La vida se me explica sencilla en los pequeños gestos que no olvido en vos. Porque los conservás como un recipiente desgastado que a cada vez que nos cruzamos se le escapan, y vas manchando un poco el suelo o los manteles ahora llenos de migas como resultado de tu ceguera voluntaria, el descuido de aquellos ojos cerrados que no se corren ni un instante del sol. Te recostás de frente al mismo y un poco alejada del río y creo que envidio tu falta de reflexiones, porque veo a cada costado y probablemente tuyo algún lugar para perderme. Hasta que cedo a tu juego de retomar un poquito la infancia y vas siendo mi última imagen antes de mirarte por completo de la misma forma.
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