Estoy quieta. No puedo dejar de pensar desde hace días. La noche se acerca y yo me acerco a ella en busca de alivio. Dormir es lo único que me escapa del invierno y del infierno. Todos los días recuerdo la ausencia de lo que me quitaron, la oportunidad de defenderme, matándome desde adentro. Es un infierno, es un invierno. Me acuesto y sueño que estoy despierta, pero no puedo moverme. Mis carteras están cambiadas de lugar. Estoy segura de que yo lo hice... ¿o no? Pienso, pienso. Trato de encontrar una respuesta real. Todo enmudece. Me arde la espalda. No le presto atención y sigo tratando de pensar. Mi boca no se mueve. La billetera está tirada, abierta, sobre la otra cama. Definitivamente algo anda mal. Miro alrededor y en el horizonte todo es confuso. Muevo la boca, pero no hay sonido. Mis pensamientos viajan por las conexiones nerviosas y llegan a mi garganta, pero algo los bloquea. Es una costumbre de confianza rota. Todo parece tranquilo, pero me arde mucho la espalda y no puedo moverme. Soy una espectadora de mis pensamientos que recorren una autopista cerebral, mientras observan un corazón que, cada vez que trata de cerrar heridas, encuentra algo que las vuelve a abrir e impide que las hebras se junten de nuevo. Trato de gritar y pedir ayuda. Estoy inmovilizada. Una sensación de ardor muy fuerte recorre mi espalda, curvada contra la cama. Con horror noto que de mis vísceras sale la hoja de una espada. En cuanto la veo, empiezo a sentir mi sangre caer. Estoy perdiendo mi sangre. Me desespero; todos los pensamientos se aplastan en mi cabeza. El corazón se acelera, trata de curar más rápido las heridas, de producir más células. Ya no se puede, todo es inútil. Estoy quieta. Estoy inmóvil. Estoy dormida, soñando despierta. Respirar duele porque una hoja de metal interrumpe el flujo de aire en mis pulmones. No hay nadie que pueda ayudarme, porque solo yo puedo ver la espada en mi espalda. Soy una carga; me pesa la espalda. No puedo moverme. La espada está en la espalda. Todo el cuerpo hace fuerza para que el brazo se mueva y trate de alcanzarla, de sacarla, pero el dolor es insoportable. Las preguntas son infinitas. El futuro no existe, todos se han ido. Los cimientos que construían mi porvenir están destrozados. Todo se ha ido. El corazón se acelera. El metal respira conmigo. La sangre sale de mi cuerpo, se vuelve ligera, rápida y fría. Ya no hay un lugar al cual volver. Cargo un cuerpo que muere en su propia cama, con el dolor que escribe la espada, en la espalda de la espada. Trato de mover la boca, pero ya no puedo. Ya no suena. Ya no sueño. No estoy despierta, estoy muriendo. Estoy quieta.

Era
Tratando de explicar la experiencia de querer hacer A y que sea Z, que eso dependa de la manipulación y el abuso. Me hubiera gustado un invernadero en nuestra casa grande y modesta
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