Siempre he odiado el viento del otoño, me recuerdan a un mundo nostálgico en el que no estoy, espectadora de mis sombras, y no hay nadie a mi alrededor. Una habitación vacía, sorpresivamente deseosa de que alguien la ocupe, aún así, colapsada de memorias propias, pero, ¿cómo están ahí?
Si sólo son imágenes desenfocadas a punto del olvido o nisiquiera las he vivido, ¿cómo puedo saber si lo que pasa y recuerdo no rozan la mentira? ¿cómo saber si no me engaño a mí misma?
El otoño es indeciso, como yo. Quizás por eso no me agrada el frescor, sólo lo acepto porque no tengo más remedio con el tiempo de ese gris, es delusivo consigo mismo. No busca ser el gélido frío que te congela los huesos, pero tampoco es sofocante como el sol cuando te da entre ceja y ceja. Establece mi delicadeza y tengo que arroparme, llevo mis abrigos esperando a ser protegida, ¿bastará con la única membrana de mi piel? me oculto de la corriente sensitiva.
Hay un intermedio vibrante en él que recuerda los momentos más dormidos en mí, como si de un sueño lúcido se tratase
Presenciando los movimientos con rapidez de las personas, tratando de invocar alguna luminiscencia que conecte conmigo, que a pesar de no reconocer los lugares, algo me guíe, corriendo hacia los bosques y chocandome con un azul río. Anhelo mantenerme despierta y que un tonto poder etérico me sacuda para rebobinar mis torpezas.
Evidencia que soy dualidad todo el día, todas las semanas, todo el año. Debatiendo dentro de mí millones de posibilidades a la vez, circundando respuestas y preguntas, algunas con sentido, y otras me pertuban. ¿Cómo puedo estar acá y allá?, sintiéndome ajena a esos ratos, siéntiendome reconocida en aquellos rastros.
Multiplican mi sentir, la melancolía siempre la he encontrado latente en esas tardes, cuando el sol está por caer y amenaza la noche. Caminando por ahí, adentrandome en ella, ¿encontraré la fortaleza en todo aquello que me derrumba?
Nunca sabré cuál es la finalidad de los otoños, si es traerme la vulnerabilidad que acarrean esos vientos, compasión con el pasado, compasión de mis llantos, suplicando soliloquios a los gritos.
No me gusta la transición al frío, es intrusivo. Me obliga a ser su esencia, conduciendo su estúpida melancolía a las nubes grises, incentivándome a poner piezas musicales que hablan del tiempo, y la gente que se aísla, de amores fallidos, del dolor de una perdida, de la extraña sensación de no saber nada; sensibilizando cada derrota en esas estrofas. Me obliga a pausarme, a sentarme a pensar, a fumarme un cigarrillo mientras mi aliento se queda atrás, muevo los pies ansiosamente, escalofríos que me rozan la espalda, y mis piernas se contagian.
Otoño, ¿a qué has venido ya? indaga sobre mí, desalojame sin piedad, hazme sentir que el tiempo no alcanza, y que las dualidades son un castigo. Espero que te encuentres conmigo, y me dirijas hacia tu nicho. No me abandones, sin tí no alcanzaría mi doble soñar, esa indecisión que tanto me caracteriza, no podría ser sólo una cara, un ente, un color, un lado de la historia.
Necesito abrazar tu oscuridad, acecha mi cuerpo, ayudándome a encontrar mis propias sombras. Lo perdida que estaba mi alma, abrazame sin miedo, la noche y el día no se terminan.
Me da miedo reconocerme en ti, en esa predisposición para ser fría, para ser pasajera, ser mitades que se completan cuando alguien más lo acepta.
Asfixiame en tus hojas, en tu nostalgia empalagosa.
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