Recuerdo aquella tarde esperando la consulta del médico con respecto a los últimos análisis generales. Solo había tres personas en esa sala de espera. A la media hora, la secretaria me llamo:
- Ghurtel, Genesio
Me levante y con pasos rápidos llegue al consultorio. El doctor me invito a sentarme y luego me pregunto si quería tomar agua o café, negué con la cabeza. El especialista tomo los papeles de los estudios no sin antes soltar un largo suspiro.
- Señor Ghurtel, a juzgar por los resultados de los análisis y el avance de su enfermedad, me temo que su expectativa de vida no supera los 30 días.
No hice ningún comentario. En el fondo lo sabía y mi cuerpo también. Lo único que me dejo sin palabras fueron los días que me quedaban. Tantos meses resistiendo como para que después todo termine tan pronto-
- Permítame decirle que cualquier colega en mi lugar le recetaría unas pastillas para mitigar los dolores y dejarlo a su suerte. Sin embargo, estoy dispuesto a ofrecerle otra alternativa, si es que está interesado en escucharla.
Asentí ante la débil luz de esperanza.
- Tiene que dirigirse a este lugar. Sin acompañante y con lo que se adjunta en esta lista. Es una terapia alternativa que no pertenece a la ciencia. Le ofrezco esto porque mi familia le debe un favor, y creo que con esto quedamos en buenos términos.
Pedí permiso para agarrar la lista y leerla con atención. En aquel papel se leía la dirección del lugar y los materiales para concretar el trato. La guarde en mi bolsillo y cerramos con un fuerte apretón de manos.
Volví a casa y llegando a la cocina encontré una nota de mi mujer en la mesada explicando que iría a visitar a su madre, calcule que volvería dentro de tres horas. Ese tiempo me alcanzaba para desayunar y hacer lo de la lista. Un frasco con la tierra donde uno vive, hebras de cabello propio y uñas, y, por último, una cuchilla bien afilada por uno mismo. Cuando acabé con todo, salí para volver a mi camioneta y leer una vez más la dirección antes de poner el motor en marcha.
La ruta se veía bastante tranquila y no se veía ni un alma. Solo el clima había cambiado desde que salí. Parecía que iba a ser un día más de verano, con el sol a pleno en lo alto, pero ahora todo estaba nublado como si estuviéramos en otoño. En momentos así recordaba a mi abuelo sosteniéndome de los hombros y advirtiendo que no debía salir bajo ningún pretexto en los días nublados, porque siempre ocurrían tragedias. A la familia le parecía que exageraba un poco, hasta que uno de mis primos por querer buscar a su perro en el campo, lo alcanzo un rayo. Hoy la mayoría lo piensa como una fatalidad casual, pero nunca me lo olvide.
Llegando al kilómetro doscientos cincuenta y ocho gire a la derecha por un camino de tierra marcada por los jinetes y las ruedas de los autos, hasta divisar un rancho con techo de paja en estado decadente. En el marco de la entrada, un gaucho que se encontraba afilando una cuchilla con una piedra plana. Un perro galgo/cachuzo dormía a su lado. Me baje de la camioneta y me acerque lentamente hasta que él dejo lo que estaba haciendo. El hombre ni levanto la mirada, sino que gesticulo para que entre en la casa detrás de él. Piso de tierra y dos habitaciones separadas apenas por unas raídas cortinas, y una pequeña garrafa como cocina, eso es lo que vi mientras me guiaba hacia una de esas piezas, dentro había una mesa redonda de algarrobo y una cama individual con sabanas que dejaron de ser blancas hace mucho. Él se sentó en el piso cerca de la mesa y me señalo la cama para que me siente. Luego carraspeo señalando la bolsa que llevaba conmigo y se la entregue. Tuve el presentimiento de que no hablaba, hasta que me saco la duda.
- Lo de la lista está correcto. Ahora decime tu nombre completo y piensa en 3 números.
Le respondí a lo que me pedía y me respondió con una media sonrisa:
- Cuatrocientos ocho. Buena elección.
Luego tomo el frasco y esparció la tierra sobre la mesa, lo dividió en tres partes iguales con su cuchilla y coloco las hebras en cada división de tierra. Después saco otro frasco de color oscuro, lo destapo y esparció en linea diagonal ida y vuelta hasta quedar tapado por completo ese espacio de tierra. Aún hoy no puedo deducir si esa sangre era animal o humana, pero el olor era muy fuerte y me quedo impregnado en la nariz. Luego rebusco internamente en el chaleco de piel y saco un cuerno curvo, gastado y amarillento que le sobresalía de la palma de la mano, y lo uso para aplanar toda esa mezcla. En algunos momentos, alternaba la vista entre el proceso y su cara, y notaba su concentración y no podía entender lo que susurra. Tan solo captaba algunas frases como "salve, el que todo lo ve", "brindar infinitud" y "dado de gracia".
