El mundo ha decidido guardar silencio, desatendiendo las suplicas y plegarias de un pueblo que implora por un poco de auxilio, una pizca de humanidad.
Estatuas de piedra nacidas de la indiferencia y apatía rodean la franja, el mar, la sociedad. Observan desde la altura la lluvia de sangre que reviste la tierra, se han encargado de arrancar las raíces de los olivos, incluso los brotes más pequeños y tiernos. Lo han convertido en suelo infértil. Es un acto inmoral, un genocidio televisado. Sin embargo, son estatuas de piedra, ignoran y callan, no saben hacer otra cosa.
Han sido olvidados por el simple hecho de haber nacido en ese suelo. Y si la humanidad permite esta atrocidad, entonces ya no hay característica alguna que nos separe de los animales.
Merecen libertad por haber nacido en este mundo.
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