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Para las otras

Irina

Abr 8, 2025

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Para las otras
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Estoy algo obsesionada con la idea de las manos pasadas que tocaron lo que yo toqué.

No sé si es recelo o un morbo oscuro que amenaza mi sanidad, pero si pudiera, les escribiría más cartas a ellas de las que te dediqué a vos.

Quizá porque sé lo difícil que fue amarte.

Quizá porque cada lágrima suya me refleja, cada sollozo es mío, cada intento frustrado, un eco de lo que viví.

Porque ellas soy yo. Y vos, un enfermo imposible de amar.

Tantas caricias intentando curarte, pero sé que ninguna tuvo una carrera en medicina.

Les preguntaría qué hicieron ellas cuando tirabas cosas, o cuando las mirabas como si el amor fuera algo furtivo y frágil que se evapora al mínimo calor del enojo.

¿Qué sintieron... cuando no te reconocieron?

¿Huyeron o se quedaron?

Sé que al final ninguna se quedó. Ni siquiera yo.

¿Cuántas veces se habrán comparado conmigo —la idea de mí— o con las anteriores?

¿Cuántas veces habrán robado de sí mismas para darte algo?

Ay, egoísta nunca mío, ¿habrán ellas también llegado a la conclusión de que no eras tan especial como tu soberbia pretende?

Si pudiera, las llamaría un sábado a la noche, les pondría buena música, sentiría una complicidad perdida, ese cariño maternal no dado, y las haría reír.

Para compensar todas las veces que las hiciste llorar.

Si pudiera abrazarlas como sé que siempre imaginamos que nos abraces vos; lo haría.

Ojalá me digan que son felices, que pudieron olvidarse de las mil dudas que supiste clavar en sus almas.

Ojalá me den esperanzas de que el abismo no existía en tus palabras filosas y besos sabor cerrito vainilla.

Porque hay muchas otras formas de tirarse al vacío.

Me gustaría pedirles perdón si alguna vez las hice sentir celosas.

Y tranquilizarlas con que tu nuca, tus brazos y el lunar de tu estómago no son nada intergaláctico. Que ya los tuve y, ciertamente, no exploté de amor.

Resultó que tus manos también rompen más de lo que portan.

Quisiera que sepan que las odié con todas mis fuerzas, que les desee la muerte, la inexistencia y hasta cosas peores. A veces me atrapó ese deseo, tan visceral, de una necesidad de justicia que nunca llegó.

Otras veces, más sumisamente, simplemente solté rezos vacíos al Dios silencioso que nunca me oyó, para que retrocediera el tiempo y no permitiera que esas cosas pasaran.

Y otras, me regocijé en arrepentimientos, esa desconcertante sensación de familiaridad que no tenemos, como si todas hubiésemos sido testigos del mismo crimen cruento y, por alguna razón, no se habla de eso.

Irina

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