29 de abril
¡Que asco! Dios, dios, dios... ¿Por qué?
Siempre lo mismo me pasa, no sé que me pasa.
Es tarde, tengo que dormir... Tengo que dormir... Siento asco, repulsión hacia mí especie. Mí especie, ¿Ellos me consideran una? Pensó, mas no exclamó.
Se sentó tranquila, sintió ese líquido caer. Sobre sus viejas sábanas, y por un momento pensó ¿Qué hago ahora? Pero ya sabía la respuesta.
Toco su abdomen, pero no sus recuerdo, toco su corazón, mas no sus ilusiones, y por sobre todo fue desgraciado. Al minuto, él se fue.
Ella se levantó y vistió de nuevo, su cuerpo en blanco, sus manos temblando.
Dios, dios dios... ¿Qué hago?
Salió de su habitación, y tambaleando, no sé si de irá o tristeza, pero se fue.
Se fue porque no quería llorar, porque el morbo ya estaba en sus adentros, fresco y caliente.
¿Si no lo hubiera tomado, ese dinerito... Habría sido diferente? Pensó, y así mismo, con el pelo despeinado, fue a la tiendita de la esquina, y la vieja con cara amargada, le dió lo que quería.
Se toma la primera dosis, después la secunda, y tal vez la tercera.
Era algo normal para ella, incluso si se sintiera como la primera vez siempre, entonces lo vió.
Lo vió recostado, no se atrevió a verlo. Nunca lo hizo.
Nunca vio de nuevo su rostro, no después de lo que le hizo, solo sospecha que ya no es el rostro que conoce, el que le acariciaba la cabeza antes de dormir. Él que la miraba con dulzura en vez de desprecio.
Solo recuerda y memoriza la ropa que usa, más para saber en qué humor se encuentra.
Se sentó y sonrió, agarró su pan y lo metió.
Masticó, masticó, masticó... Y bueno no trago porque ¿quién podría con el fresco y grande nudo? Solo lo dejo ahí y tomando mucho del océano, trago. Una ola la ayudó.
Y una gaviota le hizo volar, afuera, adentro y por fin en el aire, lejos del sin rostro a menos de dos metros.
Finalmente, asintió y se sentó con él, el monstruo.
Ella solo pensaba, ¿Cómo es posible? Hace unos minutos, bueno más bien hace unas horas, la miraba sonriente y macabro, y ahora solo aburrido y empalagado.
Entonces por fin, lo abrió y le dio su dinero, que digamos... Solo alcanzaba para la tiendita de la esquinita, cada vez que él terminaba por recordar a su esposa.
Ella solo sonrió, no queriendo ser maleducada y salió de ahí.
Tan rápido como pudo, y tan lento para no ser maleducada.
Y por fin, se encerró y rezó,
Dios, Dios, Dios... ¿Por qué? No quiero más...
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