Pasos al costado. ¿Qué tienen en común un disco, un libro y una pintura?
Jul 26, 2025

Parte 3:
Corte Carmesí.
Capítulo 1.
No teníamos de otra más que saltar al mar, Era la única forma de salir de encima del escarabajo. Galeano le dio las gracias a George y se despidió de él. Luego se acercó a mí, y se asomó y observó el mar.
—Dispara tu gancho hacia aquel tronco —dijo—. George no tardará en volver al océano.
Lo miré con cierto temor, y luego observé las aguas, inquietas por el movimiento del bicho, creando olas masivas. Irys se agarró a mí, Galeano tomó a Bara en sus brazos y se agarró a mi otro brazo, y entonces, apunté y disparé hacia el tronco que sobresalía por encima del agua, y no parecía muy firme pero sí lo suficientemente podrido como para que quedase destruido cuando el gancho golpease con él. Disparé, y mi gancho logró tocar y aferrarse al tronco de madera, y nos llevó hasta allí. Pero como era de esperarse, la madera se rompió a mitad de camino y caímos al agua. Nos dimos un gran chapuzón. Mi corazón se aceleró sin ninguna razón, me había puesto nervioso, y fue Galeano quien me ayudó a levantarme y llevarme hasta la superficie para respirar.
—¡Gracias! —le dije, intentando hablar, y a la vez respirar y nadar.
—No es nada. Hiciste bien, nos has ayudado. ¿Irys?
—Estoy bien —dijo ella.
Galeano llevaba a Bara en un brazo mientras intentaba con dificultad nadar. Irys y yo le ayudamos todo lo que pudimos hasta llegar a tierra, totalmente empapados y fatigados.
—Las costas azures —dijo Galeano mientras salía del agua y daba un vistazo mientras se quitaba la mochila.
—Ah… No se ve nada… ¿No? —dijo Irys, y se echó un momento en la arena a descansar.
—Así es. No nos separemos, no creo que haya peligros más que perdernos en esta neblina. Pero eso es suficiente como para tener cuidado.
Sacamos de nuestras mochilas un par de toallas para secarnos. La playa, como mencionó Galeano, era de un tono bastante azulado, al igual que la espesa niebla que cubría enteramente todo el lugar y no dejaba ver más de diez metros alrededor nuestro.
—¿Sabes dónde queda el siguiente reino? Parece que te sabes todo de memoria —le dije a Galeano.
—Sí… Perdón por no haber comprado un mapa en Servidumbre… pronto llegaremos a un lugar donde tengo un mapa, y así podrán verlo y guiarse ustedes mismos.
—¿Servidumbre? —le pregunté
—Claro, Servidumbre, la ciudad en la que estuvimos antes de tomar el escarabajo gigante. Ubicada en el continente Far Away Irys.
—¿No habías dicho que vivías allí? —me dijo Irys, y me miró con extrañez.
—Sí… Perdón, estaba pensando en otra cosa.
Me encontraba abrumado. Como si una sensación extraña me hubiese invadido en aquel momento, al entrar y sentir la niebla. Como si la niebla estuviera teniendo un efecto nauseabundo, enfermizo. Me parecía ver formas, figuras y siluetas a través de la niebla, las veía de reojo, y me sobresaltaba y miraba de repente en aquella dirección, pero al mirar, no había nada, ni nadie, ni siquiera tal figura o silueta que mi mente se había inventado.
—Ahh, esta niebla me marea… me siento somnolienta… —dijo Irys, y caminaba desganada.
—Ya casi salimos Irys, aguanta un poco más —dijo Galeano.
De tanto en tanto Galeano iba echando un vistazo hacia atrás para ver si aún estábamos todos juntos. Pasó un tiempo pero logramos salir los cuatro de la densa niebla. Delante, un amplio campo rojizo se expandía hasta el horizonte. Irys y yo dejamos escapar un gran suspiro cuando al fin salimos de la enfermiza niebla, pero más que por haber salido de allí, fue por ver el hermoso paisaje que teníamos delante.
—¡¿Ah… Qué… Qué es esto?! —dijo Irys restregando sus ojos.
El contraste y la repentina luz del sol fue un cambio bastante brusco.
—Ahora estamos en las Tierras Carmesí… nos dirigiremos hacia allí —dijo Galeano señalando hacia el sureste—. Cerca del centro de estas tierras.
El campo estaba repleto de un pasto color rojizo. La tierra, los árboles y hasta las rocas y todo lo que existía en este lugar tenía ese tono escarlata. Aunque lo que más llamaba la atención eran zonas azules que hacían demasiado contraste con el resto del paisaje.
