Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
Abr 17, 2025
Parte 1.
Far Away Irys.
Capítulo 2.
Giré la manija, y un espacio, un recuadro negro se fue abriendo delante mío. La figura negra tomó la forma de una puerta, y delante no había más que oscuridad, como un verdadero vacío. Apoyé lentamente un pie dentro de aquella oscuridad, temiendo caer, pero toqué suelo firme. Y una vez ya dentro de la habitación oscura, mis ojos se sintieron mucho más aliviados ahora que no había un color blanco a donde sea que mirase. Comencé a caminar hacia adelante sin saber exactamente hacia dónde. ¿Qué es este lugar totalmente negro, oscuro?, me pregunté, el lugar era todo lo contrario a donde me encontraba antes. De pasar a una zona totalmente blanca, a otra totalmente negra... ¿Y todo esto cabía en la choza? No es posible, me dije, algo está ocurriendo.
Empecé a perder la orientación, no podía saber con exactitud si mis pasos eran rectos o si iba dando giros. Miré hacia todas direcciones queriendo encontrar la puerta por la que había entrado. Pero la puerta ya no estaba, estaba seguro de que la había dejado abierta, pero no lograba ver más que oscuridad, y deseé por un momento volver a ver algo con color. Me encontraba desorientado, intenté buscar algo, una figura mínimamente reconocible. Y pude ver que no muy lejos, habían objetos… figuras… como si fuese un escenario. Apenas distinguí aquellas figuras, me acerqué para indagar, y entonces una vez ya cerca, reconocí al lugar como una especie de teatro. Choqué de repente con una de las hileras de asientos, me fui apoyando con mis manos mientras caminaba y rodeaba las hileras hasta acercarme lo suficiente como para distinguir la galería del teatro donde se extendía un telón color rojo apagado que se mezclaba muy bien con la oscuridad. Creí estar sólo, pero fue entonces cuando vi a una persona sentada en una de las tantas sillas, aquella persona se giró hacia mí y me miró.
—¡Oh! ¿También vienes a disfrutar de la obra? Ven, siéntate aquí a mi lado, ¡ya está por empezar! —fue lo que escuché, una voz que provenía de todos lados, como omnipresente.
Me acerqué a él con cierto temor, dando pasos ligeros y sin hacer ruido.
—¿Dónde está la salida? —dije en voz baja.
—Las puertas están cerradas, no se abrirán hasta que termine la obra, ahora, haz silencio por favor —volvió alguien a decir con el mismo tono de voz.
Si bien la única persona que había en el teatro era el hombre, no podía distinguir si la voz que hablaba provenía de él o de alguien más. Me acerqué aún más, y tomé asiento cerca de él, dejando un asiento libre entre medio de nosotros. Mientras estaba por sentarme, pude ver al hombre por completo; me sorprendió al principio, ¿tres metros? Quizás tres metros cincuenta eran los que medía, tenia una cabeza en forma casi circular, vestía una fedora y lentes negros, traje negro con botones desabrochados, pantalón gris y zapatos negros. Tambien usaba lentes negros, y tenía un mostacho bastante largo que se ondulaba hacia arriba y terminaba en punta hacia cada lado y, sentado con sus piernas cruzadas una sobre la otra, en sus manos que estaban reposando en su regazo, sostenía un bastón. Me quedé un rato viéndolo de arriba a abajo, no pudiendo creer lo grande que era, y lo extraño de su cuerpo.
Aquel hombre se habrá dado cuenta de que mis ojos posaban sobre él, y se giró lentamente hacia mí, me miró, levantó una de sus manos y se llevó un dedo a los labios, en un gesto para que hiciera silencio. Rápidamente voltee hacia el frente, me pareció extraño, pero me sentía apenado. Supongo que se habrá dado cuenta de que me quedé viéndolo mucho tiempo como si fuese una criatura extraña. Al cabo de unos segundos, el telón color rojo apagado del escenario comenzó a abrirse y apareció una persona. La persona miraba por una ventana. Por la ventana, aquella persona veía estrellas que poco a poco iban apareciendo y titilando, resplandeciendo. Luego, apareció una silueta, la luna. En el suelo, fuera de la ventana, comenzaban a aparecer árboles y arbustos y un sendero de tierra, por el cual se integró una segunda persona. La primera llevó sus manos hacia la ventana e intentó escapar y llegar hacia donde se encontraba la segunda persona. Casi lo había conseguido, pero tres ganchos aparecieron desde atrás, y lo agarraron y lo arrastraron lejos, en dirección contraria a la segunda persona. Los ganchos se aferraron a su piel y tiraron de él haciéndolo caer al suelo, y fue arrastrado hasta quedar sentado en una banca ubicada casi en el extremo izquierdo del escenario. Los ganchos se retiraron, la persona quedó rendida, cabizbaja, sentada en la banca. Rodeando la banca habían girasoles que apuntaban hacia la ventana, y detrás de la banca había una farola que iluminaba en la penumbra a esta persona. La segunda persona entró por la ventana, caminó hasta estar muy cerca de la primera, y estiró sus manos que chocaron contra una pared invisible, que separaba a las dos figuras.