- Lo que más abunda sobre la tierra es la energía de los que ya no están. Se esparce como el agua del mundo.
Ahí comprendí que el contenido de su frasco era tierra de cementerio. Al rato el gaucho chiflo y se escucharon las pisadas del perro que venía hacia la habitación. Observando a su dueño con sus ojos nublados de tormenta permanente, y su pelo tricolor y ralo, como una esponja de metal.
- Ven Cuco - dijo el gaucho y el perro se acercó. El dueño le tantea las dos orejas y cuando encontró lo que buscaba se lo arranco, gotas de sangre comenzaron a caerle por la oreja derecha del animal, pero ni se inmuto ni emitió sonido. Luego agarro mi cuchilla y con la otra mano manchada de la sangre de Cuco dijo:
- Queda la última parte del pacto. Necesito hacerle un corte en la palma de su mano derecha.
Y así lo hizo para después juntarla con su mano izquierda manchada.
- Ahora Cuco es el guardián de su alma.
- Pero estando ciego no es un problema?
- Cuco no es ciego, es un animal no muerto. Ni esta acá pero tampoco en la fosa, como una vasija, pero con su alma. Solo lo seguirá hasta que decida marcar su propio punto final.
Entendiendo poco y nada de lo que me dice, pregunto si tengo que hacer algo más y de cuanto le tengo que pagar. El niega y me señala la cortina para que salga. Atrás me sigue Cuco a pocos pasos, abro la puerta de la camioneta y es el primero en subirse para sentarse en el asiento del copiloto, como si lo hiciera de toda la vida. Hace mucho que no tengo mascota y ya ni me acuerdo de que se sentía estar acompañado por uno. El trayecto transcurrió en silencio, no sabía si Cuco ladraba o no. Apenas llegamos sentí el olor a torta fritas en el aire, traspasando la puerta de casa veo a mi mujer terminando de emplatarlas en la mesada de la cocina. Me acerco y la saludo con un beso.
- Buen día, gordo. ¿Como te fue? ¿viniste acompañado? - pregunta señalando al perro sentado al lado de la entrada.
- Lo vi tirado en la ruta y me dio lastima. - mentí.
- Pobrecito, lo deben haber descartado por viejo. Yo debo tener olor a los gatos de Ma y por eso no se acerca.
- Es hasta que se acostumbre. ¿Como están allá?
Y ahí empezó hablar largo y tendido de lo que hablaron e hicieron a la mañana. Todo el chisme de los otros distanciados vecinos, de los gatos, de medicamentos, que el gobierno no se ocupa de nada, etc. Escuchaba mientras comía no sin ir mirando de reojo a Cuco, quien tampoco me sacaba los blanquecinos ojos de encima.
Así fue pasando el tiempo apaciblemente, bastante mejor que los primeros años de la enfermedad y ni tuve necesidad de recurrir a los analgésicos. Tuve que seguir la corriente por mi mujer que igualmente me dolía en el alma mentirle, tanto por mi situacion como la de Cuco. Quien podía creerme en todo caso. Hasta tuvimos la visita de nuestro único hijo, Julián, que venía de trabajar en el exterior. Pero una mañana mi mujer no se levantó de la cama, no hubo sacudida ni abrazo que valga, la muerte se la había llevado sin dolor. Cuco, que rara vez se acercaba, lo hizo en aquel momento mientras gimoteaba como un chico apoyado en la blanquecina mano caída en el costado de la cama.
Días después del funeral, Cuco y yo subimos a la camioneta. Eran las cinco de la mañana y el sol aún no se dejaba ver. Pasamos el centro del pueblo y seguimos derecho por la ruta. Empieza a lloviznar, no sé como pero ya desde que me había levantado sabía lo que tenía que hacer. La lluvia cae con más fuerza, cuesta ver aun con los limpiaparabrisas encendidos. Veo para mi derecha a Cuco que me devuelve la mirada confirmando mi decisión. Le acaricio entre las orejas, aunque sabiendo que no está vivo, pero quiero demostrarle gratitud. Luego tomo con ambas manos el volante, respiro hondo y doy un giro brusco hacia la izquierda. La camioneta empieza a girar con fuerza en el campo hasta quedar volcado del lado del conductor, mi brazo queda con todas las esquirlas de la ventanilla y siento la sangre tibia de la sien manchándome la ceja izquierda y parte del cuello. Entre el hueco del parabrisas destrozado y el humo del motor, lo último que veo es al gaucho acercarse y llamando a Cuco.
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C. R. Gotta
Camila ⛥ 27 años ⛥ Estudiante audiovisual ☆ Recomiendo libros por ig ⛥ "Escribir no es la vida, pero yo creo que puede ser una manera de volver a la vida" (Stephen King)
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