Un otoño sin adios,
promesas rotas bajo cielos grises.
Una apuesta que perdió su alma,
cuando los días dejaron de amanecer.
Los domingos se desploman,
en un rincón de persianas cerradas,
con ecos de vidas que nunca existieron,
de batallas sin eco, sin tumba, sin paz.
La almohada, cansada de cargar
con el peso de lágrimas escondidas,
se derrumba junto a mis noches,
donde los demonios bailan su eterna danza.
Te rompí el futuro,
lo dejé estancado en un rincón,
construyendo un nido en mi pecho,
ahogando cada intento de soñar.
Las canciones que enterré en silencio
claman un último “no te vayas”,
pero el sepulturero sonríe,
pisando las huellas de amores muertos.
Días que se alargan como sombras,
un mal infinito,
sin fin, sin tregua,
y la felicidad convertida en cenizas,
que ni la magia podría reconstruir.
La cerveza tibia como los recuerdos,
una foto rota que aún duele,
y el mensaje que nunca supo llegar.
La alegría, esa excepción que siempre esperé,
se perdió entre reglas imposibles,
normas que nunca tuve el coraje de quebrar.
Soy mi propio veneno,
una espiral que te arrastró,
hacia este abismo sin nombre.
Perdón por contagiarte
de este infierno que me consume.

Mateo Gonzalez
Trabajo día a día para que el mundo sea un poco más justo, más empático y más tolerante, y prometo hacerlo hasta mí última bocanada de aire.
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