El silencio me hace aguantar la respiración,
hace que sostenga un cuchillo
y lo apriete, lo apriete
no sé a qué apuntar,
todavía no sé a quién
Hay una quietud terrible
y mí amor no ruge ni grita
porque está congestionado de duelo,
ya no busca hacer eco en estos bosques llenos de gris y de sangre,
yo no sé si se disipó el humo
o si ya me acostumbré a sus pululantes volutas,
y al metálico olor a rojo seco.
¿Qué hago yo ahora con estos pensamientos de guerra?
¿Qué hago yo con estas manos que rasguñé hasta forjar en garras?
¿Cómo se supone que sea fuerte para esto, sintiéndome una persona fingiendo ser monstruo
en un mundo de monstruos que fingen ser personas?
A dónde me arrastraré cuando muera y la tumba no signifique descanso,
si es que ya no hay un hogar,
el regazo en el que descansaba mí cabeza se partió en dos,
y cada pierna está demasiado lejos, tan tan lejos de mí alcance.
Toma un hombre muy fuerte
para lidiar con este peso con una sola espalda,
pero no hay una idea, ninguna,
de qué hacer con esta gentileza y empatía
que buscan rincón en donde asentarse y defender.
Cuando el Sol deja de quemar sombra y Dios sigue inexistente,
hay destellos detrás de los ojos que duermen,
y son de manos ensangrentadas que me sostienen la cara,
de rostros jóvenes que alguna vez se amaron,
de dientes que se clavan y me arrancan piel
y de una libertad que quizá fue al costo de mí,
quizá nunca fui un pensamiento en verdad.
Mi tristeza es silenciosa, y se disipa en mil partículas,
se esparce por toda la casa y reposa en los muebles, en el pelo, en las sillas vacías y en la cama de dos personas que ya no tiene a una.
¿Qué hacer cuándo se pierden estas cosas?
¿Qué hacer cuándo el viejo sauce que es amor, ya enfermo desde hace tiempo, realmente comienza a morir?
¿Y por qué,
por qué, pregunto a cualquier controlador del dedo invisible del destino,
por qué mis manos no son suficientes para mantener al árbol joven y bello?
¿Por qué yo, que soy débil,
tengo que presenciar esto
y debo sobrevivirlo?
Ay, por esos días donde se sobrevivía al mañana,
por esos días donde no había hueco para contemplar el rastro que dejabamos atrás
y tomábamos, y tomábamos sin piedad,
no había bando en esta batalla que era solo nuestra,
pero cómo la extraño,
sí, Dios mío,
te confieso ahora que hundo la cara y junto las manos con avergonzada resignación,
ahora que pido a algún cuerpo divino que algo se revierta sobre sí,
cómo la extraño.
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