—¡Increible, pareciera pintado! ¿Por qué estas tierras son así? —preguntó Irys.
—Es interesante… ¿No? Les contaré la historia de esta tierra mientras llegamos a nuestro destino —dijo Galeano, y comenzó a darle énfasis a su relato añadiendo sus manos, alzándolas como mostrándonos el paisaje—. Antes, hace siglos, estas tierras eran de un verde común, como cualquier otro campo. Esta zona era famosa porque aquí, antaño, se libraban duras y sangrientas batallas entre diferentes reinos. Era como un campo de batalla por excelencia. Básicamente, estas batallas se salieron de control y llegaron a arrasar contra inocentes ciudades, es decir, dos reinos, ajenos a este, luchaban y por consecuencia las personas de aquí morían —explicó Galeano, y con su mano señalaba las diferentes ruinas y escombros que había esparcidas por la zona—. Esto hizo enfadar a los reyes de aquí, y nadie sabe cómo, pero una sustancia extraña y rojiza empezó a invadir estas tierras en lo que los bárbaros se mataban entre sí. Al poco tiempo, todo se tornó de este color, las peleas cesaron, y todo, hasta los mismos reyes, cayeron.
—¿Es decir que… no hay nadie por aquí? —le pregunté
—Bueno, lo de que cayeron es simbólico… se petrificaron… dejaron de reinar. Pero su presencia aún se mantiene.
Habíamos llegado hasta un árbol, similar a un sauce llorón; su tronco se encontraba torcido, y las hojas secas y rojas que pendían de sus ramas, llegaban a tocar el suelo. Allí nos sentamos y descargamos nuestras mochilas para desayunar y descansar.
—Como les iba diciendo, los reyes aún viven, pero entraron en un estado de letargo extraño. La gente los empezó a llamar "La Corte Carmesí".
Galeano tomó un pequeño cuenco de su mochila, le puso un poco de agua dentro, y lo apoyó en el suelo para Bara, además, tomó un puñado de semillas y pasto y utilizó su mano a modo de cuenco donde Bara se acercó y comió.
—Son como jueces… Es una zona extraña… Algunos aún vienen a estas tierras y los veneran y les rezan, otros, dicen algunos, vienen y son juzgados o luchan contra ellos, o contra otras personas enfrente de los reyes a modo de… La verdad no lo sé… sacrificio quizás. Pero sí. Ellos aún viven y "protegen" sus tierras.
—Qué extraño. ¿Y qué son estas zonas azules? —preguntó Irys, señalando las líneas azules que se expandían por todo lo largo de estas tierras, como franjas.
—Son otro fenómeno extraño… Este surgió no hace mucho y tiñó el mundo entero, o al menos este continente… Debemos continuar —dijo, y se puso la mochila y comenzó a caminar.
Dejamos atrás al sauce llorón, y comencé a prestarle más atención a las franjas. Como nos encontrábamos en un montículo algo elevado, pude apreciar el campo de una manera más amplia, y entonces contemplé el paisaje y me recordó, como había dicho Irys antes, a una pintura. Parecía irreal, pues el contraste con lo rojo del capo y lo azul de las franjas daban una sensación de ensueño, como si fuera una ilusión, como si algo tan bello y a la vez tan extraño no pudiese existir.
—Viene del antiguo reino del Marcus —explicó Galeano—, que quedó en ruinas tras un extraño suceso. De este, una sustancia azul empezó a invadir las tierras hasta topar con mar. Es por eso que las costas son como son, azures. Incluso el mar está ligeramente teñido de azul… Es decir, a lo que voy con esto, es que muy probablemente el mar no sea su límite, y quizás las franjas lleguen hasta el Far Away Irys... y otras tierras separadas.
—Oh… ¿De verdad crees que pueda llegar a otros continentes? Eso suena... No lo sé, extraño, invasivo —dijo Irys.
—Lo es. Aunque avanza muy lentamente. Si se quedan mirando no notaran su movimiento, es como el movimiento de las sombras que proyecta el sol. Pero… Estudios han llegado a la conclusión de que estas sustancias pueden afectar a las personas si inhalan mucho de ésta. La azul parece tener un efecto de debilitamiento y bajo estado de ánimo. La roja también tiene su parte negativa…
—¿La roja? ¡¿Hablas de que es perjudicial respirar el aire de aquí?! —dijo Irys con sorpresa y temor.
—Sí, pero tranquila. Si bien tiene efectos cancerígenos…
—¡¿Ehh?!
—...Se necesita inhalar bastante, como… No sé, el equivalente a vivir aquí durante años para notar los efectos.
