de color plateado que reflejaba al cielo, estando tan cerca, giró su rumbo, lentamente, de nuevo hacia dentro dentro del océano. Más de la mitad del cuerpo de aquél gigantesco bicho era visible debido a que casi se encontraba en la orilla. Para entonces, cuando se giró para volver al océano, lo vi al hombre, aquél que desde la cabeza del escarabajo le daba rumbo haciendo girar varias cuerdas atadas a los cuernos que salían de la mandíbula del escarabajo.

—¡Prepárate Jim, ahora es cuando usarás tu guante! —dijo Galeano, sin apartar ni un segundo la vista del escarabajo.

Por un momento pensé que lo había dicho de broma, pero la cara de determinación de Galeano me dijo otra cosa. Esperé, esperé a que dijese algo más, pero lo único que hizo fue mirarme y asentir, decidido con el plan.

—¿Estás seguro? ¿Qué pasa si fallo? ¿El gancho llegará hasta allí? —le dije preocupado.

Galeano tomó a Bara en brazos, y me abrazó con su otra mano.

—¡Sin miedo! ¡Irys, agárrate de Jim, y sujetate bien! ¡Nos vemos, pequeños! —terminó por decirles a sus mascotas.

Irys sin esperar un segundo, se aferró a mí con gran fuerza.

—¿Qué pasará? ¿Qué haremos? —dijo con nervios.

Apunté a la criatura por encima de una de sus patas, apreté el botón y un gancho salió disparado. El gancho recorrió un buen camino, tardó varios segundos pero llegó y se enganchó encima de una de las extremidades del bicho y comenzó a retraerse, llevándonos a todos juntos con rapidez. Íbamos colgados, pendiendo de una fina cuerda, y debajo de nosotros teníamos un océano profundo. Me dio náuseas al no sentir mis pies en suelo firme, miré hacia abajo y fue para peor. Habrán sido quizás sólo veinte segundos, que parecieron como horas, pero logramos al fin llegar y chocar contra el borde de la espalda del bicho. Al chocar, me sorprendí al sentir que no fue un golpe duro, sino más bien rebotamos suavemente en la superficie del escarabajo. Al levantarme, observé el suelo que confundí por un instante como si fuese el cielo, ya que lo plateado y bien pulido del escarabajo era tan reluciente que reflejaba todo a su paso y daba la impresión de estar entre nubes.

—Su cuerpo... Me marea… ¿Por qué parece que es de goma? —dijo Irys, tambaleándose, intentando mantenerse en pie.

—Es una de sus tantas modificaciones, fue hecha para que George pudiera agarrar con sus cuerdas a los visitantes y tirarlos a la espalda del bicho sin lastimarlos —dijo Galeano.

—¿Quién es George? —le pregunté.

—Aquel muchacho… —dijo, señalando hacia la cabeza del escarabajo.

Aquel muchacho al que se refería Galeano, era el hombre que vi encima de la cabeza del bicho cuando se giró para volver al océano. Estaba de espaldas, usaba sólo pantalones cortos que parecían rotos, en todo su cuerpo habían cicatrices y tenía el pelo largo con rastas. Veía como jalaba las cuerdas con sus brazos, manejando a la criatura. Cuerdas que estaban atadas a los grandes cuernos del escarabajo que salían de los laterales de sus fauces.

—Qué extraño, ¿y por qué lo hace? ¿Por qué maneja a esta criatura?

—Simplemente le gusta. Lo hace desde hace muchos años. Si me preguntan a mí, surcar los mares mientras estás encima de una criatura gigantesca a la cual controlas a tu gusto, que a la vez es un reino, suena a una vida interesante. Pero el muchacho es de pocas palabras. Le gusta apreciar el paisaje y estar sólo. Por más que haya recorrido los mismos océanos cientos de veces, eso es lo que a él le gusta. En más de una ocasión he intentado acercarme y hablar, pero lo único que se escucha de él son sus jadeos y los duros tirones de cuerda.

Aquél hombre no se había girado en ningún momento para vernos. Quizá no se había percatado de nosotros. Estando ya los cuatro de pie, comenzamos a caminar hacia donde Galeano nos llevó, yendo hacia el centro de la espalda del bicho.

—No tenía idea de que tu guante podía hacer eso, Jim. ¿Qué más puede hacer? —me dijo Irys.

—No mucho más —respondí—. Éstos guantes son obra de Galeano.

Vi como Galeano me volteó a ver con las cejas levantadas.

—¡¿Tu has hecho este guante?! —dijo Irys, mirando a Galeano.

