“Que picardía que mi mayor enemigo tenga mi mismo nombre” escribió Salvador en un
cuadernillo un tanto viejo y deformado por la humedad bonaerense. Donde volcaba sus más
íntimos pensamientos. Apagó el fuego. Dispuesto a comer algo y tomar los primeros mates de
la mañana. Cerró el cuadernillo apoyándolo en la cómoda, dejar de escribir podría suponer
entrar en un dialelo de pensamientos intrusivos cargados de preocupación y equivocadas
anticipaciones.
Así pasaba las horas entre pensamientos y sensaciones con un tinte no tan ameno como él
recordaba que provocaba vivir. Aunque sin percatarse ya casi no vivía, más bien su día a día
se basaba en el simple y ordinario acto de existir. Hasta en las jornadas donde los colores de
un buen clima parecían dar energía, se pronosticaba en su testa pensamientos tormentosos.
Páginas atrás había expresado la idea de empezar a hacer ejercicio. Aunque la reflexión
sonaba en un principio motivadora, lentamente se iba transformando en uno de los tantos
augurios que formarían parte del olvido. Pese a ser socio del autosabotaje su anhelo más
profundo era volver a tomar las riendas de su vida. Antes debería desaprender viejas
creencias que lo habían llevado a la neurosis que hoy lo paraliza.
El hecho de remar contra la corriente de sus pensamientos, solo les daba más pábulo y lo
reducían a ser náufrago de su mente. En épocas de sudestada lo único que lo mantenía a flote
era indagar, leer sobre diversos temas, que, en algunas ocasiones, podía valerlos para su
estancada vida. La verdadera contrariedad era que Salvador carecía de constancia y disciplina
para llevar a cabo cualquier intento de mermar su joven achaque.
Corría más de la mitad de aquel noviembre. Sus vagas ideas lo condujeron casi por obra del
destino a encontrar un oxidado libro. Sin mirar siquiera el título lo empezó a ojear, la
escritura le resultaba ligeramente engorrosa. Aun quejándose por eso, no dejaba de leer.
Comprendió, pasados varios párrafos de la primera página, de que iba. Se encontró dándole
sentido a la frase escrita por el autor “Si no sabe lo que significa despertar, siga leyendo. La
finalidad principal de este libro no es darle a su mente más información ni creencias, ni tratar
de convencerlo de algo, sino de generar en usted un cambio de conciencia, es decir, un
despertar. En ese sentido, este libro no es "interesante", puesto que la palabra implica la
posibilidad de mantener una distancia, jugar con las ideas y los conceptos en la mente y
manifestarse de acuerdo o en desacuerdo con ellos. Este libro es sobre usted". Cautivado por
este pasaje se propuso, esta vez férreamente, a tratar de cambiar su presente.
Se colmó de entendimientos que lo invitaron a cavilar las banales preocupaciones, hábitos y
conductas perseguidoras del placer inmediato que inundan esta época, de una forma estoica.
Debía parar, de una vez por todas, de marcar con rigidez los caminos de su dogma, que lo
había convertido en una persona mediocre, incapaz de ver la vida sin las gafas de la moderna
terribilitis. Poco a poco dejó de luchar contra sí, comenzando a ahondar en los registros
escritos.
“Parece tan lejano el sufrimiento. Ajeno. Tan solo un mal recuerdo”, escribía Salvador
estrenando libreta. Afuera una tormenta pesaba sobre el barrio. Sosegado y meditabundo
volvió a recordar mañanas de nerviosos escalofríos, palpitaciones, inquietas somatizaciones
en un cuerpo más menudo que el que su familia abrazaba y un laberinto de pensamientos sin
principio ni aparente final. Viendo las horas pasar en su muñeca leía y alimentaba las
insaciables ganas de seguir indagando en la naturaleza humana que estar en lo más bajo le
había implantado. Vaso en mano caminó hacia el mueble donde archivaba cosas útiles quizás
en su albor. Hoy solo juntan polvo y usan de refugio algunas arañas de patas largas, frívolas
que se pasean custodiando sus ootecas. Abrió el último cajón en el cual había sepultado el
viejo cuadernillo, testigo de cómo hacía tiempo había perdido la mente para convertirse en
alma. Leyó entre páginas contemplativo, como un vagabundo que mira su reflejo en alguna
vidriera porteña. En esas palabras no se encontraba, sentía como si fuese la historia de
alguien más, recordaba lo pasado, pero su memoria se ocupaba de anestesiar el sufrimiento
vivido, ni, aunque se dispusiese podría volver a sentir lo mismo que sentía mientras
escribiendo, del mismo modo que se desenlaza un nudo de tanza, alivianaba su pensar. Al
menos hasta que otro pensamiento se pose en las ramas de su mente sin ser bienvenido. Se
había ausentado por un momento. De vuelta suspiró liberado. Avivó el fuego de la
salamandra amalgamando la leña ardiente con el viejo papel.

Jorge Esteban Durán
Librero, estudiante de psicología. Veo la vida con mucha perspectiva y vivo a través de mi Ser
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