mobile isologo
buscar...
Empieza a escribir gratis en quaderno

Últimamente todos padecemos de lo mismo: una gripe molesta que se ancla en los pulmones sin permitir la adecuada respiración o el dolor de cabeza que nos sumerge en un mal rato, la fiebre, la tos, la rinitis, la bronquitis, y al final, desemboca en una enfermedad que es letal para los adultos: la padritis -enfermedad de necesitar tanto a los padres sin saberlo, al punto en que querés convertirte de nuevo en un bebé-.

Sentada en la oficina, dependiendo de un café para no sentir que moriría del dolor, hice una súplica silenciosa cuando miré hacia la pantalla y me visualicé estando bajo mis cobijas, acurrucada en la cama, tomando té o caldo de pollo. No lo pude ignorar, lo sufrí en mis entrañas, y medité la maraña de sensaciones que me sobrecogían. Fue entonces cuando llegó a mí como verdad fulminante que cuando una está tan enferma como lo estuve en ese momento busca un estímulo, busca ingerir una sopa caliente, busca un mimo, busca algo que no caiga tan pesado al cuerpo y que amedrente la sensación de malestar, como si por medio de cada bocado tuviese hambre, también, del confort de la madre, del refugio del padre. Buscaba simular ese mismo nido como el pecho al que me pegaba a descansar porque fue lo primero que conocí del mundo (o de la vida); eso es algo que nunca se borra, eso es algo que siempre se querrá replicar.

Cuando cuento con los dedos recuerdo que hubo una época en que mi mamá me soplaba las bebidas calientes antes de dármelas, también veo a mi papá poniéndome el uniforme por las mañanas. Teníamos una rutina ininterrumpida y ajetreada que a veces se prolongaba tanto que necesitábamos salir de casa corriendo, con las galletas del desayuno aún en la boca. A veces no podía notar lo cansados que ellos estaban, sus pequeños errores eran más graciosos que condenatorios. De ese pensamiento inicial, llegué a otro más aniquilador: la tragedia de crecer está en que cuando era niña tenía el amor ahí, pero al no buscarlo, pasaba desapercibido. Cuando crecí, el amor tomó otra forma más apegada al contexto de mi juventud, y lo busqué con una desesperación exacerbada, al no encontrarlo de la misma manera, acabé acudiendo a otras fuentes, unas más bien nocivas.

Ahora ya no solo estaba enferma, sino también, desolada. Era una masa sobre la silla que se derramaba con sangre y nervios, con pétalos marchitos resquebrajándose. Quería ser niña de nuevo, quería ser niña y que me quisieran bien; quería ser niña y que los sábados mi papá me llevara a clases de marimba junto con mi hermana, ser niña y que los domingos fuese obligada asistir a la iglesia para luego ser premiada para ir al cine, ser niña y usar los tacones de mi mamá que me dejaban un espacio de más de la mitad del pie, usar su maquillaje, y percibir su olor en cada prenda; tener mi primera mascota (una schnauzer con Luna como nombre), el viaje matutino al colegio, tener un amor desmesurado hacia mis maestras, jugar en los recreos, ser la líder por naturaleza de mi grupo de amigas, ser querida.

Quiero ser niña y que me quieran, que ahora, siendo adulta, no hay mucho querer, ni siquiera en mí misma.

Dejé de ser inocente en el momento en que ya no permití que mi mamá me trenzara el cabello para relucir el peinado luego en todas partes. Dejé de sentir contención en el momento en que mi papá no volvió a cucharearme la comida, con su boca abriéndose junto con la mía, imitando los bocados que yo daba como si también se alimentara de eso, y aún así, inconscientemente, buscaba el amor de ambos todo el tiempo cuando entré en mi adolescencia. Para una muchacha como yo era imposible reflexionar en silencio y darse cuenta que cada acción de rebeldía era una búsqueda incesante de sus padres. Una búsqueda lastimera de lo que me faltaba, de lo que alguna vez o nunca se tuvo.

Ahora, siendo adulta, no hago más que unir el rompecabezas que todos estos años de intentos y fallos me otorgaron. Suscito entre los recuerdos de eso que me dieron y lo que la vida me hizo vivir a las malas por no haber llegado a esa conclusión antes. Me enfrento al mosaico que nunca dejaré de ser por haber sido tan moldeada a ellos, por tener lo mejor de sus personalidades calado en mi carácter, los veo también en cada trazo de lo que me compone, aunque, al final, sigo persiguiendo ese anhelo, ese tramo de mi vida que no puedo tocar porque no soy de esta ciudad, porque ya no vivo con ellos y todo apunta a que no volveré a hacerlo, porque los tengo lejos, porque la mejor parte de un malestar, es cuando éste se cura.

a.g.

Comentarios

No hay comentarios todavía, sé el primero!

Debes iniciar sesión para comentar

Iniciar sesión