—Claro… fue uno de mis hobbys. Antaño solía hacer este tipo de artilugios —dijo con cierta indiferencia.

—¿Los dejarás allí, solos? —le pregunté a Galeano, deteniendo mi paso y mirando hacia la colina donde estábamos antes, donde ahora sólo se encontraban los perros y nadie más.

—Oh, no digas eso, ya me he despedido, ya hemos pasado por esto varias veces. Ellos no tienen hogar, son libres. Si necesitan volver a la ciudad, vuelven. Siempre me los encuentro allí —repuso Galeano, llevándose las manos a los bolsillos y continuando el camino—. Tengo más amigos en otras tierras, los tengo por todo el mundo…

—Y… ¿Cómo entramos en el reino? —preguntó Irys.

—Siganme. Estaría bien no tardarnos mucho, así, si obtenemos el disco y salimos, el escarabajo habrá llegado a nuestro próximo destino sin saltearnoslo.

Galeano nos llevó hasta el centro de la espalda del escarabajo. Fue una caminata larga, hasta que nos detuvimos en un hueco en el suelo. Nos quedamos allí parados, alrededor del agujero, y al asomarme para ver, vi que muy al fondo se podía apreciar un ligero tono de color verde.

—¿Has estado en este reino antes? —le pregunté a Galeano.

—Es de los pocos lugares que no he explorado por completo… sólo estuve en la zona de allí abajo, el Jardín. Debemos ir con cuidado, siganme a mí y no se alejen. Me tiraré yo primero y echaré un vistazo, entonces, si no hay amenaza, les haré una señal para que bajen.

—¿Es seguro tirarse? —le pregunté, observando fijamente el fondo del agujero.

—No se preocupen, el suelo allí abajo está hecho de un suelo de goma, igual que la espalda de este bicho.

Y al terminar, Galeano tomó a Bara en brazos y procedió a tirarse por el agujero. Irys y yo nos agachamos y nos acercamos al hueco intentando ver si le ocurría algo a Galeano. Cayó varios segundos y luego lo vimos rebotar en el fondo, pero no se escuchó un ruido fuerte, como si hubiese impactado contra suelo firme. Lo vimos levantarse, sacarse el polvo de encima e inspeccionar alrededor. Luego, nos hizo una señal para bajar. Irys me miró, y yo le devolví la mirada. Ella procedió entonces a tirarse y me asomé de nuevo para verla caer. Y luego, aunque temiendo, me tiré yo.

Al estar ya todos de pie, y de asegurarnos de que no habíamos sufrido daños, comenzamos a caminar guiados por Galeano. La zona a nuestro alrededor se asemejaba a un jardín muy amplio, pero a la vez parecía también una pradera, y un bosque. Había una zona de huertos, donde había una espaldera de tomates rojos y otros que aún estaban verdes, hojas brotando de la tierra que reconocí como las de zanahorias y lechugas. Había un prado amplio con flores amarillas y blancas por doquier y otra zona más alejada donde se expandía una arboleda. Me sorprendí al ver que también habían pájaros, los cuales salían de aquella arboleda, revoloteaban, iban de aquí para allá, y volvían a los árboles a posarse. Pájaros de un color azul vivo, y otros que parecían cuervos, negros como la noche. Bara caminaba a nuestro alrededor, y cada pocos pasos que hacíamos, debíamos detenernos para esperar a que la pequeña hubiera terminado de olfatear aquello que le llamaba la atención.

—¿Cómo puede haber un jardín aquí dentro? —le pregunté a Galeano.

—Hasta donde sé, esta zona actúa como fuente de alimentos para las personas del reino. Las plantas se riegan automáticamente con agua del océano que se filtra por pequeñas tuberías.

—¿Y cómo es que llega la luz del sol aquí adentro? —preguntó Irys.

—Desconozco la razón de que haya luz natural aquí. Siempre me lo he preguntado. Quizás utilicen un sistema desconocido, o la habilidad de alguien, siempre he pensado que este escarabajo utilizaba la compresión de realidad... —mencionó Galeano—. Hablando de eso, Jim, recuerdo que me preguntaste sobre aquella choza y cómo era capaz de contener tanto espacio allí dentro.

—Oh, sí. Aún no lo entiendo —dije.

—Es algo sabido. Es un arte perdido. Es la llamada "Compresión de Realidad", una técnica utilizada antaño, en el cual, con mucha práctica y conocimiento, uno podía comprimir zonas de la realidad en un espacio reducido, era una habilidad que constaba del conocimiento, y no una que desarrollabas mediante una mutación. 

