En un bar, entre murmullos y luces tenues,
la vi, y todo se desvaneció,
una flor diminuta en medio del bullicio,
su cabello, mezcla de sombras y luz,
en tonos fascinantes que me dejaron sin aliento.
Sus tatuajes, arte de historias no contadas,
decoraban su piel con misterios profundos,
y en ese instante, me precipité hacia ella,
como una idea brillante que ilumina la mente,
sin razón, guiado por un pulso firme.
El primer beso, a la luz del amanecer,
fuera de su casa, un viernes a las 5,
fue un latido eterno, un compás sereno,
un encuentro de corazones en un torbellino de emociones.
Y su sonrisa, la más hermosa que he visto,
iluminó mi mundo con su calidez radiante,
llenando cada rincón de mi ser,
como un sol eterno en el horizonte de mi alma.

Mateo Gonzalez
Trabajo día a día para que el mundo sea un poco más justo, más empático y más tolerante, y prometo hacerlo hasta mí última bocanada de aire.
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