La luz se fugó de la ciudad. Durante varias horas, nos encontramos incomunicados del resto. La gente sucumbio al miedo de la incertidumbre, como es normal. Escuché a la gente hablar sobre una posible guerra —¡qué raro!— y como de impropio era esta situación; por otro lado, había muchos que vaticinaban aquella leyenda sobre el "papa negro" que traería el fin del mundo usando este suceso como si fuese un primer aviso.
Obviamente, desde mi perspectiva, es extraño lo que sucedió ayer. No porque no suceda con cierta habitualidad en los distintos paises del mundo, si no el silencio por el que optaron aquellos que debían informar sobre la situación. No quiero que se piense que mis creencias se aferran al delirio paranoide que se nos pretende inculcar —o quizás no, quién sabe— para llenar nuestra alma con cierto temor, no. Yo creo en todo lo que se pueda demostrar y, lo que no, también tiene cabida, aunque en menor medida, en mi persona. Soy abierto a las teorías qué como humanos ofrecemos a lo desconocido; no obstante, intento mantener los pies sobre el fango para no alejarme demasiado del camino, pues este tiene una señalización excasa y se deduce que la perdición es el cartel con el que este se regodea.
Y ayer, mientras escuchaba en el autobús las diversas versiones que la gente creía sobre el apagón, pensé con cierta frialdad algo que, ahora plasmado en este lugar, me conmueve... ¿Y sí ayer morimos? Es decir, me explico: Imaginemos por un momento que ayer lo que sucedió no fue un apagón. La gente estaba en lo cierto y, por un momento, la guerra estalló. Como demostración del poder de algún cruel país, se decidió probar aquella violencia sobre mi país España. Y así fue, a la Mortecina Dama se les ofreció sangre a cambio de temor, y se les fue concedido sin preámbulos. Entonces, una bomba fue lanzada —su poder devastador nisiquiera contaba con nombre— y desaparecimos bajo un manto anaranjado que destilaba azufre. Por un momento, el tiempo se nos detuvo y, renaudada la masacre, todo cayó bajo su peso. Como consecuencia, nos encontramos atrapados abrazados por la muerte, engañados por la labia cruel de la misma. Somos entonces seres moribundos mientras la realidad lucha inconmesurablemente por hallar recuerdos que ahora yacen desaparecidos.
Todo esto, con obvios toques de fantasía, cruzó fugazmente por mi mente. ¡Qué interesante —y deprimente— sería descubrir que nos encontramos arropados por la Dama de Negro mientras dormitamos tranquilamente en un caos desconocido!
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