—Eso suena increíble —dije—. ¿Entonces aquella choza tiene esa compresión?

—Sí... Pero es una técnica que ya no se usa. Pues sólo hubo una persona capaz de utilizar correcta y adecuadamente esa comprensión. Hubo un libro una vez, que explicaba a fondo cómo utilizar esa habilidad, pero ahora sólo queda el mito.

—Y entonces... ¿Qué haremos aquí en el jardín? —preguntó Irys.

—Avanzaremos con cuidado —dijo Galeano—, hasta dar con el pulpo-calamar que custodia la entrada hacia el reino.

—¿Pulpo calamar? —dijimos Irys y yo.

—Es una extraña criatura de aquí, la reconocerán fácilmente. Y eso es todo lo que sé. De ahí en más iremos ciegamente, recorriendo el escarabajo como completos extraños.

Continuamos caminando, recorriendo un sendero de tierra que separaba por en medio al gran huerto de cultivos.

—¡Miren! —dijo Irys, apuntando por entre los cultivos—, qué rábano más grande…

Miramos todos en aquella dirección, y vimos que un rábano sobresalía del resto de cosas, pues medía al menos dos metros y medio. Y en cuanto escuchó a Irys, aquella verdura se comenzó a mover lentamente, levantó del suelo unas piernas finas, como fideos, y se giró hacia nosotros.

—¿Long-visitas? —pronunció el rábano, con una voz de a ratos aguda y de a ratos grave.

Nos quedamos en silencio, paralizados.

—¿Qué, o quién eres? —dijo Galeano al fin, rompiendo el silencio.

—¡Long-siento, dónde están mis modales! ¡Mí nombre es Long-Rábano! Y ustedes son… —dijo con esa voz extraña, mientras hacía un extraño gesto con los brazos, moviendolos y agitándolos repetidamente como fideos, y comenzó a acercarse a nosotros.

—¡Esta criatura me da escalofríos! —dijo Irys, pensando lo mismo que yo.

—No lo miren, no le presten atención —nos dijo Galeano, susurrando, retrocediendo unos pasos y volviendo a caminar por el sendero.

Nosotros estábamos detrás de él, y nos protegíamos con su espalda de la extraña criatura.

—¡Long-sabía, humanos! ¡Los de verdad, de carne y hueso-ng!

—Ah, qué voz irritante —dije, llevándome las manos a los oídos.

—Sh... no hagan contacto visual, no le presten atención-nos volvió a decir Galeano, decidido en ignorar al rábano, y estábamos de acuerdo con él.

—¿Por qué está vivo? ¿Nos hará daño? —susurró Irys, encogida de hombros.

—¡Mi Long-habilidad me ha dado vida! ¡Una vida y unas extremidades, como a un humano!

Galeano caminaba indiferente, tranquilo, pero Irys y yo íbamos más tensos, irritados y perturbados por la voz de aquella criatura, que nos siguió por el sendero durante un par de minutos. En dado momento Irys tomó la mano de Galeano y la apretó fuerte, y se acercó a él casi abrazándolo.

—¡Por allí no está mi amigo el long-señor pulpo! —dijo el rábano, y entonces Galeano se detuvo, y se giró.

Galeano dio permiso, nosotros nos apartamos del camino y él continuó caminando hacia el rábano.

—¡Disculpa, disculpa, querido amigo! —le dijo al rábano—. Disculpa mis modales, mi nombre es Galeano, y no pude evitar escuchar que has mencionado a un pulpo, ¿no es así? ¿No sabrás por casualidad dónde se encuentra él?

—¡Loong Loong! —dijo el rábano en una especie de carcajada—. ¿También son amigos del señor pulpo? ¿Y aquellos, cuales son sus nombres? —dijo señalándonos, levantando sus brazos de fideo.

—Aquél es Jim. La chica es Irys y la de al lado es Bara —dijo Galeano.

—¡Looongrys! ¡Qué bonito nombre! —dijo agitando sus brazos, y comenzó a acercarse a Irys.

—¿Sabes o no donde está nuestro amigo? —dijo Galeano, y se interpuso en el camino del rábano.

—¡Yo longs-llevaré! ¡Por aquí! —el rábano se detuvo un momento, Galeano le cedió el paso, y entonces comenzó a caminar hacia nosotros.

Irys y yo nos apartamos rápidamente del camino, rodeamos al rábano y nos escondimos detrás de Galeano.

—¡No se queden atrás o se long-perderan!

Agustín D.

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