Paredes rojas

18/1

Desde hace poco más de un año tengo una herida en el pecho que lacera mi forma de estar y vivir en el mundo. Es la herida de la repetición, del abuso, el famoso trauma complejo. El que te rompe lo más preciado de tu ser mientras estás disociada y anestadiada para no sentir tanto dolor. El que destroza lentamente todo mientras no podés defenderte. Mi mente, cuerpo y emociones me atormentan todos los días porque fue atormentados de la misma manera. Nadie se quiere acercar a una tormenta que no es mía y posee un cuerpo como unos engranajes que van matando todo lo que trata de construirse y ser. Se van y afirman que ya no sos vos, que mentiste, que nunca pudiste y fingiste. Todo se destruye, todo se destruyó. Esto no es mío, no soy yo. No hay palabra que describa un nivel de agotamiento multiple y severo. Cómo se describe la creación de que todas las variables del ser un ser humano estén rotas, desgarradas. Todos las constituciones que se habían configurado con la experiencia de la vida genuinas fueron destruidas y no hay posibilidad de vivir en el lugar de la vida, en el carril de la conclusión. Prefiero desgarrarme las venas con un tractor a verte hablar de aprendizaje, de socialismo, de constructivismo, de las mujeres como te dió la cara para hacer en septiembre. No sé quién sos. Nunca desee tanto estar del otro lado. Nunca desee tanto caminar para atras cientos de miles de pasos. Unir todas mis células recuperar mi vida y pulsión de vida. Volver atrás en este horizonte de sucesos. Estar del otro lado de la completa desintegración de un cuerpo. Poder escuchar a mi cuerpo en vez de estar anestesiada y disociada por tus corrosivas estrategias. Pero después de la tortura y degradación como mujer trabajadora el futuro habita el pasado y solo hay paredes rojas.