Fue desprolijo mi andar por las calles de este barrio, que ya no conozco tanto; me había acostumbrado al mío, en donde las tres de la madrugada son aptas para sentarse en un banco de una plaza, mirando perdido algún horizonte. Fue desprolijo mi andar, levanté constantes sospechas a deshoras, miré por todas las esquinas, en todas las ventanas de las casas. Entre crucé las garitas que habitan las esquinas, en las plazas mismas, tras los árboles, tras las hamacas. Hasta que me cansaba, de mi danza noctámbula, cuando recaía en mis pensares, y decidía relajarme un poco en lo último que quedaba de la noche. Fue desprolijo, mi andar, me repetía constantemente, también errático, e inocente. Todo lo que buscaba desaforado en el alba, con tantas ganas de encontrar, me convencí muy fácilmente que podrías tenerlo vos. Que habrías pasado alguna noche de ésas que te sentabas conmigo, y en algún cerrar de mis ojos te lo hubieses llevado. A mí, ya no me convencía girarle la llave a mis puertas antes de salir; dejaba abierta hasta el alma, sólo imaginando que alguna noche en tu andar, te acercarías por lo menos a cerrarla, y quizás verías algo, que te llame la atención.
Pesada mi adicción, por darle a lo desconocido, a lo incierto. Un pase totalmente libre a los estantes de mi casa. Unas llaves que abren cualquier cosa, como si vos en verdad, fueses a abrir precisamente las que guardan algo bonito, interesante, y no fueses a recaer en la obvia curva de la probabilidad, donde están todos los desastres apilados. Errático, inocente; hasta que me di cuenta que no te había dado ninguna llave. Te dejé directamente la casa, y yo me quedé paradójicamente encerrado del lado de afuera.
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