En un último intento, la segunda persona estiró una de sus manos, y logró atravesar la pared y esperó una respuesta del otro lado, la primera alzó la mirada y, agarrando la mano de la segunda, comenzó a levantarse de la banca, la pared se esfumó, y los dos ahora con sus manos juntas, se abrazaron en lo que el telón se cerraba. Giré levemente mi cabeza, y miré al señor que estaba a mi lado, vi como sacudía una mano, girándola de lado a lado, y con la otra se secaba una lágrima en su ojo.
—Fue hermoso, ¿verdad? —escuché decir a una voz quebrada.
—¿Es usted quien está hablando? —le pregunté, ya que si bien escuchaba una voz, la boca de aquel hombre no parecía moverse.
—Discúlpame, discúlpame, siempre me pongo sentimental con las obras de teatro —dijo limpiándose una lágrima de la mejilla—. Perdón, no me he presentado. Llámame señor Blue. Soy sordomudo, la única forma que puedo hablar con la gente, es a través de la mente. Háblame a través de tu mente, es la única forma en que puedo escucharte —dijo, y extendió su mano.
—¿Me lo dice en serio? —dije en voz alta, y estreché su mano cautelosamente.
—Sí, te lo digo en serio. Y ahora pude escucharte ya que te repites lo que vas a decir en tu mente antes de decirlo en voz alta. Pero te recomiendo que me hables en tu mente. Así, por más que no haya nadie alrededor, no parecerás un loco hablando sólo.
—Entiendo... —dije, y realmente no comprendía del todo, pero decidí seguirle el juego—. ¿Cómo puedo salir de aquí? ¿Cómo puedo llegar a la ciudad en llamas?
Él me miró, giró su mirada ligeramente hacia mi izquierda y me señaló hacia un lugar.
—Por allí, sigue las campanas.
Me sobresalte por un momento. ¿De verdad pudo escuchar la voz en mi mente?, pensé, y vi como el señor asintió. No me quitó la vista ni un segundo, y permaneció con la mano levantada señalando en aquella ubicación, donde las campanas. Me levanté del asiento y caminé en aquella dirección.
—Gracias… —le dije, dudando.
Y apenas me di la vuelta para irme, escuché de nuevo la voz del señor. Me di la vuelta, y lo vi con su mano extendida hacia mí, y en su palma había un pedazo de papel.
—Toma, no lo pierdas.
—¿Qué es esto? —le pregunté.
—Ya lo sabrás, espero que te sirva.
Tomé el pedazo de papel, lo miré al señor frunciendo el ceño, me eché para atrás y sin más me giré y caminé hasta las campanas. Con tanta oscuridad, no pude ver claramente qué era lo que me dio, me guardé el trozo de papel en uno de mis bolsillos y esperé a tener un poco de luz para investigarlo.
La hilera de campanas se encontraban en el techo, eran pares de dos campanas, y puestas una detrás de otra formando un camino que se perdía en el horizonte, sostenidas por lo que parecía… nada, como si colgaran del techo, pero el techo era de un color oscuro igual a todo el resto de la habitación, y por eso parecían pender de la nada. No recordaba haberlas visto antes, como si hubiesen aparecido apenas terminó la obra.
No sé cuánto tiempo habré caminado, en cierto momento sentí que mis párpados me pesaban y me sentía más relajado. Pero tanta oscuridad y tanto silencio me daban una cierta sensación de inquietud. El camino fue más bien corto, las campanas me guiaron hasta otro par de manijas, había una a la izquierda y otra a la derecha. ¿Qué raro?, pensé, ¿cual tomaré? Giré hacia atrás y perdí de vista el escenario donde se encontraba aquel hombre peculiar. Pensé en volver y preguntarle por el camino correcto, pero esa idea se esfumó de inmediato en mi cabeza, no quería volver, y no quería seguir hablando con aquel señor extraño. Me dirigí hacia la derecha y tomé de la manija, esperando que sea la decisión correcta.
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