—Es terrible. Es una pena lo que le ocurrió a estas tierras.
Caminamos un largo rato, íbamos haciendo pequeños descansos de cinco minutos para que Irys y yo descansáramos nuestras piernas. Galeano no parecía agotarse nunca, a pesar de haber vivido durante siglos su físico era fuerte, aunque no lo pareciese.
El sol lentamente se iba poniendo en el horizonte, y para entonces, logramos ver a lo lejos frente nuestro, una gran estructura.
—Allí está —dijo Galeano señalando hacia la estructura—. Sabía que íbamos bien.
—Ahh, por fin… —suspiró Irys.
Estábamos agotados. Nuestros pasos eran pesados y lentos, pero las energías se devolvieron a nosotros cuando supimos que habíamos llegado al fin.
La estructura era peculiar; una estructura de suelo circular y de piedra destruida que sostenía varios y enormes pilares. El techo también era circular aunque dejaba un enorme espacio en el centro por el cual entraban los rayos del sol, que ahora casi se ponía en el horizonte. Podía intuir por la gran variedad de escombros alrededor de los pilares, que antes habían paredes, estos escombros y los pilares tenían muchos detalles, decoraciones y hasta pinturas con símbolos. Toda la estructura estaba rodeada por raíces y enredaderas con espinas que parecían querer mostrar leves colores verdes, pero que fueron teñidos de rojo inevitablemente. Nos detuvimos poco antes de entrar. Frente nuestro, la enorme ruina con pilares de al menos cien metros de altura, parecía un coloso. Las rocas que la conformaban eran enormes y gruesas, como elefantes. Pudimos observar que, dentro, cinco estatuas gigantescas se alzaban; estaban de lado, había una que resaltaba de las demás, era más alta, estaba sentada en una gigante silla que parecía de un rey y tenía una espada enterrada en el suelo sostenida por sus dos manos. Nos adentramos en la ruina, me sentía diminuto al lado de los enormes escombros, los cuales debíamos sortear a medida que caminábamos. Rodeamos las estatuas para estar de frente a ellas, todas llevaban capas rocosas y un casco que cubrían sus cabezas y dejaban una apertura en forma de "Y" desde la boca hasta la frente. Las estatuas más pequeñas, que estaban distribuidas de a par alrededor de la más grande, hacían una reverencia a ésta, arrodilladas sobre una pierna y con la mano derecha en sus pechos y una gigante espada en la otra mano incrustada en el suelo. No dejábamos de ver hacia arriba y sorprendernos ante semejantes trozos de piedra.
—Estamos en la Corte Carmesí, allí está el disco —dijo Galeano, señalando a un pequeño altar frente a la estatua más grande, donde posaba el disco.
—¿Lo tomamos sin más? —pregunté.
—No… Primero debemos presentarnos cordialmente ante el rey, luego él decidirá si somos aptos para tomar el disco.
Galeano se acercó y se paró frente al altar.
—¿Eh? ¿Y qué pasa si no lo somos?
Galeano apoyó una de sus rodillas en el suelo, haciendo un gesto similar al que hacían las estatuas más pequeñas. Irys y yo, aunque con duda, nos acercamos e hicimos lo mismo. La única que no parecía entender, era Bara, y no se le podía pedir más a la pequeña. Ella se encontraba olfateando y vagando por alrededor nuestro.
—Greg, gran rey carmesí —dijo Galeano con una voz alta y clara—, despierta una vez más de tu letargo y juzga a nosotros simples mortales. Irys, Bara, Jim y yo, Galeano, hemos venido a tomar tu disco a modo de completar una misión que se nos ha encomendado. Sólo tú tendrás la última palabra.
Al terminar, todo quedó en silencio durante un minuto, y no hubo ni un movimiento. Al cabo de un rato, Galeano se levantó.
—Perfecto. Jim, agarra el disco.
—¿Seguro? —le dije con temor.
—Claro, si no obtuvimos respuesta es porque ha cedido.
Me acerqué lentamente al altar que teníamos frente a nosotros. El disco estaba reposado en suaves telas rojas con decorados dorados. El altar era más bien una pared sin forma, aunque dado a los escombros que había alrededor, podía intuir, antes era más hermoso que ahora. Agarré el disco suave y lentamente con mis dos manos y lo guardé en la cajita de madera de la mochila de Galeano.
—¿Ya está? —dije, aún temiendo que algo malo nos pasara—. ¿Eso es todo?
—Claro, solía frecuentar estas ruinas, creo que Greg ya me ha tomado como amigo.
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