Voy a recordar esa vez que tomamos té en un bar dentro de una galería. Vos no querías comer nada. Yo pedí dos medialunas y terminaste comiendo una de las mías. Te la doné con cara de negación y amargura; como la cara del que da limosna para despachar al mendigo. No, eso no es limosna.
No disfrutabas de esa medialuna, y no porque estuviera un poco seca sino porque sabías que no quería dartela. Me olvidé del tema y seguí con mi té. No hablamos. Por reflejo ví algo en el suelo que se movía. A veces vemos sin mirar, como a veces escuchamos sin oir; algo así como si cargamos a la indiferencia en la majestuosa creación de la humanidad. Presté atención: era una paloma. Pobrecita, estaba mojada. Afuera llovía, y te asustaste porque te asustan las palomas —para vos son ratas con alas— y eso me resulta fascinante. Aunque no me regocija la idea de verte asustada porque me pones nervioso.
Entonces, aprovechando mi enojo por tacaño, dejé de hablarte sin culpa y empecé a mirarla a ella. ¿No será que esto es más normal de lo que parece? ¡Vivimos como palomas! peleando por nidos que voltearan los vientos, apretujados en la sombra de los galpones porque no nos va volar tan alto como las águilas.
¿Será que moriremos así? Enfermos por un virus que nosotros mismos propagamos ¿Será? Pretendiendo ser aves de alto vuelo en las pantallas, pero viviendo como palomas, así como ratas voladoras, atadas a la mugre de las cosas, volando bajo para olfatear un basurero más fácil y esperando comer de las migajas que nos tirará la buena gente.
Así, como palomas, después de habernos comido todo vamos a desconfiar del primero que se acerque, y vamos a volar hasta el primer resumidero oscuro, pretendiendo vivir en medio de la muerte.
Terminé el té, terminaste mi medialuna y sonreiste. Ahí entendí que las cosas que realmente valen no tienen precio. Que no hacía falta mostrarle al mundo que te quería porque sonreias. Que volar alto era algo mucho más sencillo que un croissant. Volar era el pequeño gesto humano de validar que seguimos vivos por nosotros y no por unas duras migas de pan.
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Comprar un cafecitoSamir Jandar
Argentino. Me gusta vivir, me gusta escribir, me gusta actuar. ¿Qué más?
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