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Para mi abuela

Oct 15, 2025

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Para mi abuela
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Mi abuela me pidió que le escribiera algo para su funeral. Contesté que sí, casi sin pensarlo, porque me pilló volando bajo. Lo que realmente me sorprendió, cuando pude racionalizar el pedido, fue que quería leerlo en vida.

—¿De qué lo quieres?

—No sé—respondió con una risa nerviosa, que le sale cuando no entiende las cosas.

No pudo decirme a ciencia cierta qué quería. Creo que no esperaba que realizara el pedido. O tal vez sea otra cosa: la certeza o la concreción del momento de la muerte. A pesar de estar vaticinando que será su último año entre nosotros, no debe ser agradable pensar que morirás pronto. Quizás ella sepa algo que nosotros desconocemos.

O quizás tampoco esté lista para vivir en este mundo cuando ella no esté.

Ella mencionó que hablase de su caída. Supongo que es un corte, un exabrupto, una interrupción. Tuvo que replantearse todo y aprender de nuevo. Parece mentira que en otras dimensiones de tiempo astral, mi abuela no necesitaba de un bastón para caminar.

Lamento mucho ser egoísta y recordar con mayor claridad los momentos anteriores. Imágenes de estar acostada en su pieza, acurrucada en la orilla de la cama mirando su pecho repleto de pecas y lunares de sangre. Pasar los dedos despacio por sobre los montículos carmesíes, tratando de no despertarla. Envidiarle esos rasgos, esperando envejecer pronto para tener los míos. Los santos me miraban con cara de enfado, sus gestos implacables iluminados por la televisión que el tata miraba, y yo cerraba los ojos esperando quedarme dormida pronto.

Otra imagen: el comedor, la mesa de centro brillante por la luz del sol, los sillones de color mostaza. ¿Es sábado? Lo desconozco, pero le estoy hablando al tata, que mira la tele en la butaca individual que solo él podía utilizar. La Nena llega y pone las tazas, el té en la pequeña tetera y la leche. Hay batido y palta, que tiene mucho limón y aceite, brillando en medio del plato blanco con franjas verdes en las orillas.

Es “té calientito”. Es la Nena dándome té con leche condensada. Es el Tata con su cuchara de oro (según yo). Soy yo pidiéndola con voz infinita. Es el Tata diciendo que la dejará en el testamento. Es la Nena sorbiendo el té y diciéndome que me coma el pan antes de que la palta se ponga negra.

Viajes de la mano de los tatas. La playa, San Felipe y Frutillar. Son los tatas dándome completos. Es la Nena viéndome nadar en la laguna. Son ellos mirándome recoger pescaditos cuando se secaba la extensión de agua. Es la Nena midiéndome el cuerpo para hacerme ropa. Es la Nena pálida, con el corazón en la boca, llorando a mares cuando regresé a su lado en la plaza. Es la Nena comprándome bebidas. Es la Nena regalándome cualquier cosita que veía. Son sus brazos y su rostro triste diciéndome que no pasará nada.

Hay muchas postales como estas en mi cabeza. Incluso cuando esperamos por horas para irnos de paseo y el bus nos dejó esperando, pero no importaba porque me devolvía de la mano de ella. No son recuerdos fluidos, más bien fotografías donde la figura de la Nena está ahí. Cosa extraña, recuerdo muy pocas palabras, porque el mundo estaba bien y en su lugar cuando estábamos cerca.

Otro recuerdo - postal. Es la época donde la Gigi plagó la casa de mascotas. Pasaron por mis ojos infantiles: perros, hámsters, tortugas y una iguana. Cuando solo quedaron unos pocos roedores, yo me salía de casa para ir a ver televisión donde mis tatas. Ambas nos echamos en el sillón, en el brazo de ella está el “Crispín”. Los tres estamos mirando la tele mientras la Nena teje o borda, no recuerdo muy bien.

Bordar, tejer, hacer manualidades, cartitas, ropa, cojines, cuadros, relojes, muñecas. Creaciones varias de parte de ella, que creo nunca supo o se enteró de que eso la hacía artista. Quizás cuántas personas hubiesen querido tener la habilidad de manejarse prolijamente por diversos soportes. Pero la Nena realizaba esas acciones automáticamente, como quien se distrae de terribles fantasmas que la acosan.

Con la Nena vimos muchas películas que no recuerdo. Me llevó a ver Harry Potter aunque se quedaba dormida, y series de HBO. Recuerdo obsesionarme con Six Feet Under, robándome la revista del cable para sacar recortes de personajes y reflexiones personales sobre la serie, que trataba sobre una familia que tenía una funeraria.

Lo que me dejaba pensando en muchas ocasiones eran los inicios de la serie. Empezaba mostrándonos a aquellos que serían atendidos en la funeraria: personas que rebosaban de vida o destilaban muerte. Recuerdo dos: una mujer que sale de una limusina por el descapotado, gritando que vivirá para siempre y su cara choca con un semáforo. El otro, desde la perspectiva de un bebé que es dejado en su cuna, se ve en cámara cómo se pierde, se diluye el móvil que cuelga sobre la cuna.

Estas temáticas se quedaron impresas en mi bagaje a la hora de escribir. Son referentes porque lo macabro llama la atención y no te deja dormir en las noches. Mi personaje favorito era la hermana menor, que sufría crisis de identidad y una vez dejó el pie cortado en un casillero.

¿No se trata de eso finalmente? La literatura versa sobre el amor y la muerte. Por esos recovecos descansa todo espíritu creativo. Borges estipulaba que existían muy pocos temas en literatura; al fin y al cabo todos terminamos escribiendo sobre lo mismo: muerte, pena, dolor, pérdida, amor, precios y castigos.

No supe por qué no quise escribir esta carta hasta que me senté a terminarla. Recordé muchas cosas destiladas por la melancolía: la ausencia de mi tata, la niñez perdida, irrecuperable y terminada. Supongo que ahora puedo entender un poco por qué no quería. Porque en este ejercicio de revisión del pasado, he encontrado a mi abuela en casi todos los recovecos donde fui feliz, aunque la neblina del dolor la tiña un poquito. He querido dejar fuera las veces que peleamos o la vi llorar, porque me gusta recordarla como esa mujer que se teñía las canas para que pensaran que era mi mamá.

Cuando termine esta carta, se terminará este simulacro donde ella no está y volveré a la realidad donde sigue existiendo a mi lado, celebrando todos mis logros y amando a mi hija.

Pero llegará ese momento donde tenga que leer esta carta y ella no pueda escucharme.

“Somos nuestra memoria,

somos ese quimérico museo de formas inconstantes,

ese montón de espejos rotos.”

Empecé esta carta con palabras de otro, para que comprendas que cuando escribo no soy yo, o quizás sí, pero tampoco puedo decirlo con certeza. No sé tampoco si eres tú cuando te recuerdo. Sin embargo, quiero que sepas que esto es lo mejor que puedo hacer contigo y conmigo: convertiros en ficción, palabras enlazadas, para descansar juntas en la biblioteca infinita que Borges prometió. Finalmente, en esos espacios siderales donde encontré el infinito, seremos eternas y estaremos juntas, sin dobles intenciones o dolores de por medio.

“Todo final es un simulacro de la muerte”

No solo acá, también allá y donde sea que escriba. Porque nunca olvides.

Yo escribo

Para no olvidar(te)


Mabel Hervia

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