Dec 31, 2024
Dec 7, 2024
No sentir no era consuelo ni desesperanza, solo el estado natural de mi materia, y quizá si todo marchaba bien, luego me esperaba la redención. Tal vez los días volverían a durar veinticuatro horas y las noches ocho, y mis ojos, dos huecos ensangrentados, por fin podrían sellarse en un descanso perpetuo. Yo sería tomado de las mejillas y besado en la frente por una boca milagrosa, recibiría un suspiro en el rostro, benevolente, y me carcomería a cosquillas el desequilibrio entre culpa y privilegio. Después de ese acto de amor —que quizá, con suerte, saciaría este hambre corrosivo de piel-tacto-ternura-cariño— yo sería abrazado por mí, tendería mi cuerpo por partes en la soga y correría con una desnudez inocente por el patio de mi infancia. Anhelaba ser un niño perdonado, después de no sentir nada ni la sal en mis lágrimas, quería sentir que sí, y que al final no dejé de ser humano, ni frágil, aun con el alma extirpada y el deseo adormecido. Anhelaba, muy dentro de mí, un secreto prohibido, que al final la redención tenga ese sabor dulzón del dolor y no me sea indiferente ni borrosa. Y si todo marchaba bien, pronto podría recibirme entre sus brazos, entonces amanecería en mí, conmigo.

mae, o qué sé yo.
Yo no era un ser excepcional ni adornado, tampoco distinguía del resto de mounstros.
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