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    Paredes amarillas

    Bruchi

    Mar 29, 2024

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    Paredes amarillas
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    Una vez que terminé de pintar la pared de la habitación, me senté en una reposera de tela color verde, apoyabrazos de madera, a una distancia considerable y miré la inmensidad de ese espacio, ahora pintado de amarillo. Compartía color con el resto de sus compañeras, que levantaban protección a toda la casa.

    Miré aleatoriamente a varios puntos, imaginarios, de la pared. Flasheaba que podía determinar que era un rectángulo que tenía sus medidas bien definidas, sus correspondientes límites con el marco, con la pared contigua, y por allá abajo con el zócalo. Sin embargo si estuviéramos, junto a mi novia, por decir algo, dentro de esa pared y viviéramos en esa bidimensionalidad, tal vez podríamos concebir que ese lugar es gigante, como consideramos al universo.

    Fragmentamos todo, lo hacemos digerible y perdemos nociones. No sé si eso está bien.

    Detuve los ojos, ejercía presión para observar cada milímetro de mi pared amarilla. Me pregunté por el color. Recordé entonces aquella casa de la calle Pedro Morán, el amarillo de una de las habitaciones y el frente de la casa. Todo el recuerdo sucedió mientras se mezclaban los colores fundiéndose con los espacios y mi cabeza iba rotando lentamente. Me martilló los sesos el sonido del tren Urquiza que se vino hacía mí, de forma abrupta, corrompiendo todo mi ser y llevándome de golpe a ese patio; esa mesita de madera y sus sillas plegables, también de madera, esa terminación en rectángulos perfectos y el color caoba. El pasto, las plantas y el muro del fondo, el sonido del tren pasando, ¿cómo carajo volver ahí?

    No sé si extraño ese lugar por su disposición o por los amigos que allí vivían. Estoy seguro que pensábamos en un montón de cosas y que las creíamos importantes. Hoy, sentado como un boludo mirando mi pared amarilla y esos recuerdos que me arrebatan del presente, me hacen dar cuenta que no supimos abrazarnos lo suficiente ni acostarnos. Ni siquiera tener una mirada sostenida y hablarnos con el silencio.

    Sigo mirando la pared, sigo sentado, sigo recordando.

    No me olvido nunca más del parqué del living, los que estaban desteñido, retengo las coordenadas de aquellas tres maderitas que estaban sueltas.

    El escritorio de la pc contra la ventana que daba a la calle, el sillón en la pared del lado de la entrada, creo que la biblioteca pequeña la tenías en el living en ese momento. Que lindo flash ir a la cocina y preparar café, girar un poco la cabeza y verte trabajar en la computadora. Llevarte la taza, tal vez quería demostrarte mi amor con ese gesto. Insignificante pero de alguna manera estaba ofreciendo algo. Dejarla en el escritorio, con cuidado para que no la vuelques con la mano, apoyar mi mano en tu hombro y conversar.

    ¿Los valoré a aquellos días, realmente lo hice? No tengo la respuesta porque no lo puedo recordar. Eso me mata, cuando me sacude esta sensación, el color amarillo se empieza a derretir. Chorrea suavemente por las paredes, por las mismas paredes que estuve pintando y aún sabiendo esta verdad, se siguen desparramando de forma exagerada, burlona, explotan con furia contra los zócalos blancos y pulcros. Me derrumbo con cada pensamiento.

    Será entonces que una vez que desconfigurás todos los conceptos que dan sentido a esto, entendés que no hay nada y en el vacío aún existís.

    Bruchi

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