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Para que sepas que eres tú

Dec 8, 2025

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Para que sepas que eres tú
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Hoy he vuelto a pensarte.
A esa forma tuya de llenar una habitación sin decir palabra,
a tus ojos enormes que parecían mirar el mundo por primera vez,
como si detrás de cada parpadeo hubiera una galaxia esperando turno.

A tu intento de sonrisa —ese que me enamoraba y me rompía al mismo tiempo—
como si fueras capaz de perdonarme y de despedirte en el mismo gesto.

Hoy he vuelto a pensarte,
aunque juré que ya no lo hacía.
Mentí.
Tú también lo hacías, pero mejor.
No voy a escribir tu nombre,
porque no hace falta:
si lees esto, sabes que eres tú.

La del cabello alborotado que desordenaba incluso mis certezas,
la de las malteadas a medias,
la de la Patagonia que nunca supimos si era destino o escape,
la que cruzaba las avenidas con las luces en rojo
como si el mundo tuviera que ponerse al día con su velocidad.

Eras tú.
La que me enseñó que hay voces que se recuerdan antes que los silencios,
y silencios que duelen más que cualquier golpe.

Dime, si te queda algo de aquel fuego,
¿por qué pestañeé justo cuando te estaba mirando como nunca?
¿Por qué te enamorabas como quien abre una puerta
que ya sabe que va a cerrar?

Tú también sabías que era yo,
ese idiota que decía “estoy bien” mientras se le caían los mapas.
El que te hubiera seguido incluso a las grietas del mundo.
El que presumía de haberte perdido
porque era más fácil que admitir que te fuiste porque ya no te quedaba espacio para quedarte.

Y sí, te pienso.
Te pienso más de lo que debería,
más de lo que prometí,
más de lo que tú recordarás jamás.
Porque tú aprendiste a rehacerte sin mí,
mientras yo sigo escribiendo como si los poemas fueran la manera perfecta
de simular que todavía te toco.

Es absurdo, lo sé.
Pero también lo fue pensar que el amor podía sostenernos
cuando nunca coincidimos en el equilibrio.

Te acuerdas:
yo temblaba, tú ardías;
yo dudaba, tú huías;
yo llegaba tarde, tú te ibas antes.
Dos ceros soñando con sumar,
dos trenes que confundieron el choque con destino.

Y ahora, dime tú,
¿qué se pierde antes del final si la esperanza es lo último?
Porque contigo lo perdí todo en desorden:
la voz, la calma, la risa,
y esa absurda costumbre de no mirar si estabas en línea
aunque sí miraba,
aunque siempre miraba.

Lo peor es que todavía puedo ver tu sombra en la lluvia,
como si la ciudad insistiera en seguir repitiéndome tu nombre
en cada semáforo, en cada café que pido y no termino,
en cada cama que se me queda enorme
cuando dejo un hueco para alguien que no vuelve.

Y sin embargo,
si mañana aparecieras con esa forma tuya
de disculparte sin decir una sola palabra,
te juro que no sabría qué hacer:
si abrazarte hasta romperme,
o romperme hasta abrazarte.

Porque sí, me has arrebatado la poesía,
y aun así escribo.
Porque sí, me dejaste en medio del naufragio,
y aun así nado.
Porque sí, la única guerra que valía la pena eras tú,
y aun así cargo este traje de luto como si todavía esperara
tu rendición.

Esto no es un reproche,
es un recordatorio:
yo también fui feliz ahí, contigo,
aunque doliera más de lo que admitimos.

Y si algún día te preguntas si alguien te quiso de verdad,
piensa en este poema.
Piensa en lo que me costó escribirlo sin tu nombre.
Piensa en mí tratando de entender
por qué la vida decidió que eras tú
y que, aun así, no podía quedarme contigo.
Y si lo sientes, aunque sea un segundo,
sabrás la verdad más simple de todas:
No he dejado de esperarte,
aunque ya no tenga dónde.

Luis Cortina

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