“La vida está hecha para ser vivida, no entendida.”
Hay algo profundamente liberador en entender que no viniste a este mundo a ser perfecto, sino a atravesarlo. A sentir todo. A romperte. A reconstruirte. A vivir con el alma expuesta, siendo testigo de cada instante: los dulces, los ásperos, los que duelen y los que sanan.
Las decisiones que alguna vez llamaste errores quizas eran solo desvíos necesarios. Cada giro inesperado, cada despedida, cada momento de incertidumbre tenía algo para enseñarte, aunque en su momento no lo supieras. Tal vez, solo tal vez, todo lo que te pasó tenía un propósito —invisible al principio, escondido entre la confusión o el dolor— pero parte esencial de tu recorrido.
Crecer tiene su peso. A medida que pasa el tiempo, se caen los velos y empezamos a ver las cosas como realmente son. Nos damos cuenta de que la adultez no venía con respuestas, sino con preguntas nuevas. Que la gente puede hacer daño. Que el orgullo puede arruinar lo que el amor intenta sostener. Que el mundo está lejos de ser justo, que el poder no siempre está en las manos correctas, y que hay quienes viven luchando solo por ser reconocidos como humanos. Esa lucidez puede doler.
Y en medio de todo eso, es comprensible sentir que vivir es, a veces, simplemente resistir.
Pero resistir también tiene su belleza. Hay una valentía silenciosa en seguir adelante cuando todo pesa. Yo también he dudado. También me quebré. También me pregunté si valía la pena seguir. Hubo noches donde todo parecía perdido, donde el futuro era una sombra borrosa. Pero, con el tiempo, entendí que en esos momentos de ruptura también empezaba algo nuevo. Que por esas grietas entraba, lentamente, un poco de luz.
Tal vez eso sea lo que nos enseña la vida: que para sanar hay que atravesar el dolor; que para amar de verdad hay que animarse a estar vulnerables; que el caos no es el final, sino el inicio del orden que vendrá después.
Perdonate. No sos tus tropiezos. Sos lo que hiciste con ellos. Sos lo que aprendiste. Y ese aprendizaje puede ser el cimiento de algo mucho más grande y más amable con vos mismo.
No fuiste creado para ser impecable. Viniste a experimentar. A preguntar. A intentar, aunque falles. A entregarte por completo, aunque te duela. Tu capacidad de volver a empezar no es una debilidad, es prueba de tu transformación. Y aunque todavía no estés donde soñás, el simple hecho de seguir acá ya dice mucho.
No reniegues del camino. Abraza lo que te enseñó. Dejá que cada vivencia, por difícil que haya sido, te acerque más a tu propia verdad. Porque cada paso, incluso los más duros, te empujan hacia adelante —hacia el crecimiento, hacia la sanación, hacia el amor que merecés. Empezando por el amor que te das a vos.
Para poder amarte, primero tenés que dejar de odiar el camino que te formó.
Y con el tiempo —aunque a veces tarde más de lo que quisiéramos— el amor y la luz encuentran siempre la manera de volver.
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